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“Precioso ya te vas a ir con tu familia, ya no estarás solo”; rastreadoras crean la sistematización de la memoria histórica de los desaparecidos

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(22 de abril, 2021. Revolución TRESPUNTOCERO).- Manki Lugo Torres es también conocida como “la reina de la varilla”. En 2015 inició la búsqueda de su hijo en fosas clandestinas de El Fuerte de Sinaloa.

Al unirse a la brigada de Las Rastreadoras aprendió que para la búsqueda y excavación de fosas usaría un palo de madera con punta que le serviría para “picar la tierra” y ubicar si en la zona había un cadáver.

La mujer de poco más de sesenta años fue la primera en sustituir el objeto de madera por una varilla, acción que se adoptó de inmediato en el grupo y se ha extendido a todos los colectivos de búsqueda del país.

“Un día, en una búsqueda me encontré con una corona de papel, de esas que usan los niños chiquitos y me la puse en la cabeza. Y les dije a mis compañeras: ‘llegué al monte como plebeya y salgo como una reina’. Una de ellas me dijo: ‘eres la reina de la varilla’ y así se quedó”, comenta Manki Lugo.

Una o dos veces por semana, Manki sale de su casa a las seis de la mañana para visitar junto a un grupo de sus compañeras algunas zonas que han sido señaladas como posibles ubicaciones de fosas clandestinas.

“Llego al lugar y comienzo a gritarles por sus nombres. ‘Hugo, Juan, José, Sofía, ayúdennos a encontrarlos’. A los árboles, a los montes, a la naturaleza les grito que nos ayuden a identificar dónde está el cuerpo de ese hijo, esa hija, ese hermano, ese padre que no regresó”, comenta Manki Lugo a Revolución TRESPUNTOCERO.

Ellas les hablan a los cuerpos

“Ellas, las mujeres que buscan familiares en fosas clandestinas les hablan a los cuerpos, es así como en ese entorno donde todos los demás veríamos horror, ellas crean un acto de amor que dignifica y restituye la condición humana de aquellos muertos.

“Manki es el claro ejemplo, ella ha encontrado muchos cuerpos y a la llegada a las zonas de búsqueda en mi memoria mantengo la imagen de como comienza a hablarle a los cuerpos, les decía: ‘plebes jálennos los pies’, o ‘cerros regrésennos lo que es nuestro’, es un diálogo entre ella que busca y la naturaleza.

“Cuando hay exhumaciones también conversan con los cuerpos. ‘Precioso ya te vas a ir con tu familia’, ‘ya te vas a ir de aquí’, ‘ya no vas a estar solo’. Ver esa relación entre los vivos y los muertos es impactante. Ellas hacen una irrupción violenta de estos dos mundos y muchos ciudadanos de a pie o quienes investigan el tema desde distintas disciplinas no estamos observando”, comenta a Revolución TRESPUNTOCERO la antropóloga social Paola Alejandra Ramírez González.

La experta que dio acompañamiento a Las rastreadoras durante un año reconoce que no se puede entender las restituciones de cuerpos sin sumergirse en las búsquedas. La brigada integrada en su mayoría por mujeres, incluso, enseñan a los forenses a tratar a los cuerpos.

“Deben ser levantados con cuidado porque luego usan prácticas incorrectas, exhuman de prisa y sacan cuerpos como si fueran solamente objetos. A ellas les duele ver esto, ellas no pueden exhumar porque es una práctica no permitida pero si pudieran lo harían mucho mejor”, comenta Ramírez González.

La labor de las mujeres que rastrean fosas es ardua y sinuosa. Sin embargo, las altas temperaturas, la falta de seguridad y las zonas peligrosas no impiden que ellas desplieguen su parte afectiva que deriva en un diálogo con los muertos.

“Verlas hablar con los muertos es una experiencia que genera un alto impacto y cambia la perspectiva sobre el horror de las fosas clandestinas así como también lo hace la manera en que se vinculan a los desaparecidos que descubren aunque no sean sus familiares. Al encontrar un cuerpo, ellas encuentran un tesoro y los dignifican”, describe la también psicóloga Ramírez González.

“Vertederos de restos humanos”

En 2014, las familias pedían el regreso de sus desaparecidos pero la consigna de encontrarlos no era frecuente, “lo importante hasta ese momento era generar una ley de desaparición forzada pero la búsqueda no era tema central.

Fue hasta 2015 cuando encontrar a los desaparecidos se posicionó en el centro de la agenda, se comenzó a hacer visible la necesidad de establecer conocimientos técnicos, científicos y sociales para poder abordar la búsqueda con una estrategia.

“Ayotzinapa fue la tragedia que logró catapultar el tema de las búsquedas y hacerlo visible entre los medios y organizaciones defensoras de derechos humanos. También se evidenció el patrón de violencia que ha padecido este país y donde la participación de las policías municipales era frecuente”, explica a Revolución TRESPUNTOCERO la doctora en socióloga Carolina Robledo Silvestre.

La labor de las rastreadoras comenzó en 2015. Con el paso del tiempo han ganado experiencia en las búsquedas, sin embargo, ellas continúan enfrentándose a la materialidad de la muerte violenta y actualmente las buscadoras describen a las fosas clandestinas como campos de exterminio y “vertederos de restos humanos”.

Bajo la promesa “te buscaré hasta encontrarte”, Mirna Medina Quiñónez dio inicio al rastreo de fosas clandestinas y excavación en la búsqueda de su hijo Roberto.

El 14 de julio de 2014, Roberto Corrales Medina desapareció. Se presume que fue detenido por la policía municipal de El Fuerte y subido a una camioneta negra, nunca más se le volvió a ver.

Tres años más tarde, en septiembre de 2017, la fundadora de Las rastreadoras de El Fuerte, la mujer que se atrevió a salir a las zonas lejanas de la ciudad, a los cerros, a las barrancas en busca de fosas clandestinas, encontró a Roberto.

Lo encontró “hecho pedazos”. Los restos óseos de la cadera hacia bajo no estaban en la fosa clandestina, recordó Mirna Medina. Quien tras confirmar la identidad de su hijo quiso retirarse un tiempo para vivir su duelo pero decidió quedarse y continuar buscando los cuerpos de otros hijos, hijas, madres, padres, hermanos.

“Recordé que mis compañeras y hermanas buscaron a mi hijo con mucho amor y dedicación.  No tuve valor para abandonar al grupo y aquí estoy”, explica Mirna Medina.

A siete años de su labor de búsqueda de desaparecidos en fosas clandestinas, las formas de buscar y exigir identidad para los cuerpos ha evolucionado, comenta.

Lo que inició como un pequeño grupo de mujeres atentas a mensajes anónimos que les indicaban posibles ubicaciones de fosas clandestinas. Hoy es una brigada fortalecida que cuenta con amplias bases de datos de desaparecidos “que ni siquiera las autoridades de este país han podido crear”, asegura Mirna Medina durante una entrevista con Revolución TRESPUNTOCERO.

Las rastreadoras han localizado 218 cuerpos en fosas clandestinas, también han ayudado a identificar a las víctimas gracias a la evolución de su método de búsqueda. Que ahora se basa en un sistema constituido por dos bases de información que contienen rasgos de los desaparecidos, descripción física, entre otros detalles de la personalidad de quien se busca.

Reconstrucción de la memoria histórica

En 2017, la socióloga Carolina Robledo Silvestre contactó a las rastreadoras de El Fuerte para conocer el proceso de búsqueda. “Lo primero que se identificó fue que no había un proceso de sistematización, un proceso de memoria de todo ese camino recorrido por ellas y era necesario que esto fuera documentado.

“Conversamos y de ahí surgió la propuesta de poder construir dos bases de datos que ellas pudieran usar de manera intuitiva, con lenguaje accesible, sencillo, en excel y que todo esto permitiera que comenzaran a organizar toda la información que hasta entonces no había sido sistematizada”, comenta Robledo Silvestre.

El proyecto comenzó en 2016. Las buscadoras tenían en su poder una memoria vivida de todos los momentos de búsqueda, hallazgos, identificación de restos y eso les permitía tener precisión sobre los datos. Tales como que día habían salido a una búsqueda, a quienes habían encontrado, en qué condiciones, en qué lugar, de qué manera.

“A partir de ahí comenzamos a trabajar en un proceso de reconstrucción de la memoria histórica retomando algunas experiencias metodológicas que se han trabajado sobre todo en  países de Latinoamérica como Guatemala, Colombia y Perú. Esto para poder producir colectivamente el recuerdo sobre lo que sucedió en el camino andado.

“Realizamos talleres en donde se les pidió a las buscadoras que trazaran un mapa o lo que también se conoce como cartografía social. Los mapas mostraban los lugares de hallazgo en toda su materialidad, cuántos cuerpos, en qué condiciones, si eran hombres o mujeres, si tenían marcas de violencia visible”, explica la socióloga.

La memoria indicaba que algunos cuerpos estaban atados de manos, otros tenían cinta adhesiva en la boca. Otros estaban amordazados, tenían casquillos o detonaciones de bala en algunas partes o el tiro de gracia.

Las buscadoras guardaban todos esos detalles que se convirtieron en las máximas fuentes que al darles orden y sistematizarlas en la base de datos se convirtieron en un compendio de valiosa información para las familias.

“También se nutrió con información de la prensa ya que algunos medios habían cubierto esos momentos de hallazgo y algunos de identificación de restos. Tras la labor de enseñanza para crear las bases regresé a Sinaloa de forma constante para poder ayudar a corroborar la información, entregar más datos. La idea es que las buscadoras pudieran hacer propio este proceso para que les fuera útil a la hora de abordar sus casos jurídicamente pero también socialmente sin necesidad de tener a una experta en la oficina. Ahora, ellas lo hacen de manera independiente”, comenta Robledo Silvestre.

La primera base de datos es puntualmente sobre personas desaparecidas. Las buscadoras poseen fichas de búsqueda que desarrollaron de manera intuitiva. Dicha información es útil para lanzar una alerta a la hora de pedir apoyo en la localización de la persona.

“Estos datos documentados se digitalizaron porque estaban en papel y carpetas, las más recientes estaban en computadora pero no tenían un orden específico. Al capturar todo este material en una base de datos se podía ver la información en su conjunto. Eso es de suma importancia porque permite analizar de manera más completa y se pueden cruzar variables e identificar frecuencias y realizar análisis valiosos que permiten descubrir patrones de victimización y patrones en el modus operandi de las desapariciones forzadas”, indica la doctora Robledo.

Este primer esquema de información se nutrió con el trabajo que hizo la antropóloga forense, María López, que estuvo trabajando durante cuatro meses muy de cerca con las buscadoras y durante ese tiempo logró recuperar datos adicionales para construir una base de datos de desaparecidos mucho más densa, indica Robledo.

“La palabra ‘densidad’ es muy importante porque lo que buscamos con esa base de datos es ir un paso más allá para lograr construir un perfil de la persona desaparecida, uno un poco más completo porque generalmente lo que sabemos de las personas desaparecidas es que son jóvenes, en su mayoría entre los 19 y 25 años de edad, y dependiendo de la región ese rango puede variar.

“También se desarrolló la intuición, que surgió gracias al trabajo etnográfico con un corte mucho más antropológico, que los jóvenes desaparecidos pertenecían a zonas precarizadas, que venían de hogares con pocas oportunidades de desarrollo económico, escolar, laboral, elementos que de alguna manera los ponían en riesgo de una desaparición”.

Con esto, señala Robledo, no se habla de una relación directa entre una situación económica precaria y la desaparición. “Pero hemos visto en México un patrón de desapariciones en jóvenes de barrios marginados y del campo que ha sido desmantelado. Estos jóvenes están cercados por diferentes grupos criminales y del Estado, hay también un mercado ilegal que de alguna manera los recluta: ‘o trabajas para mí o estás contra mí’, también hay un reclutamiento a través de la adicción.

“Ellos quedan atrapados en este universo de ilegalidad que permea casi todo el territorio mexicano. Por ello es de suma importancia dar cuenta en esa base de datos de los rasgos y características que tienen las víctimas y así entender por qué desaparecen”.

Hasta hace pocos años la desaparición forzada en América Latina se consideró un crimen relacionado con la persecución política, la represión política y estaba orientada sobre todo a disidentes políticos.

Las principales preguntas en México, desde que la desaparición se comenzó a configurar como un crimen masivo, fueron: ¿Quiénes están desapareciendo? y ¿por qué los están desapareciendo?, explica Robledo Silvestre.

“Vimos que los patrones de desaparición ya no tenían un carácter político y sí tienen que ver con un uso extensivo de la violencia para controlar territorios, para deshacerse de poblaciones que pueden considerarse incómodas y también para ejercer control sobre comunidades. Comenzamos a observar otros móviles cuando empezamos a entender los perfiles de las personas desaparecidas.

“La base de datos número uno tiene el propósito de intensificar los perfiles y a partir de esto reconocer cuáles son los patrones que dan paso al crimen de la desaparición forzada”, señala la socióloga.

Una cartografía social de la desaparición forzada

El contenido de la segunda base de datos tiene que ver con los hallazgos de fosas clandestinas en el norte de Sinaloa.

En ella se sistematiza la localización de cuerpos. Durante una conversación entre la doctora Carolina Robledo y las buscadoras surgió la idea que “la justicia no es posible aún”. Lo que ella considera “un rasgo común de la experiencia de familias que tienen personas desaparecidas en México. No hay una institución legítima que pueda ofrecer justicia y la impunidad es casi total.

“Ni siquiera en casos emblemáticos como Ayotzinapa vemos una voluntad política para que los casos sean esclarecidos y se haga justicia entendida como el castigo a los responsables. Las buscadoras dicen que si no hay posibilidad de justicia sí debe haber forma de conocer que sí hay desaparecidos por lo que ellas tenían la convicción de documentar la problemática”.

Es así que cuando la verdad jurídica falla, la capacidad que tiene la sociedad civil organizada puede producir verdades, asegura Robledo.

“Si la verdad jurídica está ausente, la sociedad civil moviliza todos sus recursos para construir verdades sociales porque es una manera de decir que esto sí sucede. Las buscadoras querían que hubiera constancia de que las desapariciones existen porque siguen siendo negadas. Por ello han hecho un trabajo arduo para encontrar a las personas desaparecidas. A muchos los han encontrado en condiciones de crueldad, en condiciones que no son dignas para los seres humanos, en condiciones en las que nadie debería de morir”.

Bajo ese principio las rastreadoras iniciaron la documentación de una cartografía social y se comenzó a realizar mapas de las zonas donde hubo hallazgos y también les interesaba reconocer los patrones geográficos de los hallazgos de las fosas y a partir de ahí realizar análisis de manera exploratoria. “Esta base de datos es un proceso vivo que no se acaba y entre más se alimente más análisis se podrán hacer”, asegura Robledo Silvestre.

En el caso de esta base de datos —número dos— permite hacer un análisis geográfico para entender la relación de la desaparición de personas con el territorio.

“Se entiende que hay una relación de la violencia con el territorio, ya sea porque hay un interés sobre los recursos, sobre las poblaciones o porque hay interés de controlar corredores o porque hay fronteras o porque hay bordes. Esta base de datos ayuda a entender cuál es la situación geográfica de la desaparición forzada y de las fosas clandestinas”.

La doctora Carolina Robledo Silvestre explica que la manifestación del poder que tienen los grupos armados no solamente se ejerce a través de la muerte de una persona sino que se ejerce también a través de su enterramiento clandestino.

“La sistematización de los datos obtenidos en las búsquedas que tienen una estructura arqueológica hasta ahora son poco visibles en los análisis que se hacen sobre hallazgos de fosas clandestinas en México, es decir, no se pone atención muchas veces en dónde está ubicada la fosa, a que profundidad, si fue un enterramiento parcial o completo, si es un hallazgo en superficie y otras características como la posición del cuerpo.

“Esto nos permite ver con otro lente mucho más cercano qué está pasando con las fosas clandestinas porque también es una forma de lenguaje la manera en que se expresa la crueldad y la intencionalidad de quienes ejecutaron esos crímenes, así también se puede observar lo que quieren comunicar y también hay evidencias en la forma en que son tratados los cuerpos”.

En los años subsecuentes a la elaboración de estas bases de datos las buscadoras han seguido alimentándolas con la documentación que obtienen de sus búsquedas en campo. Finalmente ellas se han apropiado de la tecnología y pueden vaciar los datos casi en tiempo real lo que hace que los análisis tengan una mayor precisión.

Un panteón forense

Mirna Medina asegura que a lo largo de estos años han trabajado no solo explorando fosas sino también en sembrar en la sociedad la cultura del “desaparecido con dignidad”. El objetivo es erradicar la revictimización y no se mantenga la idea de que toda persona que desaparece “era un delincuente”.

“La inseguridad no respeta ni status social ni clases, cualquiera de nosotros puede ser desaparecido y no precisamente por ser un delincuente. También hemos trabajado en otros aspectos y hemos avanzado mucho.

“Pasamos de realizar búsquedas con palos de madera a usar varillas y otros implementos de búsqueda y evolucionamos a crear bases de datos, también a partir de la presión ejercida por las familias de desaparecidos logramos tener un laboratorio de genética en el estado”, asegura Mirna Medina.

Sin embargo, para fundadora de Las rastreadoras no basta con un laboratorio y se requiere también un panteón forense. El objetivo de ese espacio es colocar los cuerpos que por ahora están en fosas comunes después de construir un padrón con la información genética de cada uno y así hacer más fácil la identificación de los mismos.

“Las buscadoras hicimos un proyecto para el panteón forense a fin de que los cuerpos no se fueran a una fosa común y se perdieran las posibilidades de darles una identidad; en 2019, el subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración, Alejandro Encinas se enteró del proyecto y dijo que estaba aceptado y se daría paso a la construcción de un instituto forense en el estado.

“Pero ya se van a cumplir dos años desde que lo aceptó y aún no se concreta nada. El país está en una emergencia forense y es necesario trabajar en el proyecto porque de nada sirve que hayan cientos de familias encontrando cuerpos cuando estos se apilan y después se van a una fosa común que hace que vuelvan a desaparecer y ya no sirvió de nada salir, buscar y encontrar, y seguirá sin servir si no hay una respuesta a la identificación de esos restos”, asevera Mirna Medina.

La misión es compleja, reconoce Mirna, ya que la creación de un panteón forense significa que se tendrá que exhumar gran cantidad de cuerpos así como trabajar con peritos que se comprometan a determinar la causa de la muerte y la probable fecha de esta.

Mientras Las rastreadoras esperan la respuesta del gobierno federal al compromiso hecho, dos veces por semana continúan saliendo a campo en busca de más “tesoros”, como les llaman a los cuerpos que ocupan las fosas clandestinas de la región de El Fuerte, Sinaloa.

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