Desde su arribo a México, el Papa Francisco se ha distinguido por pronunciar discursos encaminados a llamar la atención de amplios sectores de la Iglesia, el gobierno y la sociedad. Se ha esforzado por construir un discurso encaminado a cambiar las relaciones de poder, explotación y depredación que corrompen la vida en sociedad y hacen de ésta el espacio propicio para la construcción de la desigualdad, la exclusión, la pobreza, la inequitativa distribución de los recursos, la violencia, la muerte, elementos todos que conforman lo que Francisco ha dado en llamar “la cultura del descarte”, desde la cual a decir de él mismo se “usa y tira a la gente”.
El Sumo Pontífice se ha dedicado, igualmente, a insistir en la necesidad de construir puentes, de dialogar, de debatir, de mirar al otro, de edificar un mundo mejor, de cuidar la “casa común”.
El Papa no se ha restringido sólo a enumerar los graves problemas por los que pasa la población en México y el mundo, incluyendo la migración y el deterioro ambiental, sino a proponer nuevas formas de convivencia que permitan superar tales dificultades. En este sentido, el Papa habla a todos y todas, no sólo a su Iglesia o a quien gobierna. Su convocatoria es amplia pues la responsabilidad de cuidar de la vida humana y de toda aquella no humana que habita el planeta es colectiva.
Sin embargo, el Papa no vino a México a ofrecer soluciones ni a dar nombres de culpables (si a alguien le queda el saco…). Vino en labor pastoral, viajó a México para convivir con las personas que sufren en carne propia los efectos de dicha problemática, para ofrecer un discurso de esperanza y para afirmar, aunque no directamente, que no hay que llegar al cielo para tener una vida mejor, que en el aquí y ahora se pueden cambiar las cosas, que no existe un destino fatal ante el cual hay que resignarse.
Lo anterior no le ha impedido hacer duras críticas a diferentes grupos, unas más directas que otras. Por ejemplo, cuando en su discurso en Palacio Nacional afirmó que “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.”
No parece casual que este párrafo haya sido incluido en su discurso en la sede del poder federal, ni tampoco que lo plantee en forma de constatación histórica, pero sin señalar a nadie. Leyendo entre líneas se puede inferir, pensando a la inversa, que lo dicho en este párrafo no es una enseñanza sobre lo que hay que evitar sino la confirmación justamente de todo lo que ya acontece en México, entre otras cosas, debido a la apropiación y/o explotación de los recursos naturales y humanos por parte de unos cuantos particulares o grandes empresas; esto es, por la apropiación privada de la riqueza social, pero también por la enorme corrupción gubernamental que impide un manejo más eficaz de los recursos y que no sólo solapa sino promueve dicha apropiación.
La misma estrategia utilizó en su discurso en la Catedral Metropolitana ante los obispos mexicanos. Les pidió alejarse o no dejarse atrapar por todo aquello en lo que de hecho ya han caído, como: la niebla de la mundanidad, el materialismo trivial, las ilusiones seductoras de los arreglos debajo de la mesa, las cosas secundarias, las habladuría e intrigas, los vanos proyectos de carrera, vacíos planes de hegemonía, las murmuraciones y maledicencias
Les pidió asimismo “reclínense pues, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro”. A esta frase le faltó añadir “bajen entonces de esa altura donde se han colocado”, constatando entonces que muchos de estos obispos mexicanos se han encumbrado por encima de su feligresía y han perdido de vista a quien deberían servir. En este sentido, se entiende que no quiere obispos adormilados por la vanidad, la vida cómoda, los lujos, el roce con las élites políticas y económicas, no quiere príncipes sino pastores que huelan a oveja.
En una ocasión y siguiendo lo dicho, un obispo ya retirado y con residencia en el Estado de México afirmó que jugar al golf lo volvía humilde, pues tenía que agacharse a recoger la pelota. Ejemplos como éstos pueden ser encontrados si se escarba un poco en las biografías de ciertos jerarcas católicos muy ligados a las élites gobernantes, empresariales y de los medios.
Hizo alusión también a quienes se benefician de un sistema económico que pasa por alto las necesidades, derechos y humanidad de las personas de que se sirve, para luego desecharlas, algunos grandes empresarios entre ellos.
Se refirió al narcotráfico y las grandes bandas organizadas que lucran con la vida de cientos de miles de personas.
Habló a los jóvenes, a los indígenas, a los presos, a los pobres, a los migrantes, a los “descartables” para decirles que no hay que resignarse, que las cosas pueden ser diferentes, que su situación puede cambiar, que no se dejen abatir.
Ahora, una vez identificados los responsables de tanta desigualdad, inequidad, pobreza, sufrimiento: grupos políticos, económicos, empresariales, delincuenciales, incluso una Iglesia y una sociedad adormiladas ¿Qué sigue?
Pues, como el llamado a misa, responderán algunos, los de siempre, los convencidos, las personas comprometidas con el logro de un mundo mejor. ¿Y los demás? ¿Tendrán la capacidad de aceptar su responsabilidad en los grandes males que aquejan a la sociedad y el planeta? ¿Serán refractarios a un llamado urgente para salvar nuestra “casa común? ¿Entenderán que de sus acciones depende salir de situaciones de precariedad, miseria y dolor? ¿Se persignarán frente al Papa, le pedirán la bendición, llevarán sus medallitas a bendecir, ondearán banderines, lo recibirán y despedirán en el aeropuerto, le cantarán canciones cursilonas, lo tocarán, le dirigirán miradas piadosas y al cabo de unos minutos, horas, días, semanas volverán a ser los mismos depredadores o víctimas de siempre? Como apunta la clásica frase “el tiempo lo dirá”.