Transformación es el resultado de un proceso de cambio de forma y sucede cuando algo es convertido en otra cosa, hecho o idea, es un proceso evolutivo donde intervienen un camino aprendido y su desenvolvimiento entre lo que sirve o funciona y lo que ya no. Todo esto aplica tanto en lo biológico como en lo ideológico, el movimiento es el motor de cualquier transformación, el cual va alterando el comportamiento desde las células hasta las ideas.
Uno de los grandes problemas y más en la política, es creer que cuando se habla de transformación se está hablando de un principio y un fin para volver a empezar, pero esta creencia sirve más como una conveniencia de postura dentro de los que odian el cambio, de los que nunca aprendieron a manejar el movimiento por culpa de una lamentable carencia de entendimiento; todo se mueve en el universo, absolutamente todo, y absolutamente nada puede cambiar eso.
Transformar es entender el pasado y reconstruir el presente desde otro lado, con otras herramientas y principalmente con otras manos. Pero las transformaciones son dolorosas porque se fundamentan en una batalla entre lo que fue y lo que será e implícitamente entre los que fueron y los que son. Esa transición inevitable es fundamental, y su desarrollo es lo que nos puede dar su cantidad, mucha transformación o poca transformación.
Los que odian el cambio rezan porque las cosas se transformen muy lento, tan lento como para no vivirlo, pero cuando esta viene como una ola gigante causada por la contención de los que quieren conservarse, encolerizan, patalean y hacen todo lo posible por destruirla, lo cual resulta obvio, pues se sienten atacados, relegados y expuestos.
El problema dentro de este problema cíclico es que la humanidad es muy joven y sus cambios han sido muy pocos y en la mayoría del mundo muy sutiles por nuestra misma naturaleza, somos muy nuevos como para manejar el hecho de que podemos controlar muchas cosas, lo cual nos vuelve muy poderosos en este minúsculo cachito de universo, la paradoja de sabernos con poder y no entender que somos un simple soplo de la totalidad, nos ha confundido en todo y nos ha reventado las entrañas por nada.
Por estas razones y algunas otras más, los humanos están divididos en fragmentos sin poder actuar como una sola conciencia. Odiamos al prójimo sin saber con precisión porqué y preferimos crear caminos de fantasía para justificar nuestra imperfección.
México no está en una transformación política y sociológica plena, sino en una transición que lleva muchos años gestándose, afortunadamente es una transición que apuntala a la búsqueda de ser mejores seres humanos, que busca un entendimiento más pleno del porqué debemos actuar y pensar por el bien común, de poner en duda todo lo que los antiguos imponían como verdades absolutas, de cuestionar lo que antes era intocable, de señalar al mentiroso, de increpar a los que increpan y de preguntarnos todo.
Cuando hablamos de reformas políticas la lógica nos remite a cambios de estructura social y eso son, el problema que hemos acarreado en México desde hace decenas de años es que han sido diseñadas no para el bien común, sino para favorecer a una élite de mafiosos, a grupos de poder que quieren más poder y principalmente a entes más poderosos que disfrazados con atuendos democráticos en realidad su forma y accionar son de un imperio con todas las aberraciones que su conservadurismo conllevan.
Esta transformación por la cual se está luchando está enfocada en primero revertir el daño hecho a las mayorías impuesto como ley favoreciendo a las minorías más conservadoras, y simultáneamente impulsar nuevas formas de entendimiento, nuevas formas de acción, y de pensamiento.
En el pasado se ocuparon muchos recursos para generar miedos al cambio, para inventar que todo iba muy bien; se compraron voces, discursos a modo, conciencias y se enfocaron los esfuerzos en la creación de un ejército de jodidos aspirantes a ser parte de esas minúsculas élites que tenían el poder. Es obvio que parte de la creación de este ejército tenía en todas sus reglas un inicio labrado en oro falso, que a la fecha dice «Hazles creer…», inicio escalofriante para cualquier texto de terror, pero aún más escalofriante para cualquier construcción social. Misma construcción que es pilar del marketing y sistema de venta/consumo donde el «nunca se darán cuenta», y el «enséñales a llevar el mensaje sin pensar en el», se edificó como un modo de creencias prácticamente equiparable a una religión.
Todo bajo un marco de incuestionabilidad cercano a los dogmas católicos, al absoluto rechazo de otras posibilidades y al arraigo total de una creencia diseñada para que los de arriba se convirtieran en una especie de dioses pero con un solo nombre —el libre mercado—.
Antes eran curas o frailes bajo una máscara de supuestos filósofos los que llevaron o trajeron la palabra de dios, ahora se hacen llamar periodistas cuando son simples sicarios de las verdades, voceros ideológicos y creadores de convenientes manipulaciones a costa del bien común para favorecer únicamente al bien de sus amos.
No existimos para ser lo que otros quieren que seamos, existimos para evolucionar, para tener ideas propias a partir del tronco común del todos somos. Porque en el movimiento encontraremos futuro y en el conservar sólo un estancamiento mortal, moral y unos poderosos sin un ápice de humanidad.


