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¿Por qué se solidarizó el narco con los granaderos de Mancera?

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(07 de agosto, 2019. Revolución TRESPUNTOCERO).- Claudia Sheinbaum anunció que desaparecería el cuerpo de granaderos cuando tomó protesta como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. La primera mujer electa para ser mandataria capitalina y la primera extraída de las filas del movimiento estudiantil. «Una obligación moral con la historia», justificó.

El mensaje de «la Doctora» –como reverencialmente la conocen sus colaboradores– fue potente, y no sólo resonó en la asamblea en Donceles. Trascendió en cárceles, nosocomios, centros psiquiátricos, edificios en ruinas, casas reconstruidas, plazas públicas, oscuros laberintos. Retumbó en la memoria y caló en la entraña de la ciudad.

«Hace 50 años, en este mismo recinto, en medio de la represión al movimiento estudiantil de 1968, en uno de los capítulos negros de la historia, el entonces presidente Díaz Ordaz, dijo: ‘hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene su límite’. Un mes después ordenó la masacre a estudiantes en Tlatelolco».

Claudia ignoraba entonces –o de saberlo, evitó decirlo en voz alta– que la disolución del cuerpo represivo por antonomasia se debió también por motivos de seguridad. Y el lindo speech sobre la «esencia democrática y pacifista del movimiento que triunfó el primero de julio» de 2018 quedó hecho pedazos cuando la Guardia Nacional pisó una estación del Metro.

Sin embargo, respecto a la infiltración del narcotráfico en las filas de la policía, el secretario Jesús Orta reveló que al tomar el control de la corporación capitalina «60% de los mandos» asignados en las 16 alcaldías estaban coludidos o protegían de algún modo a «la delincuencia».

«¿Qué es protección a la delincuencia? Dejar actuar al delincuente sin que yo participe como policía, sin que haga mi trabajo. Insisto, no tengo pruebas, estoy haciendo investigaciones, pero con base en resultados sí puedo tener hipótesis que me dan suficientes elementos», explicó el titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana.

Sólo en el caso de los jefes de sectores, continuó el jefe policial, «se removieron a 40 de 73 directores, además fueron reemplazados dos encargados de zona y cinco regionales, los cuales fueron reubicados en otras tareas». Entre ellos, a los célebres Jefe Neptuno (Álvaro Sánchez Valdez) y al Jefe Marte (Édgar Bautista Ángeles); infames ejemplos a quienes muy bien podría dedicarse «La balada del granadero» de Los Nakos y que fueron reubicados –a modo de congeladora– a la Policía Montada.

El Jefe Apolo al servicio del Mencho

Y también, cómo olvidarlo, Luis Rosales Gamboa: el Jefe Apolo. Definido como «un tipo siniestro, un capo, una manzana podrida, lo peor de la policía en México DF», en palabras de Daniel Gershenson y Jesús Robles Maloof. Fue despedido luego de 45 largos años de servicio. Largos para los capitalinos.

Larga y bien documentada fue también la presencia y responsabilidad del Jefe Apolo en actos de brutalidad policiaca, detenciones arbitrarias, complicidad en robo, acoso y abusos sexuales, y un largo etcétera que retratan en una persona a toda una institución, contra lo que anhelan los nostálgicos de la ley y el orden.

Me detengo en uno de los delitos por los que fue denunciado y que pasó sin pena ni gloria. ¿A qué se refieren Sheinbaum Pardo y Orta Martínez cuando afirman que la administración pasada protegió al crimen organizado?  A la venta de plazas.

«Hay menos policías de los que se estaban reportando, porque hay muchos que han tenido su jubilación, su retiro y no estaban saliendo suficientes policías de la Universidad de la Policía. También hemos encontrado –y por eso movimos a algunos mandos–, me lo dice la propia policía en las visitas privadas, que había venta de plazas, maltratos, en fin».

Con este tono de agobio, la Jefa de Gobierno comunicó lo que descubrió: venta de plazas de la policía. Una irregularidad que también sufrió el Heroico Cuerpo de Bomberos.

No a la protesta social

De acuerdo con fuentes dentro del Antiguo Palacio del Ayuntamiento, los compradores de una base en la Secretaría de Seguridad no eran precisamente civiles en busca de emociones fuertes. A quienes Rosales Gamboa ofreció los sitios al interior de la corporación fue presuntamente a las organizaciones criminales. Su mejor cliente: Nemesio Oseguera Cervantes, el cual se aventuró a fundar una empresa en la capital llamada «Anti-Unión».

Aun cuando dice no contar con elementos para asegurarlo, Orta no descarta esta posibilidad cuando la prensa le pregunta al respecto. Durante los primeros cuatro años de la pasada administración –respondió en entrevista con Sara Pantoja– las organizaciones delictivas operaron «amparadas por la autoridad en diversas actividades».

Según la versión del secretario, Jesús Rodríguez Almeida, Hiram Almeida y Raymundo Collins «no hicieron nada» para combatir a la delincuencia organizada. «Funcionó solito, pero con una diferencia: empezaron a tener asociaciones perversas con el crimen organizado, porque éste no se dio por generación espontánea».

No hicieron nada, salvo cuando hubo que buscar un golpe mediático contra López Obrador y Morena a través del entonces jefe delegacional Rigoberto Salgado: el Ojos y su Cártel de Tláhuac. Ese imperio de la droga al que el Chapo Guzmán temía –nótese la ironía– y al que la Marina tuvo que detener con un golpe ejemplar, un simple piquete de ojos.

La misma fuente reveló que el plan que siguió Miguel Ángel Mancera tuvo como estratega en jefe al entonces secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. El objetivo principal no fue otro que intoxicar a la capital con el olor a pólvora y a sangre que apestó al resto del país. Trastornar la indignación en miedo y neutralizar cualquier protesta. No lo lograron, evidentemente, aunque seguir el plan significó para Mancera Espinosa romper en serio, a profundidad, sin miramientos, con su protector político: Marcelo Ebrard, quien veladamente sigue llamándolo «ese traidor».

La capital fue, desde la hora cero, opositora frontal al regreso del PRI al poder en 2012. Desde la campaña presidencial, el repudio a Enrique Peña Nieto se convirtió en un huracán de jóvenes, estudiantes y activistas identificados por un número: 132. Cifra que más tarde incrementó y mutó en otro hashtag: #YaMeCansé.

No fue el amor por ningún candidato, ni la simpatía por ningún partido, sino el odio hacia aquel símbolo de un copete y la bandera tricolor lo que hizo de la protesta social el enemigo número uno del peñanietismo. El coordinador de la estrategia represiva fue un policía: Osorio Chong. Y a quien eligió y designó como operador fue precisamente a un policía: Mancera.

Osorio y Mancera nunca han sido otra cosa que policías. Y lo único que tuvieron que hacer –uno como secretario de Estado y el otro como Jefe de Gobierno– fue romper la burbuja. Negar la presencia de los cárteles en la Ciudad de México y, al final, maquillar las cifras de delitos (tarea cuyo refinamiento perfeccionó torpemente Edmundo Garrido Osorio) fueron parte del proceso de vender la plaza al mejor postor, no necedad ni negación, como se insiste. ¿Fue una novedad la solidaridad que mostró Chong ante el proceso de desaparición de la Policía Federal? ¿Sería una sorpresa que expresara lo mismo ante la disolución de los granaderos?

Nunca reconoció la presencia de alguno de los tres, ni su potencial peligro, para no mandar un mensaje equivocado: no hay favoritismos, el Antiguo Palacio del Ayuntamiento es un árbitro profesional.

«Desde que era procurador, Mancera ha negado esa presencia en la capital. Durante una década no se ha salido de ese discurso. Dice que no hay cárteles, sino células», escribió Jorge Carrasco Araizaga. «Es el mismo discurso estadounidense: que dice no tener cárteles, sino sólo distribuidores en el que es el mercado más grande para las drogas».

Respetando las leyes del mercado, el Gobierno de la CDMX dio esteroides al Cártel Tepito para que compitiera en igualdad de condiciones con Sinaloa y Jalisco Nueva Generación (los amigos del Gobierno Federal), aunque todos los involucrados obtuvieron jugosas ganancias en dicha operación.

Yo no voté por él

Con Mancera, los chilangos vivimos bajo el imperio del tolete y los arrestos a diestra y siniestra, igual que en las décadas de esplendor priista de los Regentes del D.F. Paralelamente y no por mera casualidad, vimos a los inofensivos narcomenudistas convertidos en capos hechos y derechos como El Betito, o en sanguinarios mercenarios como El Pistache.

También, atestiguamos detenciones de leyendas del narcotráfico como Dámaso López, El Licenciado, a la luz del día, en medio de avenida Ejército Nacional. Entre tanto, la policía secuestró a universitarios al salir de clases (Sandino Bucio) o disparó al interior de las facultades (Miguel Ángel Ordaz), mientras periodistas y defensores de derechos humanos refugiados en la capital eran asesinados «por estar en el lugar y en el momento equivocados» (Nadia Vera y Rubén Espinosa). Sólo si a Mancera lo apodaran «El Negro» y se apellidara «Durazo», podría comprenderse la vieja relación entre narcotráfico y represión en la Ciudad de México.

A algunos compañeros nos enorgullece algo que vale aún como una pregunta pertinente. Si en 2012 triunfó la opción de votar en la capital para que no regresara el PRI, ¿por qué regresó el PRI a la CDMX? ¿Y por qué regresó el peor PRI –el que se dice de izquierda y progresista– votando contra él?

Nosotros no votamos por ninguno, ni siquiera anulamos nuestra boleta. Ello no impidió que Mancera se convirtiera en el mandatario capitalino más votado de la historia. Léase bien: el más votado, con mayor legitimidad, con el respaldo más importante de la ciudadanía, por encima de Ebrard, Sheinbaum y del mismísimo López Obrador.

En ese momento, ingenuos, sólo fans de NWA y militantes de A.C.A.B., no lo apoyamos por el perfil policiaco y su historial en la burocracia. Nunca creímos que junto a la represión, Mancera entregaría la ciudad al narcotráfico, con todo y corporaciones policiacas. Lo padecimos en carne propia. Pero si algo podemos compartir ahora es la certeza de que los narcogranaderos no fueron invencibles.

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