Ivonne Acuña Murillo / @ivonneam
“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece” o parafraseando “cada pueblo tiene las reformas que se merece”, “mal de muchos consuelo de tontos”, “el que calla otorga”, “ya ni llorar es bueno” o “soñar no cuesta nada”, son algunas de las frases que se podrían aplicar en momentos como éste, cuando la Reforma Energética ha sido aprobada fast track y sin pasar por Comisiones en la Cámara de Diputados, esa que dice representar al “pueblo”, y a casi una semana de aprobada la Reforma Política, cuyo anuncio se hizo justo en el momento en que se realizaba el sorteo de la Copa Mundial de Fútbol 2014, siguiendo una muy vieja tradición de la política mexicana.
Tomar desprevenida a la gente es una práctica muy socorrida por los gobernantes para hacer pasar, sin resistencia, medidas como los ajustes económicos y en el caso que se analiza, las famosas reformas estructurales, en especial la Política y la Energética, esta última ha sido aprobada al inicio del conocido periodo “Guadalupe-Reyes”, que arranca con los festejos por el día de la Virgen de Guadalupe y termina con el Día de Reyes, y en el cual millones de personas distraen su atención en la preparación de una celebración tras otra. En este contexto, podría preguntarse si en México se justifican tales precauciones cuando la gran mayoría de la población vive un adormecimiento permanente.
También cabría preguntarse si la culpa, responsabilidad, error, falta o como quiera llamársele por la aprobación de las reformas que cambiarán profundamente el futuro de México es sólo del gobierno y el partido que las promovió, el PRI; del partido político que las llevó a sus últimas consecuencias y que consciente o inconscientemente pagará el costo político, por supuesto el PAN; del partido y sus líderes, con cargo o morales, que simularon y simularán, una estridente protesta e inútil resistencia, el PRD obviamente; de los medios de comunicación masiva, en especial las dos grandes televisoras, que de manera exitosa no sólo desinforman y manipulan sino que no le han presentado a la gente las diversas posturas en torno a las reformas y que, por el contrario, se han dedicado a elogiarlas y cantar las maravillas que producirán, mientras les ofrecen una enorme gama de programas “chatarra” que les permiten cotidianamente evadir la difícil realidad que los agobia y las consecuencias de las decisiones tomadas por “sus representantes”; de las grandes corporaciones empeñadas en apropiarse de todos los recursos nacionales para ser los beneficiarios principales y casi únicos de su usufructo.
La respuesta obligada debería ser ¡No¡ También es culpa de un pueblo sumido en la apatía, de las clases populares perdidas en la angustia cotidiana por sobrevivir, de las clases medias ocupadas en alcanzar el nivel de vida perdido en décadas pasadas, de las clases altas que cada día buscan la manera de acrecentar sus privilegios. Ciertamente la culpa puede repartirse por rebanadas de acuerdo al grado de responsabilidad de cada grupo; por supuesto, la culpa mayor es de la clase política que no ha querido defender los intereses del pueblo al que dice representar y de los grupos fácticos (monopolios y corporativos) empeñados en apropiarse de todo y, en segundo lugar, de esa “mayoría silenciosa”, que no tiene la intención, el interés o la fuerza para defender lo que le corresponde.
Se podría argumentar en favor de ésta última que no tiene la formación e información necesarias para saber lo que se ha aprobado. Este último argumento podría soportarse con la “rebelión en el metro” que ha tenido lugar en los últimos días, en los cuales la gente se brinca los torniquetes de diversas estaciones como una forma de protesta en contra del alza en el precio del pasaje y que permite argumentar que las personas se rebelan cuando tienen pruebas palpables -como un boleto del metro 2 pesos, o sea 66% más caro-sobre los efectos que las decisiones gubernamentales tendrán sobre su economía, bienestar y vida.
No es el caso en relación con las Reformas Política y Energética, plagadas de conceptos especializados y explicaciones altamente técnicas, sobre las que la población tiene poca o nula información, ya porque los medios se la ocultan, ya porque no puede, por falta de recursos o habilidades tecnológicas, conseguirla por su propia cuenta. Peor aún, porque es incapaz de relacionar tales reformas con su vida cotidiana y, en última instancia, ha introyectado, a lo largo de siglos, un “sentimiento de inevitabilidad”, que le dicta que nada de lo que haga cambiará las decisiones tomadas en las más altas esferas del poder por lo que se resigna y dirige sus ruegos y esperanzas a otras instancias como Dios y muy especialmente a la Virgen de Guadalupe, la cual si logra, a diferencia de los líderes sociales y políticos, movilizar a millones de personas en un solo día.
¿Qué sería de México, sus reformas, su desarrollo, su futuro, si esos millones se movilizaran para exigir a sus gobernantes no sólo el cumplimiento de sus promesas, sino la realización de acciones dirigidas a favorecer a las grandes mayorías y no a los más poderosos y ricos del país y del mundo? ¿Qué pasaría sí los millones de personas que están en la Basílica de Guadalupe estuvieran afuera del Congreso rechazando o impidiendo la aprobación de las Reformas Política y Económica? ¿Qué pasaría sí los millones de interesados en la final del fútbol mexicano al se unieran a ellos y juntos exigieran a los partidos políticos votar en contra de las reformas que evidentemente servirán para beneficiar sólo a unos cuantos?
Pero, ante una nación adormecida y distraída con la Virgen y el fútbol, entramos a una nueva etapa en el transcurrir histórico de México, en el que los cambios en materia de política y economía, como ejes principales del funcionamiento de un Estado, apuntan a hacer de México un país en emergencia permanente, donde el autoritarismo y la precariedad económica se acentuarán.
Por décadas, particularmente aquellas denominadas como “el milagro mexicano” (1940-1970), los gobiernos priístas pusieron en práctica una exitosa fórmula en la que, a decir de Soledad Loaeza, se ofrecía “bienestar económico a cambio de participación política”. Cuando disminuyeron las posibilidades del gobierno para ofrecer bienestar económico se inició desde arriba un proceso de “liberalización” política para permitir una mayor participación política de los partidos no reconocidos oficialmente, como el Partido Comunista Mexicano, sin que el PRI perdiera la hegemonía y con ella el control del gobierno y de la participación política.
En la década de los 90, gracias a las reformas electorales, esa fórmula se consolidó como “menos bienestar y mayor participación política”, incluso comenzó a crecer la convicción de que el voto de las y los mexicanos podría efectivamente, por primera vez, decidir quién habría de gobernarlos. En el año 2000 esa idea llegó a su máxima expresión, pero no duró mucho el gusto pues las elecciones del 2006 y del 2012 nuevamente enfrentaron la sospecha de fraude echando por tierra una convicción recientemente adquirida.
Hoy, a fines de 2013, la Reforma Política pone una serie de trabas al ejercicio ciudadano convirtiendo a la “abortada democracia” en “partidocracia” al atar la reelección de legisladores al visto bueno de las cúpulas partidistas, pues ningún legislador podrá optar por la reelección si cambia de partido, dejando fuera la posibilidad de que la ciudadanía sea quien tome esa decisión. Lo anterior es sólo una forma en la que la ciudadanía se ve rebasada nuevamente por los partidos, una de mayor envergadura es la transformación del IFE (Instituto Federal Electoral) en INE (Instituto Nacional Electoral), misma que no fortalece a esta institución sino que la debilita y deja a merced de una serie de procedimientos confusos o malintencionados que le restarán capacidad para resolver sobre la materia electoral, a decir de su propia consejera presidenta, María Marván. Y aunque las modificaciones bloquearán la injerencia de los gobernadores de los estados en la organización y calificación de las elecciones locales, lo más importante no es el sometimiento de los gobernadores al poder central, sino que los cambios harán del INE un instituto susceptible de ser controlado desde los partidos políticos representados en la Cámara de Diputados, que por lo visto no toman en cuenta los intereses de sus representados sino de sus propios institutos o, en última instancia, de sus dirigentes, quienes hasta ahora han sido actores centrales del “Pacto por México”.
Así, se puede inferir que en los próximos sexenios la decisión de quien gobernará no saldrá de las urnas sino de las cúpulas partidistas, que desde este pacto o algún otro, instaurarán un nuevo “dedazo”, sustituyendo la decisión presidencial por una decisión colegiada.
En materia de Reforma Energética, la cosa no pinta mejor, cuando desde ahora mexicanas y mexicanos deberán compartir la renta petrolera y con ella sus beneficios fiscales y económicos con las grandes petroleras extranjeras cuyo único propósito es acumular capital y poder en detrimento del nivel de vida de poblaciones enteras en el mundo.
Ante este panorama, la formula “mayor bienestar, menor participación”, que se transformó en “menor bienestar, mayor participación política, quedará en “menor bienestar, menor participación política”, generando en la población desencanto, desesperanza, desesperación y agravio, elementos todos presentes en las rebeliones sociales. Claro, eso es lo que la teoría indica, pero habrá que ver si para no perder la costumbre el caso mexicano transciende las expectativas teóricas para conformar un nuevo tipo de sociedad donde se puede vivir “sin pan pero con circo”.
Pero para que no se diga que quien esto escribe sólo ve lo negro y es una pesimista irredenta, aunque lo sea, quiero felicitarnos porque: “haiga sido como haiga sido” la Selección Nacional irá al Mundial de Fútbol en 2014; “haiga sido como haiga sido” la final del Campeonato Nacional de Fútbol se jugará el jueves y el domingo, ¿a quién le van?; “haiga sido como haiga sido” Lucerito le cantó Las Mañanitas a la Virgen de Guadalupe esta madrugada.
Si perdemos un país, ¿a quién le importa cuando lo realmente trascendente es saber quién ganará el Campeonato Nacional o el Mundial de Fútbol? O en todo caso, saber si Lucerito llora cuando le canta a la “Morenita” o si la protagonista femenina de la telenovela besa por fin al galán, ¿se casará con él? ¿tendrán hijos?
Verdaderamente eso si preocupa, le recomiendo a las y los académicos e intelectuales que escriben tratando, al parecer sin mucho éxito, de alertar a la población sobre los cambios por venir, en particular, sobre aquellos que cambiarán, para mal, el rostro de un país de por si maltratado, cruzado por graves problemas como la corrupción, la pobreza, el desempleo, la violencia, la inseguridad, el narcotráfico y otros, para que dejen de pensar en la realidad nacional y se dediquen a lo que realmente importa y que a partir de hoy no se pierdan ninguna final de fútbol ni ninguna telenovela, bueno ni el reality “La Isla” y por supuesto “La Rosa de Guadalupe” y “A cada quien su santo”. Tal vez así puedan acallar su conciencia social y dormir tranquilos, una vez aniquiladas su capacidad de análisis y su intención de cambiar la realidad que los rodea.
Finalmente y contradiciendo mi recomendación anterior, felicito al equipo de Revolución TresPuntoCero por un año de trabajo y compromiso a favor de las mejores causas; por su visión en torno a aquello que debe ser presentado a las y los mexicanos como relevante en un contexto por demás difícil y a veces confuso; por su compromiso con la libertad de expresión y el derecho a la información; por ser una plataforma en la que pueden ser discutidos los temas más importantes y urgentes para el país; por un año de intentar incidir en la ampliación de la esfera pública y contribuir a la formación de una opinión pública crítica e informada. Brindo porque éste sea el primero de muchos años de labor productiva en la búsqueda de una vida mejor para todas y todos.