Es incuestionable que México vive una crisis humanitaria sin precedente, como si estuviéramos los mexicanos metidos de lleno en una guerra civil. Lo poco que sabemos sobre los crímenes cometidos contra migrantes centroamericanos es suficiente para afirmar lo anterior. Porque la verdad completa es imposible saberla debido a la cadena de complicidades entre las autoridades migratorias de nuestro país con mafias que han hecho del tráfico de esos pobres parias del destino un muy lucrativo negocio.
Esta situación tan terrible es una secuela más del neoliberalismo, del Nuevo Orden Económico mundial promovido por el uno por ciento de la población del planeta que disfruta de la riqueza que debería ser distribuida entre el 99 por ciento restante. Lo más dantesco del caso es que ahora esa minoría depredadora está asustada por las consecuencias del modelo ideado por los tecnócratas de la Universidad de Chicago, y la única solución que ven es un súper genocidio como jamás se ha visto en la historia de la humanidad.
La crisis migratoria de los últimos años ha sido provocada por las súper potencias con el fin de que se vaya dando la poda que tanto demandan. En sus países de origen, los migrantes sufren los problemas de pobreza y marginación que el modelo agravó a niveles insospechados. El último recurso que les queda es la migración forzosa, que se convirtió en problema para los países ricos, problema que ya están resolviendo con la ayuda del crimen organizado. El tráfico de seres humanos es ahora un “nicho de mercado” para las bandas delictivas mejor organizadas, y lo están explotando con la eficacia que les exigen sus socios, o mejor dicho protectores.
El padre Solalinde es uno de los pocos mexicanos que conocen más o menos a fondo esta lacerante realidad. Por ello cada día está más consternado y pesimista, aunque no por ello va a desistir de su extraordinaria labor humanitaria. El sábado 9 inauguró en Azcapotzalco, en la ciudad de México, una casa hogar para migrantes menores de edad, que son los que más padecen el agobio de los mafiosos. Sus posibilidades de atención eran para 150 adolescentes, sin embargo el martes 12 la cifra había llegado a 700, y siguen llegando. Obviamente, ya no serán admitidos y tendrán que enfrentar un escenario de horrores indescriptibles, como así le sucedió al estudiante normalista Julio César M ondragón Fontes, quien sufrió torturas terribles antes de morir, de acuerdo con el reporte especial que hizo la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
Los hechos de horror criminal que acontecen en México dan la razón a Noam Chomsky, una de las mentes más lúcidas e incorruptibles de nuestro tiempo. Dijo que “el terror de Estado posrevolucionario, ejercido por una autocracia nefasta, ha alcanzado en más de una ocasión niveles de salvajismo indescriptibles”. Esto lo confirma el padre Solalinde, quien no duda en afirmar que son cientos de miles los migrantes centroamericanos que han perdido la vida trágicamente en su búsqueda del “sueño americano”. Particularmente adolescentes cuyos órganos son excelentes para traficar con ellos en la nación vecina.
Los que tienen suerte, por ser adolescentes de buen físico, son ofrecidos como carne de prostíbulo, tanto mujeres como hombres. Pero la mayoría van a parar al fondo de minas abandonadas, adonde los conducen cargando los sacos de cal con los que riegan sus propios cuerpos sin vida para que no hiedan, una vez que sus órganos son extirpados para ser vendidos al mejor postor. Luego esas minas son dinamitadas para que no haya margen de recuperar los cadáveres.
La siguiente cita tiene plena actualidad, aunque su autor, Julian Huxley, escribió estas palabras en 1961. En su libro, La crisis humana, dijo: “Este periodo que ahora vivimos tiene carácter fundamental, es un periodo de violencia, conflicto, revolución, destrucción, crueldad, amenaza atómica, sobrepoblación, división ideológica y confusión general”. Lamentablemente ya no le tocó vivir para constatar que tal descripción de horrores fue superada con mucho, gracias a la implantación del modelo neoliberal que desató los demonios de la avaricia, la voracidad y la mezquindad en el último grado de las posibilidades humanas de poner en práctica tal comportamiento.
En consecuencia, es válido preguntarse: ¿Qué papel juega un organismo como la CNDH cuando no existe una mínima viabilidad para que pueda llevar a cabo sus tareas humanitarias? Sin duda, el de simple factor testimonial de los horrores cotidianos que sufren los más pobres y marginados de este desventurado país. Lo más espeluznante del caso es que la crisis humanitaria no ha tocado fondo.