“La ley es razón libre de pasión.
Pero a veces la equidad exige ir más allá de la ley escrita.”
Aristóteles
“Lo legal no es lo justo” es un principio universal del derecho que muchos prefieren ignorar.
Es una frase muy profunda, porque desde pequeños nos enseñan que lo que está escrito en la ley es lo correcto y deseable, y que si lo ordena un juez, debemos acatarlo sin cuestionarlo.
Confundir legalidad con justicia es un error estructural de los sistemas judiciales. No reconocerlo es parte del problema.
Las leyes no siempre son justas. Podemos dar ejemplos muy claros: la esclavitud, la segregación racial o la discriminación por género. En su momento todas fueron legales; pero para siempre serán injusticias.
Las leyes son redactadas por personas que pueden equivocarse o que representan intereses contrarios al interés público, como los de los grandes poderes económicos.
Además, tenemos un poder judicial que asume que la justicia se “administra”. Como si los jueces fueran simples operadores que aplican reglas sin considerar la vida real, como máquinas sin sentimientos.
No. La justicia no se aplica, se construye.
La ley, por definición, generaliza. Parte de que todos somos iguales. Pero eso está lejos de la realidad. Todos somos distintos, y nadie experimenta la justicia de la misma manera. Las condiciones no son iguales. El acceso no es igual. Las oportunidades no son iguales.
El sistema judicial en México debe reconocer esta realidad. Porque aplicar la ley sin entender el contexto no es hacer justicia: es administrar un sistema.
Esta crítica no es moral. Es política.
No sólo se trata de que el sistema judicial sea más amable o accesible. Se trata de que sea justo. No basta con perfeccionarlo. Hay que transformarlo. Porque las leyes, los jueces y los tribunales no deben estar al servicio del sistema, sino al servicio de la justicia.
Y termino con lo que comencé: lo legal no es lo justo. Ignorarlo es volverse cómplice de un sistema que sólo reproduce la injusticia.
Creo en el Estado de derecho, y creo que la Constitución y sus leyes deben aplicarse sin distinción, sin privilegios ni excepciones. Pero también estoy convencida de que las injusticias deben denunciarse siempre, porque una ley que no enfrenta la injusticia pierde todo sentido.
Porque respetar la ley no es sólo cumplirla y hacer que se cumpla. Es confiar en que puede acercarnos a la justicia. Y por eso vale la pena luchar y defenderla.