La Merced es el único lugar en toda la República Mexicana donde por 150 pesos “tu puedes humillar a una mujer”, puedes golpearla, robarla, hacerle lo que quieras, hasta matarla. Este fue el testimonio público de un ex tratante. Él mismo reconoció que alrededor del 90% de las mujeres que son prostituidas en este popular sitio del centro de la Ciudad de México son víctimas del escasamente conocido delito de “trata de personas”.
La “trata de personas” se ha definido como “la extracción, el reclutamiento, transporte, traslado, acogida o recepción de personas, bajo amenaza o por el uso de la fuerza u otra forma de coerción, recibiendo un pago o beneficio para conseguir que una persona tenga bajo su control a otra persona para el propósito de explotación”. Es decir, la trata supone un beneficio económico para quien obliga a una persona, mediante coacción física y/o emocional, a hacer algo que en otras condiciones no haría. Es el caso de la prostitución forzada, a la que miles de mujeres en México son sometidas.
Tan sólo el Inegi calculó que, a inicios del año 2015, en México, 777 mil mujeres eran forzadas a prostituirse. De acuerdo con estudios de la ONU, México es el segundo país que mayor cantidad de víctimas de trata de personas provee a Estados Unidos después de Tailandia, además de ser uno de los cinco países con mayor incidencia de prostitución en el mundo.
Más allá de las cifras, el fenómeno como tal es poco conocido e insuficientemente comprendido dadas las complejas condiciones en que ocurre. Ha sido difícil el proceso para tipificar un delito que a simple vista no aparece como tal, toda vez que la gran mayoría de sus víctimas salen de casa y se “entregan” a sus victimarios voluntariamente. No es así en todos los casos, pues está aumentando el número de niñas y jovencitas que son secuestradas.
Basta con llevar un recuento de todos los casos diferentes que cotidianamente da a conocer el Canal Once, a través de la “Alerta AMBER”, para darse una idea aproximada del fenómeno de desaparición forzada de niñas, niños y jovencitas. En 2015, se calculó un promedio de 11 desapariciones por día, incluyendo hombres y mujeres de diferentes edades. En este mismo año, subió de 30 a 40 por ciento, del total, el número de mujeres en esta situación y la proporción de jóvenes de entre 15 y 29 años se situó en una sexta parte de las 26 mil personas desaparecidas desde que inicio el conteo, en 2008.
En el caso de las niñas el rango de edad al momento de su desaparición disminuye y se ubica entre 12 y 16 años. Fríamente hablando, la edad de las niñas desaparecidas y obligadas a prostituirse depende del mercado de la prostitución y, por tanto, de la oferta y la demanda. Esto es, quienes usan y abusan de estas mujeres, en su mayoría hombres, las prefieren cada vez más jóvenes.
Pero las cifras, suelen ser gélidas, no permiten profundizar ni ver el lado humano de la experiencia que registran. Son los testimonios de quienes viven los hechos los que permiten imaginar lo que una persona sufre, siente, piensa, en tales circunstancias, son sus relatos los que hacen posible meterse bajo la piel de las víctimas y de sus victimarios y dibujar las diferentes dimensiones que conforman el fenómeno de “trata”.
Primero, es importante dar a conocer la forma en la que las niñas y jovencitas son contactadas y aquí los relatos de ellas mismas hacen la diferencia. La gran mayoría no son secuestradas pues, como se dijo arriba, abandonan sus casas por su propio pie. Algunas de ellas son contactadas directamente por hombres jóvenes y atractivos que se presentan como personas confiables y entablan con ellas relaciones de amistad y noviazgo. Las enamoran, les proponen matrimonio, incluso llegan a casarse para luego enrolarlas en redes de trata de personas y prostitución forzada.
En todos los casos, las analizan para conocer sus necesidades económicas, familiares, afectivas y ofrecerles aquello que carecen y desean. A decir del mismo ex tratante, “las trabajan” psicológicamente y en aproximadamente dos semanas, una jovencita en situación de vulnerabilidad por su escasa edad y poca experiencia, por la falta de cariño y cuidado familiar, por la muerte del padre o la madre, por problemas económicos, por situaciones de violencia está dispuesta a dejar su casa e irse con el tratante.
Es de destacar, que muchas de estas jovencitas y niñas son contactadas por Internet, vía las redes sociales, por hombres que dicen ser más jóvenes de lo que son y que logran convencer a las menores para dejar a su familia.
Cuando las jovencitas han dejado la seguridad de su casa, son trasladas a lugares que no conocen y donde no hay nadie que pueda ayudarlas a volver a su lugar de origen. Inicia entonces un proceso de subvaloración, a partir del cual, día con día se humilla a la joven o niña para convencerla de que nadie está buscándola, de que no vale nada, de que para lo único que sirve es la prostitución y de que una vez “caída” su familia no querrá volver a verla. Si esto no es suficiente para que acceda a “atender a los clientes”, se le deja sin comer por varios días, se le golpea y/o amenaza con violaciones tumultuarias, con matar a su padre o madre, con dañar a su familia. Para confirmar la veracidad de la amenaza, se le dan datos que ella ofreció al inicio de la relación con el tratante y de los que ya no se acuerda.
En otros casos, la estrategia no es necesariamente la violencia pura, sino el chantaje emocional, su tratante la convence de prostituirse para ahorrar y comprar un departamento o una casa en la que más tarde ambos vivirán. Cuando la mujer se ha embarazado y tenido un hijo en esas condiciones, puede sumarse una forma más de coacción al amenazarla con la integridad física de su menor o impidiéndole verlo durante meses.
En fin, la estrategia depende de la víctima, del tratante y de las circunstancias y en ella pueden combinarse distintos tipos de coacción en diversos grados. Sin embargo, no importa qué estrategia se use, el resultado es siempre el mismo, la mujer es forzada a vender su cuerpo una vez que ha sido despojada de sus lazos afectivos y que se le ha impedido construir otros pues tiene prohibido hablar con las otras mujeres y cuando se le ha arrebatado su identidad, su valor y aún sus sueños.
Una vez enroladas, la gran mayoría de ellas pasan años siendo prostituidas sin descansar un solo día, no importa si es Navidad, Año Nuevo o Día de las Madres. Se las obliga, en el caso de la Merced, volviendo al testimonio del ex tratante, a cumplir con una cuota diaria de 2000 pesos, por lo que cada una tiene que acostarse con más de 20 hombres. No es así para “las nuevas”, “carne nueva” se le dice en el argot de los tratantes, éstas son obligadas a “atender” hasta a 60 hombres por día, durante un mes, tiempo en que son consideradas “nuevas”. Los clientes las distinguen, pues no caminan y se muestran como las “no nuevas”, sino que permanecen de pie a la entrada de improvisadas habitaciones, donde hay un camastro y una silla, utilizada para realizar las posiciones que el cliente pida.
La explotación a la que estas mujeres son sometidas es total, pues del dinero que los clientes pagan, ellas no conservaban nada. Les cobran por la comida, coman o no coman, por los condones que les proporcionan y por el papel que requieren después de cada “trabajo”. Deben pagar una cantidad por entrar “a trabajar” y otra por salir, si un cliente quiere llevarlas a otro hotel, la cuota de salida se multiplica por dos. Posteriormente, al final del día, el hombre para quien “trabajan” les quita todo el dinero que les haya sobrado, de manera que ellas no pueden reunir cantidad alguna con la esperanza de algún día dejar esa vida y volver, en lo posible, a su vida anterior.
Volviendo a las crudas cifras, se calcula que sólo el 2% de las mujeres que son víctimas de trata sobreviven. Muchas de ellas mueren por enfermedad, infecciones, abortos mal realizados, embarazos no deseados, malos tratos, homicidio, suicidios, etcétera. Las que logran salir y volver a sus comunidades enfrentan graves problemas para reinsertarse a la vida social. En muchos de los casos son rechazadas por sus familias que no comprenden cómo fue posible que las obligaran a prostituirse, aun cuando fueron enroladas a edades muy tempranas, antes de los 11 años. En otros casos, se les impide continuar con sus estudios y reintegrarse a la vida social, pues la comunidad las ve como “las pecadoras” o “el desecho” que no quiere tener en su pueblo. Ocurre también que la vergüenza de lo vivido les impide volver a su familia y comunidad, pues ellas mismas son incapaces de considerarse como las víctimas de todo un proceso que las llevó a la prostitución, aún en contra de su voluntad. Todo lo anterior, crea las condiciones para que algunas de ellas vuelvan a caer en la red de trata que destruyó su vida.
Todo esto y mucho más ocurre mientras “cadenas invisibles” impiden a las mujeres salir de una red de trata y volver a su vida anterior. Esas cadenas están hechas de falsas promesas, de desamor, de amenazas, de intimidación, de maltrato, de desconocimiento, de indiferencia, de rechazo social, de pérdida de la esperanza. Pero son tan efectivas como las reales ya que mantienen, en México, a miles de mujeres como las víctimas de un crimen de lesa humanidad. Y qué decir de un fenómeno que se ha constituido como el tercer negocio más lucrativo a nivel mundial.


