Los atentados en París hicieron aparecer las tentaciones dictatoriales de los gobiernos que se dicen democráticos, aunque en realidad están al servicio de oligarquías conservadoras que siguen soñando con la bella época de las monarquías autoritarias. Lo más dramático es que son la justificación idónea para atentar contra las garantías individuales de ciudadanos que sólo desean vivir en paz, con una elemental dignidad y sin riesgos insalvables para el futuro de las nuevas generaciones. La nueva “cruzada”, orquestada por el Grupo de los Siete, echa a la basura esos sueños de progreso y civilidad en el mundo contemporáneo.
No es casual que los atentados del viernes 13 en la capital gala hayan sucedido en pleno ascenso de la ola de migrantes a Europa de naciones árabes y de otras latitudes, producto de la voracidad sin límites de las grandes trasnacionales por los enormes recursos petroleros que poseen Arabia Saudita, Siria, Irán e Irak, principalmente. La vida en Medio Oriente se ha vuelto una pesadilla para los millones de habitantes que se ven obligados a migrar por la violencia cotidiana en sus regiones de origen, que ha generado terribles problemas sociales y económicos.
De ahí que, por una parte, los terroristas del islam le estén dando los pretextos que hacían falta a las potencias occidentales para poner freno a esa incontenible ola migratoria; por la otra, abren la puerta para que se active un armamentismo de última generación, que permitirá acumular grandes ganancias a la industria bélica de las naciones que han hecho de ésta un factor económico fundamental en la conformación de su producto interno bruto, como Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
Lo más dramático es que serán aprovechados, los atentados, para poner fin a las pocas libertades democráticas de que gozan aún los pueblos de las súper potencias occidentales, como así ocurrió ya hace 14 años en Estados Unidos, luego del siniestro que acabó con las Torres Gemelas en Nueva York (al paso del tiempo ha podido comprobarse la imposibilidad de que se vinieran abajo por el choque de los aviones contra las edificaciones). Esto se veía venir, porque en la medida que se afianzó el neoliberalismo, se generó una contradicción indisoluble entre la democracia, como sistema político, y la igualdad social en un marco de creciente desigualdad.
Ahora se produjo una ola de nacionalismo exacerbado en Francia y en los sectores más conservadores de la Unión Europea, que puede traer consecuencias nefastas porque se puede convertir en un caldo de cultivo de una xenofobia que justificara mayor violencia, que podría volverse incontrolable como sucedió en los meses previos al inicio de la Segunda Guerra Mundial, situación que facilitó la invasión de las tropas de Hitler.
En Estados Unidos, de nueva cuenta surgieron viejos odios contra los extranjeros, no sólo entre los republicanos ultraconservadores. Incluso la precandidata demócrata a la presidencia, Hillary Clinton, exigió mano dura contra el Estado Islámico (EI). En este sentido, la propia organización terrorista se está poniendo la soga al cuello, pues da armas a los gobiernos del Grupo de los Siete para que endurezcan sus políticas intervencionistas, en el momento en que más lo necesitan para revivir sus economías.
Con el control de los recursos energéticos del Medio Oriente, las potencias occidentales revaluarían el precio de los hidrocarburos, el cual mantienen subvaluado desde hace un año. Por eso, la prioridad de Obama no es liquidar al EI, sino generar expectativas para que la guerra contra el terrorismo pueda seguir siendo un factor útil a los intereses de Estados Unidos. Al insistir el lunes que la lucha contra el califato “no es una guerra convencional”, dijo que no se puede actuar como si el EI fuera un Estado. Asimismo, rechazó que sea una medida sana cerrar las puertas al flujo de refugiados sirios, pues ellos son los que más sufren la violencia en su país.
Lo que no admite réplicas es el hecho de que gracias a la tragedia en París, los gravísimos problemas que sufre la humanidad, por la desigualdad y la falta de expectativas para más de dos terceras partes de la población, pasaron al olvido en los medios de comunicación. Ni quien se acuerde, por ejemplo, de los cientos de miles que mueren a diario en los países africanos por la hambruna que sufren calladamente.