Como en los tiempos de Jesús, quien está al frente del Ejecutivo tiene la facultad de multiplicar los panes, pero sólo para sí mismo y sus más allegados, no para la plebe hambrienta. En menos de dos años al frente de las instituciones del Estado, Enrique Peña Nieto tiene bienes que millones de mexicanos jamás podrán ver ni aunque vivieran diez siglos. No esperó, como lo hacían sus antecesores, el fin del sexenio para empezar a invertir sus fabulosos ingresos. Lo hizo apenas al llegar, seguramente porque no creyó necesario aguardar tanto tiempo.
No son “señalamientos infundados”, mucho menos “un sinnúmero de versiones y falsedades que no tienen sustento alguno”, las informaciones dadas a conocer sobre las mansiones que poseen él y su esposa Angélica Rivera. Tan son ciertas que la señora, obligada por las circunstancias, decidió informar que pondrá en venta la casona ubicada en Paseo de Las Palmas 1325, la cual adquirió como “pago a sus servicios como actriz por parte de Televisa”, empresa donde laboró durante 25 años. Además, el consorcio televisivo le entregó 88 millones 631 mil pesos más IVA, para finiquitar su contrato de exclusividad.
Cuando a más de 50 millones de trabajadores se les regatea el salario mínimo, vemos que Televisa paga salarios extraordinarios a sus actrices, comparables a los que devengan las divas de Hollywood. Tan es así que hasta pudo comprarse también, según informó, la mansión conocida como la “Casa Blanca”, que colinda con la de Las Palmas por la parte trasera, en la calle de Sierra Gorda 150 en las Lomas de Chapultepec. El lado positivo de todo este molesto embrollo, según Peña Nieto, es que quienes tienen alguna responsabilidad pública, estarán obligados “a ser muy claros en cuanto al patrimonio que hemos formado, a ser transparente en aquello que tenemos”. Vaya cinismo.
Sin embargo, Peña Nieto afirma que este caso se está aprovechando para hacer protestas “que a veces no está claro su objetivo”, que lo que buscan quienes protestan lo hacen “para desestabilizar al país y atentar contra el proyecto de nación que está impulsando su administración”. Es obvio que su juicio no se funda en la realidad, pues las protestas tienen fundamentos muy precisos, así como los objetivos que persiguen quienes han decidido no seguir cruzados de brazos, viendo cómo una camarilla inescrupulosa acaba con nuestro atribulado país.
Son absurdas tales afirmaciones, pues quienes están desestabilizando al país son precisamente quienes integran la cúpula de la clase política por servir fielmente a los intereses de una élite oligárquica voraz y apátrida. El objetivo de las protestas en este momento es muy claro: poner fin a la impunidad de que gozan los miembros del selecto grupo que tiene como rehén al Estado. Se quiere un país donde no tenga cabida el cinismo de la alta burocracia, un sistema político fundado en la democracia real, no en la simulación fascista que todo lo corroe. Claro que se protesta, con sobra de juicios, contra el “proyecto de nación” de la camarilla salinista que quiere los bienes nacionales para su exclusivo usufructo.
Si eso no lo quiere entender Peña Nieto, demuestra sólo dos cosas: que carece de una elemental visión del Estado, o que de plano la ciudadanía no le merece el menor respeto. Conforme a la experiencia de estos dos años del sexenio, parece que reúne ambas cosas, lo que resulta muy preocupante porque los meses venideros serán terribles para los mexicanos comunes, pues a los graves problemas económicos se habrán de sumar los políticos, surgidos de la desestabilización que está creando con sus acciones la clase política al servicio de un grupo de oligarcas que sólo apetece más riquezas y privilegios.
Lo más factible es que las protestas sigan adelante, cada vez mejor organizadas y con más presencia ciudadana, donde no tendrán cabida los provocadores disfrazados de “anarquistas”, por la total falta de oficio político de Peña Nieto. También lo más probable es que cumpla sus amenazas de reprimir a la ciudadanía contestataria. El que saldrá perdiendo será él, porque demostrará que su “proyecto de nación” no es otro que acabar de desmantelar al Estado. La demagogia simplista del dirigente del PRI, César Camacho Quiroz, se reducirá a su verdadera expresión: pura palabrería hueca. Y todavía tiene el descaro de afirmar: Los priístas “nos merecemos la victoria”.