En días pasados vimos cómo el deseo de hacer dinero rápido con las apuestas ilegales puede llevar a que partidos de una liga tan importante como la Serie A italiana sean arreglados por los jugadores, los directivos e incluso entrenadores y árbitros. Pero a veces no es el dinero sino la política lo que interfiere en el espíritu deportivo, y entonces incluso la competición más vista en el mundo puede verse empañada por resultados dudosos. La siguiente serie presenta los partidos mundialistas que han despertado más indignación y suspicacias por la manera en que se desarrollaron.
Italia 1934: el balón ponchado por el fascismo
(23 de mayo, 2014).- Junio de 1934, el dictador italiano Benito Mussolini estaba por cumplir doce años en el poder. Los seleccionados locales habían recibido la orden de “vencer o morir” en cada partido, pero para no encarar la muerte recibieron una sustancial ayuda de los árbitros. El récord de las irregularidades se alcanzó durante los encuentros con el representativo de España por los cuartos de final, en los cuales los silbantes parecieron salir a la cancha con los ojos vendados.
Al minuto 31 del encuentro Italia-España en los cuartos de final de la Copa Mundial de Fútbol de 1934, “La Roja” adelantó con un tanto de Luis Regueiro. Pero los italianos no se resignaron a encarar el descanso con ese marcador, así que ya al filo del medio tiempo el delantero Angelo Schiavio inmovilizó al arquero español, Ricardo Zamora, permitiendo que su compañero Giovanni Ferrari marcara el gol del empate. El árbitro de ese partido era el belga Louis Baert, quien simplemente dejó pasar la “jugada”.
En aquel mundial se cambiaron las reglas de eliminación, por lo que al quedar empatado el partido 1-1 no se procedió a una ronda de penaltis sino a la celebración de un desempate al día siguiente. Quizá por este motivo, durante el segundo tiempo del encuentro los jugadores italianos se dedicaron a diezmar al seleccionado español: siete jugadores ibéricos no pudieron disputar el desempate por las lesiones sufridas el día anterior, incluyendo al portero, quien sufrió la fractura de dos costillas sin que el árbitro marcara siquiera una falta.
Para el desempate siguió la estela de españoles lesionados en dudosos movimientos por los seleccionados italianos. Esta vez el partido fue silbado por el suizo René Mercet, quien no sólo se mostró tan ciego como su colega belga ante el “juego rudo” de los locales, sino que anuló dos goles legales de España y dio por válido un tanto de Giuseppe Meazza que definió el encuentro. Para que Meazza pudiera anotar, Attilio Demaría obstaculizó al golero español Juan Nogués, quien había sustituido a Ricardo El Divino Zamora.
El encuentro concluyó con un apretado 1-0 a favor de los italianos, pero tanto Louis Baert como René Mercet fueron posteriormente expulsados de la FIFA y el segundo también fue dado de baja por la Federación Suiza, por lo que nunca más pudo pitar un partido profesional de fútbol. Italia acabaría ganando ese Mundial a Checoslovaquia en otro cuestionado encuentro.
Los italianos lograron reivindicarse cuatro años después al defender su título en el Mundial de Francia 1938, donde se convirtieron en el primer seleccionado bicampeón de la mano del legendario Giuseppe Meazza, quien fue la primera “estrella” de la historia del fútbol: antes de él, ningún jugador “tuvo patrocinadores y recibió un sueldo extra por cosas que no tenían que ver directamente con el balompié”, como asienta el diario deportivo Marca.
Sin embargo, la calidad de los jugadores no bastó para limpiar el cúmulo de irregularidades que comenzó con la designación de Italia como sede mundialista: al serle concedida la organización de la justa, el Comité Organizador era dirigido por el secretario general del Partido Nacional Fascista y el presidente de la Federación Italiana de Fútbol, Achille Starace y Giorgio Vaccaro; y en el que la selección italiana puso en las canchas a cinco jugadores que fueron nacionalizados unos meses antes del Mundial, por lo que no cumplían el plazo de tres años que se exigía para cambiar de camiseta.