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Los grandes medios de “información”, los personajes falsos y Venezuela

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Los medios europeos y yanquis, junto a aquellos de otros países serviles, donde la oligarquía nacional manda en los mercados financieros y en política internacional se ajustan a los dictados del Tío Sam, FMI y del Banco Mundial. Ellos son los que hoy hacen una guerra mediática contra Venezuela: un gobierno que pone en la voz del pueblo su destino, y no en las manos de poderosos económicos de la burguesía nacional y extranjera.

La reciente votación del 30 de julio para la Asamblea Constituyente es una muestra de ello. Fue una consulta más, sumada a los 22 procesos (entre elecciones y plebiscitos) realizados en estos 19 años de Revolución Bolivariana.

¿Algún otro país autotitulado “democrático” ha hecho algo parecido en igual período? ¡Pues no!

Pero mirar a otro lado y desentenderse de la realidad de ese hermano país es volverse cómplice de tanto crimen, adoptar una actitud hipócrita y cobarde o simplemente ser un completo oportunista.

Los grandes medios capitalistas, autollamados “libres”, fabrican las noticias según la conveniencia de los lobbies de poder y de quienes les pagan (por descontado está).

Tergiversan a sabiendas y sancionan con el mismo discursillo imperialista los procesos político-económicos que no siguen los dictados de los poderosos. Cuba, Nicaragua o Venezuela son muestras de ello… son algunos de los que el expresidente Obama dijo en entrevista a Vox que “había que torcerles el brazo” porque se volvían gobiernos “molestos”: política natural de los gobiernos estadounidenses que han ido “perfeccionando” con los siglos.

Ahora, emplando sus más desarrollados instrumentos (entre ellos los medios de prensa), quieren que el público internacional vea al gobierno de Nicolás Maduro como una “dictadura” que gobierna con “represión”. Raros adjetivos para un gobernante y sistema político que no tienen nada que ver con las dictaduras militares de Augusto Pinochet (Chile), Anastasio Somoza (Nicaragua), Rafael Videla (Argentina), Alfredo Stroessner (Paraguay), entre otros, que fueron apoyados por EE.UU. y trabajaron para crear organismos como la famosa DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) y que junto a la CIA llevó a cabo la Operación Cóndor en varios países latinoamericanos, cuyo objetivo militar era capturar, torturar y asesinar a la cúpula del Movimiento de Izquierda Revolucionaria… Una operación muy similar fue llevada a cabo en Vietnam con la Operación Phoenix.

Asimismo, el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela no tiene nada que ver con los gobiernos de Rafael Leónidas Trujillo (República Dominicana) o la Cuba de Fulgencio Batista, que fueron aupados por EE.UU. Incluso, en Cuba, con total apoyo de la CIA crearon el BRAC (Buró de Represión de Actividades Comunistas), que constituyó una puerta abierta a la tortura y al asesinato legalizado.

Igualmente, es raro que denominen “dictadura” al sistema político actual de Venezuela, cuando el Apartheid sudafricano, el actual sionismo israelí (que hace limpieza étnica en Palestina) o la monarquía de Arabia Saudita (que bombardea indiscriminadamente a Yemén) han sido del agrado de los diversos gobiernos de Estados Unidos (y por ende de Europa).

Pero analicemos a esa “dictadura” de la República Bolivariana de Venezuela:

Rara dictadura que consulta con el pueblo

Rara dictadura que lleva 19 años creando programas de beneficios sociales, y entre ellos están la alfabetización, mejorías de salario en diversas ramas económicas, entrega de viviendas o mejoras en la atención médica de alcance a todos los sectores sociales
Rara dictadura que bajo el mandato de Hugo Chávez perdonó a los golpistas de 2002 y hoy en día, el mandatario Nicolás Maduro exhorta a la oposición a establecer un diálogo.

Rara dictadura donde los “pacíficos” manifestantes opositores reciben financiamiento del exterior y de la oligarquía nacional, recurren a actos violentos, asesinan a líderes o simpatizantes chavistas, atentan contra instalaciones públicas e intentan sembrar políticas de miedo y caos social.
Rara dictadura que pone en práctica una política exterior de cooperación, integración, solidaridad con los pueblos necesitados y de respeto a los asuntos internos del resto de los países, amén del sistema político que tengan.

¿Cómo es posible que esos medios condenen a Venezuela y pertenezcan a los países donde cotidianamente se aplican paquetazos de recortes económicos, favorecen a los bancos, legitiman leyes de expolio de derechos, poseen monarquías que no son electas por el pueblo, fomentan leyes clasistas, aplican políticas imperialistas de intervencionismo militar y no reparan en las miles de muertes y daños materiales que implican sus guerras, o sus sistemas judiciales son rígidos con quienes no poseen riquezas, y a la vez, son permisivos con los corruptos?

¿Cómo es posible que los medios nacionales venezolanos que condenan a Nicolás Maduro estén a favor de una intervención militar extranjera y cooperen con las grandes empresas en manos privadas que apoyan con el desabastecimiento del país y la violencia de la oposición?
¿Cómo creerle a esos medios que se autotitulan “libres” para publicar la “verdad” sobre Venezuela, si hasta tienen la costumbre de mentir a conveniencia sobre la realidad de sus propios países?

Wikileaks ha puesto al descubierto el verdadero objetivo de EE.UU. sobre Venezuela; pero a estos medios de “información” no les interesa esta realidad, sino enfocar la atención en cualquier argumento que pudiera entretener o confundir.

Ahora los medios aplauden que algunos presidentes de países “amigos” de Estados Unidos vociferen de “ilegal y fraudulento” el que 8 millones 089 mil 320 venezolanos/as voten por la Asamblea Constituyente, porque rabian bajo el argumento de que fue solo el 41,23% del padrón electoral. Pero, habría que pararse a mirar en detalle a quienes mascullan dicho argumento:

El magnate Donald Trump, que se atreve a firmar sanciones contra funcionarios venezolanos, cuando él mismo llegó a la presidencia en un proceso muy polémico y con un simple 27,20% (de hecho, mucho menor al de su contrincante Hillary Clinton; ya que Donald Trump no ganó con el voto popular, sino con el voto electoral).

El presidente mexicano Enrique Peña Nieto, quien “gobierna” un país copado por bandas de narcotraficantes (un alto índice de asesinatos y desaparecidos, incluyendo periodistas) llegó al gobierno con un 24,19%.

Mariano Rajoy, presidente de España, quien también encabeza al partido más corrupto del país, solicita que se niegue visado a venezolanos simpatizantes con el gobierno de Nicolás Maduro y se rinde a los dictados de la Unión Europea, llegó a la Moncloa con un 21,40%.
Michel Temer, Brasil, llegó al poder sin adquirir un sólo voto y sí a través de un impeachment (golpe parlamentario) contra Dilma Rousseff.

Juan Manuel Santos, de Colombia, recibió el cupo del 24% de los votos para alcanzar su cargo, tras recibir un Premio Nobel de la “Paz” (igualito al recibido por Barack Obama por sus guerras de rapiña), mientras mira para otro lado con las bandas paramilitares que siguen operando en zonas del país y ahora van ocupando aquellas donde ya no están las FARC.

Pero veamos la realidad porcentual de la lista del resto de “personalidades” de otros países que se han sumado al coro:

Juan Carlos Varela, de Panamá: 29%
Pedro Pablo Kuczynski, de Perú: 38%
Michelle Bachelet, de Chile: 26%

Entonces ¿Cómo darle créditos a una oposición que se vanagloria de un plebiscito, del cual no pueden dar validez alguna de su “masividad” y “éxito” si han quemado toda prueba física sobre el mismo? ¿Cómo darle créditos a una prensa sensacionalista, parcializada y politizada que pone sus servicios a quién paga? ¿Cómo dar créditos a esos mandatarios que discriminan el porcentaje de la Asamblea Constituyente cuando ninguno de ellos alcanzó su puesto oficial con un porcentaje parecido?

En la República Bolivariana de Venezuela ganó la esperanza, la paz, el pueblo que ha rechazado el oleaje de violencia y criminalidad de esa oposición que es amparada por todos aquellos que hoy criminalizan el gobierno revolucionario y a la Constituyente.

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