“Muerto el Rey, ¡Viva el Rey!”. Francisco tuvo una muerte paradójica: se fue un día después del Domingo de Resurrección. Sus últimas palabras al público, leídas por un clérigo asistente, resumen en alguna medida su apostolado: “Renovemos nuestra esperanza y nuestra confianza en los demás, incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas, trayendo costumbres, formas de vida e ideas desconocidas. Porque todos somos hijos de Dios”. Luego el silencio, el más absoluto y definitivo de todos.
Para quienes, como yo, la institución eclesiástica es un artefacto vetusto y rebasado, la llegada del cardenal Bergoglio significó algo más que nuestra pura atención cautiva. Su aparición en el balcón de San Pedro el día de su asunción como Papa aún nos arranca discretos suspiros de nostalgia; por decisión propia, optó por un atuendo blanco, sin oropeles. Muchos agradecimos esa declaración de principios. Para un medio entregado a las claves de la liturgia y el ritual, la sotana alba de Francisco debió vivirse como un infarto en el corazón del protocolo.
Al Vaticano, así lo pensamos, llegó una persona de carne y hueso, y no, como estábamos acostumbrados, un protagonista de cartón piedra, siempre solemne y suntuoso. Este Papa reía y bromeaba, daba consejos a los recién casados -a quienes invitaba a pelearse todo lo que quisieran, siempre y cuando se contentaran antes de irse a la cama- y no tenía empacho en mostrarse molesto cuando la excesiva misericordia de algún feligrés perdido en San Pedro, atrapaba su mano más allá de lo debido -todos recordamos el célebre: “¡No seas egoísta, no seas egoísta!”, acompañado de un par de enérgicos pero santos manotazos-.
La campechanería de su discurrir como Papa, sus chistes sobre el futbol y las sanciones que acometió en contra de los sacerdotes pederastas y encubridores, le dieron un toque de decencia y mundanidad -en el mejor de los sentidos- que permitió un cierto acercamiento con la Congregación de los Descontentos, quizá la más populosa de todas las que conforman a la Iglesia Católica. Francisco acercó su Iglesia a los que ésta dejó postergados.
El New York Times recoge las declaraciones del cardenal italiano -y célebre conservador-, Camillo Ruini, quien con absoluta claridad comprendió el legado del papa sudamericano; apenas concluyó el funeral de Francisco, Ruini dijo al Corriere della sera: “los que están a favor de Francisco son en su mayoría laicos, mientras que los que están en contra son a menudo creyentes”.
Su llamado a la integración de los sacerdotes homosexuales: “¿quién soy yo para juzgar?”, declaró salomónicamente cuando fue interpelado al respecto.
Al margen de las formas de Francisco, de por sí inéditas, el contenido de su papado levantó olas reaccionarias. Su llamado a la integración de los sacerdotes homosexuales –“¿quién soy yo para juzgar?”, declaró salomónicamente cuando fue interpelado al respecto-, la bendición que prodigó a los matrimonios entre personas del mismo sexo, sus constantes llamados en favor de los migrantes de todo el mundo, así como sus críticas a los efectos del capitalismo salvaje, dejó una estela de algo más que ceños fruncidos entre las facciones más conservadoras de la Iglesia. Sus reformas alcanzaron la organización misma de una institución diseñada para que el tiempo no haga mella en su estructura.
Por ejemplo, Bergoglio apostó por la transparencia financiera de la Iglesia, promovió la participación de laicos, hombres y mujeres, en la toma de decisiones en diferentes órganos de esa institución, concedió una mayor representación en el Colegio Cardenalicio -el encargado, entre otras cosas, de elegir al nuevo Papa- a ciertas regiones del mundo históricamente relegadas. Medidas que serían leídas por algunos, curiosamente los más conservadores, de dicotómicas. Las políticas de Francisco marcaron una clara división entre algunas de las facciones que configuran a la Iglesia Católica. Por un lado, los que con Francisco apostaron por una Iglesia militante, liberal -si cabe-, cercana a los pobres, crítica a la desigualdad y a los efectos perversos del sistema económico, y otra más proclive a la economía de mercado y sus representantes, centrada en sí misma y ajena, incluso contraria, a las nuevas manifestaciones culturales y sociales.
El semanario Desde la fe, “órgano de formación e información de la Arquidiócesis Primada de México” -según advierte su perfil digital-, tomó cartas en el asunto. En la editorial del 27 de abril se apresuraron a despojar de contenido ideológico el paso de Francisco por la Iglesia. “Encasillar al Papa Francisco -se lee en el balazo de la entrada en categorías ideológicas no solo es una injusticia con su persona y su misión, sino una profunda incomprensión del Evangelio que él estuvo llamado a custodiar”.
Y continúa: “Mientras el mundo despide el paso en esta vida del Papa Francisco, no faltan voces que, en lugar de profundizar la riqueza de su magisterio y labor pastoral, buscan reducirlo a etiquetas como ‘progre’, ‘progresista’, ‘conservador’, ‘liberal’ o ‘tradicionalista’”. Curiosa colección de “etiquetas”, sobre todo las de “conservador” y “tradicionalista” – ¿quién lo creyó así? -; parecería que ambas fueron sembradas allí para quitarle protagonismo a las que, con razón, acompañaron todo su papado y que fueron utilizadas como arma arrojadiza. Claro, como si ser “progresista” o “liberal” fuera una mancha en una institución que sistemáticamente ocultó e ignoró actividades tan odiosas como el hostigamiento o violación a menores de edad.
“Etiquetarlo, juzgarlo, minimizarlo desde categorías humanas es un error profundo”, concluyen, como si el proceso que redunda en la elección de un Papa o el ejercicio de sus facultades a lo largo de su pontificado no esté marcado por la política, tan humana.

Nadie debería llamarse a sorpresa. Este particular ejercicio de desideologización viene muy a cuento, dados los antecedentes políticos de la Iglesia mexicana, históricamente cercana a las posturas más conservadores en lo político y social. Por ello, ante el cuestionamiento -más bien hipotético- sobre las posibilidades de tener un Papa mexicano, fue un alivio saber que la respuesta siempre fue igual o muy cercana -cercanísima- a cero.
Adenda: un nuevo Papa, un Papa peruano
El nuevo Papa se llama Robert Francis Prevost y escogió el nombre de León XIV. Un agustino de 69 años, la mitad de los cuales los vivió en Perú, viejo conocido en los circuitos de poder eclesiástico y cuya llegada como líder máximo de la Iglesia Católica desconcertó a los observadores del intríngulis político del Vaticano por razones varias. La primera de ellas es que no formaba parte de la quiniela de “papables”, es decir, aquellos cardenales que por diferentes credenciales o circunstancias contaban con posibilidades para ocupar el solio papal. La segunda de ellas fue su origen: otro Papa americano. Cabe aquí un comentario.
Apenas se supo el nombre del nuevo papa, la agenda mediática se volcó a destacar su lugar de nacimiento. “El primer papa estadounidense”, decían. Sin embargo, este papa cuenta con otra nacionalidad, la de peruano, y nadie dijo, hasta donde sé, “el primer papa peruano”, que también lo es. Curiosas inercias las del sur global…
¿Cómo será el papado de León XIV?, ¿en dónde pondrá el acento?, ¿será un Papa de continuidad o ruptura?, ¿seguirá la senda de Francisco o se ocupará de desmontarla? Si los discursos dicen algo, el que pronunció Prevost apenas asumió de Papa deja algunas pistas:
Todavía conservamos en nuestros oídos esa voz débil, pero siempre valiente del Papa Francisco que bendecía a Roma. El Papa que bendecía a Roma daba su bendición al mundo, al mundo entero, aquella mañana del día de Pascua. Permítanme dar continuidad a esa misma bendición -cursivas del autor-: Dios nos quiere bien, Dios los ama a todos, y el mal no prevalecerá.
León XIV tiene todo lo que le resta de vida para dejar en claro su postura en los numerosos, variados y complejos temas sobre los que un Papa debería posicionarse. Mientras tanto, esta Congregación nuestra, la de los Descontentos, mira desde una esquina, taciturnos y hoscos, la evolución de los acontecimientos. “Muerto el Rey, ¡Viva el Rey!”.
Obispo de Chiclayo, Robert Prevost: “La pena de muerte no es admisible” … https://t.co/7gmUzGXrLs via @YouTube
— Robert Prevost (@drprevost) April 19, 2022