Redacción / @Corazon3_0
(30 de junio, 2014).- De repente los ángeles volaron lejos. El de Ochoa, que no le acompañó para taparle el penal a Huntelaar. El de la Independencia, que ya estaba listo para recibir el festejo. México estuvo a cinco minutos de golear a la historia, pero la camiseta naranja pesa. Gio provocó la excitación con un golazo que llevó a nuestra mente hasta semifinales (por aquello de la ‘facilidad’ del siguiente cruce), pero de repente los verdes dejaron de buscar cuando eran dominadores, revivieron los fantasmas que habla de ratones y se vieron cara a cara con Robben y compañía, cuyo ADN está compuesto de otros relatos, que van más allá de un quinto partido.
Le tenemos miedo al éxito, dicen. Quizá. No se vale comparar a la vida con el futbol, pero las mismas vueltas que da la vida, las tiene el futbol. México sofocó a Holanda, presa física, pero jamás mental. Herrera y Dos Santos advirtieron a la potencia europea que no había un respeto de por medio. Los nuestros eran locales en el estadio Castelao y la confianza respaldó el dispositivo táctico de Herrera, capaz de tener la pelota y agredir en el primer tiempo.
Con Van Persie neutralizado y Sneijder corriendo por detrás de la pelota, Robben fue el único en levantar la mano. Buscó, pero siempre enfrentó a tres y perdió hasta ponerle puntos suspensivos a su actuación. Entonces apareció Dos Santos, gris en la primera fase, pero con esa cuota de talento capaz de ponerse al servicio del equipo en cualquier momento.
Se esperaba mucho de Gio en Brasil, por ser la tierra de su padre y de su compadre Ronaldinho y entonces él mismo se acordó. Bajó una pelota brava con el pecho, aguantó el embate, protegió a la caprichosa y de bote pronto, unos cinco metros afuera del área, ¡Pum!, la mandó a guardar muy cerca del poste para festejar hasta las lágrimas.
Holanda quedó mareado tras el golpe y a México le dio por atascarse. Pecó de gula y se lanzó sin tapujo al frente en busca del segundo, pero sin tomar los recaudos suficientes para esperar la reacción.
Le metió frialdad la ‘Oranje’ y desactivó el ímpetu mexicano. Van Gaal se movió, metió a una torre (Huntelaar), sin importarle prescindir de la magia de Van Persie. Si la naranja no era mecánica, al menos había que hacerla musculosa, tosca, como el partido en sí.
Ahí ganó la partida el técnico europeo, quien detectó miedo en los movimientos de Miguel Herrera, que en lugar de apostar por tener la pelota, tocar y tocar hasta desesperar, se la jugó por el contragolpe.
El ángel guardián de Guillermo Ochoa lo acompañó en dos jugadas en las que tapó remates en el área chica, uno de ellos a Robben. El ángel de la Independencia ya era mencionado por los excitados corazones de la afición mexicana que acarició la gloria de le historia durante 87 minutos. Entonces apareció la técnica individual de Holanda. Expresada en dos tiempos. Huntelaar en el acomodo y Sneijder en el acomodo de su cuerpo para mandarla a guardar con un disparo de academia. De escuela. De sello tulipán.
Con el marcador empatado apareció la desconfianza. Los miedos. Las limitaciones. Robben olió todo eso, identificó perfecto el momento para acelerar y dejarse caer en el área. Amen de si fue o no penal (ya le habían dejado de marcar uno), desnudó el temor del equipo mexicano. Huntelaar la puso en el rincón y le dio a vuelta al partido.
Puso la historia en su lugar.
Foto: Blobic