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Peña Nieto: sangrar a México

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Aun cuando el Estado mexicano es en este momento la vergüenza de América Latina, por el gravísimo retroceso de las instituciones que nos ha llevado a revivir los tiempos tan dramáticos de la dictadura porfiriana, Enrique Peña Nieto ni se inmutó durante su participación en la 22 Cumbre de Líderes de las Economías del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). Para él lo fundamental es que México siga siendo “una de las economías más abiertas del Mundo”, es decir, una de las más entreguistas a los grandes intereses trasnacionales.

Mientras tanto, el descrédito de su “gobierno” sigue creciendo a nivel global, no sólo por las masacres de Tlatlaya y Ayotzinapa, sino por la ineficiencia del régimen para superar contradicciones que debían ser atendidas urgentemente. Los dos sexenios del PAN en Los Pinos dejaron al país en completa bancarrota moral, por la total falta de ética de dos “políticos” que superaron la corrupción de los priístas, lo que parecía imposible. En vez de aprovechar la coyuntura para haber impulsado la fortaleza del vetusto régimen tricolor, Peña Nieto se dedicó desde un principio a tratar de recuperar el récord de corruptelas y entreguismo a la oligarquía de sus antecesores.

En dos años lo consiguió, pero a muy alto costo político que sin duda se le habrá de cobrar sin miramientos. Son ya muy sonoras y firmes las voces que claman que renuncie, como un paso ineludible para tratar de recomponer el aparato institucional. Han sido demasiadas las torpezas y abusos del actual equipo de gobierno, demasiado el desprecio a la sociedad mayoritaria, para que haya visos de salidas viables a los problemas nacionales, que al paso de los meses se iránagravando, porque el grupo gobernante sólo tiene un proyecto: el enriquecimiento rápido.

Así lo constató el director para América Latina de Human Rights Watch (HRW), José Miguel Vivanco, en reciente viaje a la zona guerrerense donde se llevó a cabo la masacre contra los normalistas de Ayotzinapa. En declaraciones a Noticias Univisión, señaló su estupor por lo que está ocurriendo en nuestro país, como consecuencia de la falta de voluntad para gobernar de Peña Nieto, quien sólo se preocupa por su imagen y por hacer negocios (como lo hicieron con absoluto cinismo Fox y Calderón). Lamentó que a Peña Nieto le haya tomado cuatro días, después de los sangrientos sucesos de Iguala, reaccionar y tratar de evadir su responsabilidad diciendo que el problema era de las autoridades de Iguala.

​De ahí lo preocupante de la manera de reaccionar del secretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos Zepeda, quien dijo no estar de acuerdo con el trato que están recibiendo las fuerzas armadas. Afirmó que “no amedrentan al Ejército juicios injustos y erróneos”. ¿Acaso está demandando un fuero que brinde impunidad plena a futuras acciones represivas? Esto puede desprenderse de la advertencia que hizo en Monterrey el pasado lunes. Dijo: “No podemos retroceder en este importante avance que México ha emprendido, en esta renovadora transformación que lo llevará a su destino”. ¿Cuál avance, cuál transformación “renovadora”? Que nos lo explique, porque lo que estamos viviendo es precisamente lo contrario.

Seguramente, la mayor parte de las fuerzas armadas no ve las cosas del mismo modo que el general secretario, porque no obstante los muchos beneficios recibidos por las últimas dos administraciones federales, de los mandos medios para abajo, los soldados siguen teniendo contacto con la ciudadanía, con el México real, no el de cuento de hadas que nos ofrecen los espots en los medios electrónicos.

Lo que nos está ocurriendo es el resultado de tres décadas de completo olvido de la élite gobernante de las necesidades de las clases mayoritarias. Han sido treinta años de duros problemas creados por el grupo en el poder, no por la sociedad. Han sido treinta años de impunidad, de corrupción, de voracidad desmedida de las cúpulas oligárquica y gubernamental. Tarde o temprano tendría que llegar el día de la hartura colectiva, ante tanto abuso y tanto desprecio a las clases mayoritarias.

Lo que más rabia provoca es el cinismo de las élites, las cuales en su ceguera y falta de ética consideran que su manera de actuar y de cometer todo tipo de tropelías es digna de aplauso, no de repudio. Así lo está demostrando Peña Nieto.

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