(24 de mayo, 2020. Revolución TRESPUNTOCERO).- “Estoy muy obsesionado con las historias que suceden aquí en mi colonia, en mi barrio, aquí en Santa Catarina (Nuevo León), en la colonia Canavaty, que de hecho así se llama mi compañía”, relata Víctor Hernández en entrevista para Revolución TRESPUNTOCERO.
El actor, director, productor y dramaturgo de 32 años participa en la nueva serie “Ana” de Amazon Prime, donde Ana de la Reguera juega a combinar su vida personal con la ficción, para proyectar “un discurso femenino muy potente”, en palabras de Hernández.
Pero este cruce de realidad y ficción no es algo nuevo para el egresado de la Escuela de Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), pues desde hace ocho años comenzó una exploración teatral que aborda conceptos como la autoficción, la biografía escénica y la alteridad, desarrollando una poética que suele conjugar imágenes y símbolos para “dislocar” la realidad y llegar al inconsciente, ya sea personal o colectivo.
“No me considero dramaturgo —enfatiza Víctor— por el sentido de la estructura, siempre he querido hacer cosas contadas conforme a la lógica y a una estructura aristotélica, y de una o de otra forma mi camino siempre me conecta mucho con el inconsciente”.
Su trilogía “Asuntos familiares”, que incluye las obras “Pequeño fin del mundo”, “Fermín Horacio” y “Radio Piporro y los Nietos de Don Eulalio” ha logrado hacerse hueco en diferentes espacios escénicos y festivales del país.
Pequeño fin del mundo
“Yo quería hacer una obra que hablara sobre mi adolescencia, porque tenía muchos pequeños cuentos sobre anécdotas que yo había vivido. Busqué un dramaturgo y le pedí que me la escribiera, y me dijo que sí, pero a la mera hora se rajó. Esto me llevó a intuir que podía contar la historia desde el origen de donde venían las vivencias que me representan, y que era yo el que tenía que hacerme responsable de eso (…) Me aventuré a contarlo desde mí”.
El resultado fue un montaje que muestra la transición de la infancia hacia la adolescencia, conjugada con un contexto de violencia y catástrofe que rodea a dos amigos de secundaria.
En la obra actuó también Sergio Moreno, mejor amigo de Víctor desde la secundaria, quien también decidió estudiar y dedicarse al teatro. Juntos construían imágenes y relatos sobre anécdotas de su pasado, desplazándose entre la realidad y la ficción hasta llegar a un punto donde los límites se desdibujan.
“A partir de que hicimos esa obra, empecé a encontrar relaciones con la otredad, con los cruces liminales, las transiciones”, subraya Hernández.
Fermín Horacio
Para su siguiente puesta en escena, Víctor recuerda que decidió “hablar de cuando fui adolescente y me transformé en adulto. Yo estaba en la prepa e iba a ser mayor de edad y no había un panorama muy chido aquí en México, y decidí irme a EE.UU., al mismo tiempo que veía a mi padre después de no verlo en muchos años”.
“La frontera, una frontera real, un cruce liminal de un adolescente que no tiene muchas oportunidades en su barrio, en su contexto, y luego la misma violencia vuelve a acechar a este personaje (…) y luego súmale que el papá aparece y que es este símbolo de otredad, del gran otro y que está ausente”, detalla.
Lo más particular se vuelve lo más universal, se suele decir en el arte. Por más que estas obras pudieran sonar demasiado personales, “había muchas cosas que conectaban, no solo conmigo, sino con la mayoría de los morros que viven aquí en mi cuadra, la calle Sierra Madre 117”, explica Hernández.
Radio Piporro y los Nietos de Don Eulalio
Años después, el creador escénico neoleonés se cansaría de hablar y escarbar en su propio pasado, para ubicarse en su presente.
“Otro cruce liminal, un wey que está a punto de cumplir 30 años, con este rollo del amor, el rollo de validarse en una sociedad, de forjar una familia y todas estas cosas de la sociedad que, aunque tú no las quieras, están presentes y te conflictúan (…) Este wey que se hace preguntas sobre su identidad y al mismo tiempo está muriendo su abuelo”, puntualiza Víctor.
Al final, no pudo evitar recurrir de nuevo a la memoria, pero en este caso fueron las memorias de su abuelo: “traté de seguir los últimos días de vida de mi abuelo y en ese viaje en que yo lo seguía, pues me confrontaba con mi adultez”, describe.
Hernández tomaría también a la figura del Piporro —basándose en “La Autobiograjua y el anecdotaconario”—, para jugar de manera ecléctica con su historia y la de su abuelo.
“Me parecía un buen pretexto agarrar al Piporro porque es el ejemplo de la otredad. El Piporro es un gran referente mediático del norte, como un representante, un arquetipo. En todas sus películas representó al que se iba de mojado, al que era el bracero, al que vivía en el norte pero se iba a la Ciudad de México (…) Siempre fue una especie de eterno extranjero que, a donde quiera que iba, llevaba su identidad en alto y ahí se confrontaba. Entonces, aprovechando ese arquetipo que representaba el Piporro, dije: ‘en este personaje me puedo refugiar para hablar de estas cosas que me confrontan en la identidad y que yo las viví’”.
Cuando planeaba su primer viaje a EE.UU., Víctor fue a visitar a su abuelo y le pidió dinero para su travesía, también con el pretexto de su cumpleaños. “¿Y qué me vas a regalar tú? También es mi cumpleaños”, le respondió. El nieto preguntó qué le gustaría de regalo y la respuesta fue: un disco del Piporro.
El teatrista regresó con el acetato prometido, “me recibía con una botella de tequila y platicábamos y ahí fue una gran conexión que tuve con mi abuelo (…) No teníamos nada que nos acercara, lo único que nos hizo conectar en esta perra vida a mi abuelo y a mí, fue ese disco”.
Identidad norteña
Las tres obras están vinculadas, además, por un marco identitario del noreste de México, el cual se manifiesta a través de múltiples elementos visuales, musicales, simbólicos, entre otros.
“Todo esto suena bien personal, pero la banda que se ha cruzado en el camino ha sido parte fundamental del proyecto, como Roberto Cázares”, actor regiomontano que, a decir de Hernández, aportó en buena medida el bagaje cultural que se necesitaba para plasmar esta cosmovisión de lo norteño en “Radio Piporro”.
“Robert es de Bustamante (Nuevo León), es un regio purasangre —comenta Víctor entre risas—, eso ayudó a representar ese espíritu del norte. Es bien ejemplar que se juntara banda que inconscientemente llegara a reafirmar este experimento, fue muy valioso”.
Ese Boker en el campo del dolor
El proyecto más reciente de Víctor Hernández se titula “Ese Boker en el campo del dolor”, que se presentó en el Encuentro de Jóvenes Creadores del FONCA 2019 y tuvo una Temporada de Puestas en Escena CONARTE en el Teatro del Centro de las Artes, en Monterrey.
Además, el montaje fue seleccionado en el Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones del FONCA 2020, con el objetivo de llevarlo a San Luis Potosí, Xalapa y probablemente a la Ciudad de México.
Se trata del primer montaje en el que ya no actúa ni aborda su historia personal. “Decidí alejarme, sí hablar de mí, pero no de mí, sino más bien de la geografía y de las problemáticas que me han afectado durante mi vida. Y al mismo tiempo, hacer un acto de memoria sobre el lugar”, menciona.
“Tengo un vecino que es conocido como El Boker. Es un sobrenombre que tienen muchos pandilleros, como que muchos se hacen llamar El Boker y cuando tú llegas y les preguntas: ‘oye, ¿qué es El Boker?’, te contestan: ‘no, pues quién sabe, pero suena chido, ¿no?’ Y se apañan El Boker”.
En esa ausencia y búsqueda de identidad que vive un cúmulo de adolescentes de Santa Catarina, Víctor encontró el pretexto para entrevistar a su vecino, El Boker, y llevar a escena esta obra a modo de homenaje hacia él.
“Me contaba todas sus hazañas, su adicción a la piedra (…) Me contó la historia del Kombo Kolombia, donde matan a 17 integrantes de este grupo musical y entonces traté de unir la vida del Boker y traté de ir a la memoria de la clase popular del estado”.
Todo el teatro es político
Víctor asegura que todo el teatro es político y social, como lo pone en evidencia su repertorio escénico: “mostrar la realidad de unos adolescentes en una secundaria pública, que lo único que les espera es salir a jalar de obreros —llevabas clases de ductos y controles, de albañilería— es social, es político; hablar de un morro que cruza la frontera a EE.UU. porque no pasó el examen de la prepa ocho veces, y que el vato se resigna y se va a jalar, pues es social, es político”.
“Lo político y lo social ahí va inmerso siempre, le he dado chance a que eso surja de una manera más orgánica (…) de una anécdota de violencia que es muy explícita, que involucra al narco y todas las cosas que están muy mediatizadas en México sobre la violencia, justo la idea era mostrar no lo evidente, no lo que nos muestran todo el tiempo sobre esa masacre”.
Hernández considera que en muchas de las herramientas, elementos y puntos de partida que utiliza en su teatro, hay cierta nobleza, pues “un wey se expone y habla de sí; aunque haya autoficción, el hecho de exponerse y tener un contacto en la realidad, ayuda a empatar cualquier cosa medio fantástica o abstracta”.
En este sentido, Víctor ha logrado configurar una poética de la alteridad y la otredad, desde las entrañas de la colonia Canavati, en Santa Catarina, Nuevo León.