Bordar es una tarea compleja, requiere dedicación y tiempo. De esa forma, todas las personas involucradas en el bordado de los pañuelos realizan un trabajo simbólico: la reconstrucción de historias que para muchos pasaron desapercibidas.
Quienes bordan no necesariamente perdieron un familiar directo, y al mismo tiempo, sí: “perdemos, en cada hombre asesinado o desaparecido, a otro como nosotros”. En ese sentido, Bordando por la paz busca crear conciencia y empatía entre los ciudadanos.
La colocación de los pañuelos exige un recorrido a través de todas las historias y la otra historia, la del país, que se ya ha llenado de sangre. Parece un ejercicio de luto que no se limita a la resignación. Los participantes del colectivo se enfrentan al incremento diario de nombres a la lista de homicidios y desapariciones forzadas.
Casi como un hilo de sangre, el hilo rojo atraviesa el pañuelo blanco, lo marca con nombres, lugares, anécdotas que si pasaran en un diario quizá nadie las leería. La información llega de distintos lugares: bases de datos, personas que relatan su tragedia familiar, notas de periódicos. Aquí es difícil voltear la vista, no se puede cambiar de canal. Caminar entre los pañuelos fuerza a leerlos, a conocer algunos de los nombres.
Entre un pañuelo y otro, es imposible no reencontrarse con uno mismo, sentir empatía por todas esas víctimas y las familias fragmentadas. Mientras tanto, mujeres y hombres siguen bordando las historias que no dejan de acumularse. Se necesitan más manos para poder hacer el verdadero memorial con los nombres de todos los caídos.