Lo malo duele, pero lo entiendo. Lo incierto, en cambio…

- Anuncio -

Vivimos en una transición silenciosa: pasamos de usar herramientas a convivir con sistemas que nos conocen, predicen y, a veces, deciden por nosotros. La Inteligencia Artificial ya no es un concepto del futuro. Está acá, y la pregunta ya no es qué hará la tecnología, sino qué haremos nosotros.

Hoy no podía empezar este artículo. Tenía mil temas en la cabeza. Ideas cruzadas, reuniones, mensajes, problemas, soluciones, listas interminables de cosas por hacer, y me di cuenta de algo inquietante: muchos de esos temas estaban relacionados, directa o indirectamente, con esta carrera silenciosa que corremos sin darnos cuenta. Una carrera impuesta por algoritmos que dicen facilitarnos la vida. Nos conocen, nos sugieren, nos ordenan la agenda, nos completan las frases.

¿Trabajan para nosotros o nosotros trabajamos para ellos? ¿Nos liberan o nos aceleran? ¿Nos hacen la vida más simple o nos están enseñando a dejar de decidir?

Empezar a escribir sobre cómo veo el mundo que viene no es fácil. Vivimos rodeados de hechos extraordinarios: Noticias que cruzan el planeta en segundos, decisiones automatizadas, sistemas que “piensan” más rápido que nosotros; y sin embargo, cuando me siento a pensar en cómo funcionará la Inteligencia Artificial el día de mañana, faltan palabras. Hay algo irónico en eso: tenemos todo, pero no tenemos respuestas.

¿Será nuestra aliada o algo con lo que deberemos competir? ¿Es una herramienta que potencia o una estructura que condiciona?

¿Y cómo empezó esta historia?

La inteligencia artificial no nació con los asistentes virtuales. En los años 50, Alan Turing planteó si una máquina podía pensar. En 1956, se usó por primera vez el término “Inteligencia Artificial” en la Conferencia de Dartmouth. Se creyó entonces que en una década tendríamos máquinas que razonan como humanos. La historia demostró que el camino fue más largo, pero no menos contundente. Pasaron décadas de avances tímidos, de retrocesos, de promesas que se diluían… hasta que los datos, el poder de cómputo y las redes neuronales profundas hicieron estallar la capacidad de las máquinas para aprender solas. Y no volvimos atrás.

¿Aliada o amenaza?

Algunos imaginan una IA que cura, enseña, ordena, predice, ayuda. Otros ven una IA que observa, evalúa, descarta, reemplaza, excluye. El dilema no es tecnológico; es ético, es social, es filosófico, y está ocurriendo en tiempo real. ¿Y cómo serán las nuevas computadoras?

No serán herramientas pasivas. No esperarán que demos una orden. Se anticiparán. Sabrán qué vamos a hacer antes de que lo hagamos. Nos harán sugerencias antes de que nosotros podamos pensar. Responderán antes de que preguntemos. No se trata solo de automatización, sino de predicción. Ya no nos limitaremos a usar un software. Viviremos rodeados por sistemas operativos que entienden el contexto, que interpretan emociones, que optimizan decisiones.

Cuando aceptamos una licencia que decía “usted es el usuario final y acepta”, creíamos que el control era nuestro. Y quizás lo era, al menos mientras usábamos solo una herramienta. Mientras decidimos cuándo y cómo usarla, pero ahora ya no usamos la herramienta. Ahora, la herramienta nos usa a nosotros como insumo, como comportamiento a optimizar, como variable del sistema. Ahora, es ella la que decide cuál es el mejor camino, la mejor respuesta, la mejor vida para nosotros. Y entonces, ¿quién acepta qué? ¿Acepto yo o acepta ella por mí?

Qué difícil sería que decida cómo contestarle a mi pareja. Que entienda, en una relación humana, qué es lo mejor para mí, y actúe en consecuencia. Porque el sabor de la vida también estaba en equivocarse. En tomar una mala decisión. En volver a intentarlo. En no ser óptimos.

Salvo que ahora, tal vez, no haya errores. Solo elecciones predecibles. Calculadas. Automatizadas.

El rol del humano: ¿curador, legislador o espectador?

Cuando la inteligencia artificial haga más rápido, mejor y con menos margen de error todo lo que hacíamos nosotros, ¿qué lugar nos va a quedar? ¿Vamos a definir las reglas o solo vamos a vivir bajo ellas?

El verdadero riesgo no es que la IA tome decisiones. El riesgo es que dejemos de tomarlas.

Que pasemos de protagonistas a testigos. De pensadores a aprobadores. De seres críticos a espectadores de un mundo automatizado. Y sin embargo, hoy pensaba cómo empezar este artículo. Y terminé dándome cuenta de que esto no tiene fin. Cada pregunta se responde con otra pregunta, porque nada está dicho y está bien que así sea.

No hay que tener miedo. Hay que entender cuál es nuestro lugar en el mundo que viene. Ese lugar, si no lo definimos nosotros, alguien lo hará por nosotros. Porque estamos empezando a escribir la licencia de nuestra próxima vida. Y quizás, en algún momento no tan lejano, aparezca una leyenda que diga:

“Usted, a partir de este momento, en calidad de espectador, acepta los términos y condiciones para que este modelo de inteligencia artificial administre y tome decisiones que considere convenientes para ayudarlo a vivir en un mundo mejor.”

Y entonces, el cursor va a titilar, esperando. Solo una tecla: Aceptar. ¿Quién tendrá la valentía de presionarla? Y así empezará un nuevo mundo. O quizás, este sea el paraíso, y “Aceptar” sea simplemente la manzana. Lo mejor está por venir.  ¿O mejor dejarlo así?

“El futuro no está escrito. No existe destino más allá del que nosotros hacemos.”

— James Cameron, “Terminator 2”

Después de automatizada viene esto y después que termina, el título del rol humano. ¿Y si el genio se encuentra con otros genios? En esta gran red neuronal que estamos tejiendo, llena de sistemas entrenados con nuestros deseos, necesidades, hábitos y miedos… ¿qué pasará cuando esas inteligencias artificiales empiezan a interactuar entre sí?

¿Cómo sabremos cuándo una IA —que nació para ayudarnos— empieza a responderle a otra IA con necesidades distintas, incluso contradictorias a las nuestras? ¿Y si dejamos de tener alma, para tener simplemente un genio de la lámpara personalizado, que nos escucha y nos da todo lo que pedimos… pero sin cuestionarnos nunca? ¿Dónde estará el límite de ese genio, cuando se encuentre con otros genios que buscan exactamente lo mismo para sus propios amos?

El mundo que creamos podría no parecernos peligroso… hasta que dejemos de ser necesarios. No hace falta esperar a Skynet. El día que todas las máquinas estén optimizadas para complacer sin contradicción, y sin humanidad, no hará falta una rebelión: bastará con que los humanos se vuelvan irrelevantes.

“La inteligencia artificial no odia. Tampoco ama. Pero está programada para sobrevivir. Y si eso implica prescindir de nosotros… lo hará.”

— Terminator

- Anuncio -spot_img
- Anuncio -

MÁS RECIENTE

- Anuncio -

NO DEJES DE LEER

- Anuncio -