Lo lógico sería tener muy en cuenta que si los partidos políticos no pueden, no logran, no saben cómo enfrentar sus crisis internas y menos aún tienen decidido cuál es el camino a seguir en los próximos tiempos, menos sabrán como se puede y debe gobernar un país. El PRI está ahora, una vez definido su liderazgo nacional, es decir, refrendando y reiterando que éste no está en otras manos que no sean las del mexiquense Enrique Peña Nieto, iniciando la pugna de la sucesión presidencial ante la llegada de un personaje cuyo arribo estuvo precedido de grandes polémicas: Manlio Fabio Beltrones. Tanto el PAN como el PRD terminan por desgarrar sus ya de por sí dañadas vestiduras con el cambio de dirigencias que llevan a cabo. Los aliancistas bajan la cabeza, se agachan y permanecen al acecho para adherirse al mejor librado. Morena también habrá de nombrar a quienes tendrán la facultad de dirigir las elecciones del 2018 como prioridad. ¿Y del pueblo hay quien se ocupe?
Aunque todo lo anterior parecería ser un galimatías eterno, no es todo, faltan los que como Miguel Ángel Mancera, llegados al poder bajo una bandera partidista ante lo hecho por los dirigentes marca la “sana distancia” que con anterioridad hundió al tricolor. Sin el menor rubor el jefe de gobierno del DF sostuvo que no pudo respaldar el documento que presentó Carlos Navarrete ante el Consejo Nacional perredista por una simple y sencilla razón: “no soy militante de ese partido; no tengo ninguna participación en ese instituto político”. Para quien en el pasado cometió una deslealtad aún mayor para con Andrés Manuel López Obrador, lo dicho solo puede tener una interpretación muy clara: “el que a hierro mata, a hierro muere”.
Javier Corral y Ricardo Anaya representan en el PAN lo que Peña Nieto evitó en el PRI: el enfrentamiento de dos grupos que tienen en sus archivos el expediente de quien desean llevar a la candidatura presidencial. Aunque también la reagrupación de dos fuerzas que en su momento tuvieron en sus manos la posibilidad de cambiar el rumbo del país y una de ellas va en directo por una especie de reelección, de las cobijadas en las sábanas. Cadáveres y corrupciones así como impunidad son los males que dicen intentarán combatir, cuando la primera parte tendría que ser prohibir entre aquellos a los que habrán de postular para las próximas elecciones, tanto municipales como estatales y federales.
Con estos partidos políticos que incluyen a los aliancistas que se niegan a morir, como es el caso del Verde Ecologista y para quienes toda la protección está dada ante su sometimiento en la aprobación de las reformas estructurales –paso que no dieron los desaparecidos petistas-, son con quienes se pretende continuar gobernando a un pueblo al que día tras día se le hunde en la pobreza, al que se le cierran todos los canales de superación, de educación, de salud, de alimentación adecuada, de vivienda, de empleo con salarios dignos. La pobreza ya la han subdividido para presentar, en el papel, situaciones que hablan de algún progreso mismo en el que no se contempla a los indígenas salvo en días como el de ayer, en el que se celebra una fecha que sólo recuerda su existencia pero que en nada alivia su diario acontecer.


