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Visita de Trump y encuentro con 300 jóvenes, signos de la sordera presidencial

Por: Ivonne Acuña Murillo

Después de la visita de Donald Trump a México, a invitación expresa del primer mandatario, y el encuentro con 300 jóvenes con motivo del Cuarto Informe de Gobierno, una pregunta recorre México ¿a quién representa verdaderamente Enrique Peña Nieto?

Horas antes y después de la apresurada y, ahora puede sostenerse, poco pensada visita, dentro y fuera de México la gente se cuestionaba sobre los motivos de Peña para concertar tal reunión. El revuelo provocado en la opinión pública fue mucho, y algunos se preguntaban, incluso con cierta esperanza, si la invitación hecha por Peña Nieto a Trump podría ser una especie de “golpe maestro” planeado por el mandatario mexicano.

¿Imaginó Peña que invitarlo y recibirlo un día antes de su Cuarto Informe de Gobierno le sumaría puntos a su ya de por sí deteriorada popularidad, la cual actualmente se encuentra en 23%?

¿Se mostraría Peña como el jefe de Estado que es capaz de hacer a un lado las ofensas proferidas por Trump en contra de los migrantes mexicanos y el país en su conjunto para invitarlo a debatir los temas que han generado polémica, como la construcción de un norme muro que, según él, deberá ser pagado por el gobierno y el pueblo mexicanos o con las remesas que los trabajadores envían a sus familias de este lado de la frontera?

¿Quería el presidente convencer a Trump de las bondades del Tratado de Libre Comercio entre ambas naciones y de la enorme contribución de México a los Estados Unidos?

¿Buscaba el primer mandatario mostrarse fuerte, como el defensor de los derechos de los mexicanos dentro y fuera de México, ante un Trump “apenado”, quien se vería obligado a disculparse?

Nada de esto ocurrió, sea cual haya sido la estrategia de Peña, por lo menos la que sí se puede confesar, el evento se convirtió en lo que podría considerarse la pifia más grande de este sexenio cuyas implicaciones inmediatas saltan a la vista y cuyos alcances futuros se desconocen.

En primer lugar, se puede afirmar que la visita de Trump es el ejemplo consumado de una de las características de este sexenio, la costumbre de Peña de tomar decisiones sin tomar el parecer de los altos funcionarios del ramo involucrado directamente en el asunto a tratar. Se sabe que Claudia Ruiz Massieu, secretaria de Relaciones Exteriores, fue la última en enterarse de la visita de Trump a México y que fue un funcionario cercano al presidente y no ella, quien le aconsejó hiciera tal invitación. Ha trascendido también que la invitación a Trump, contrario a lo afirmado por el presidente, no se hizo al mismo tiempo que la de Hillary Clinton, sino que semanas antes de hacerle a ella la invitación se entró en contacto con el equipo de campaña del candidato republicano para invitarlo a México. Como remate, se filtra que fue Trump quien fijó la fecha y no el equipo de Peña quien buscó el momento más oportuno.

Sean ciertas o no estas filtraciones, lo que sí se puede corroborar es el triunfo de Trump, quien ahora incorporó esta visita como un importante activo de su campaña, restando 2 puntos a la distancia que le separaba de Hillary, pasando de 6 a 4, recibiendo una bocanada de aire, utilizando la ventaja que le ha proporcionado “el maravilloso presidente” Peña, como lo calificó él mismo durante su discurso en Arizona, horas después del encuentro en México, donde reiteró, en su tono habitual que “We will build a great wall along the southern border (…) And Mexico will pay for the wall. One-hundred percent. They don’t know it yet, but they’re going to pay for the wall. Great people, and great leaders, but they’re going to pay for the wall.”

Y como no adjetivarlo de “maravilloso”, cuando le puso en bandeja de plata la alfombra roja, la residencia oficial de Los Pinos, dos podios reservados a jefes de Estado, la bandera nacional, el hangar y el helicóptero presidenciales, no para que ofreciera disculpas al pueblo de México por sus ofensas, sino para que reiterara, ¡eso sí! muy amablemente y casi en actitud de jefe de Estado, sus intenciones de construcción un muro entre ambos países, entre otras cosas.

Esta visita y la postura de Peña Nieto, juzgada como tibia por algunos y timorata y cobarde por otros, ha convertido a México en el hazmerreír del mundo, después que su presidente contribuyó, a querer o no, a consolidar la humillación pública que Trump ha infringido a México.

Lo anterior se traduce en un golpe más a la ya de por sí vapuleada popularidad presidencial, aunque antes y durante el encuentro con 300 jóvenes, el presidente sostuviera que no gobierna para ser popular, ignorando que su índice de popularidad es el reflejo de las opiniones de aquellos a quienes gobierna y dice representar y cuyas posiciones deben ser atendidas si se pretende la existencia de un gobierno democrático.

Desde esta perspectiva cabe aclarar que el encuentro con jóvenes es una pálida sombra de lo que debería ser un verdadero diálogo entre el gobernante y sus gobernados. De este se podría afirmar que pareció un experimento exitoso para el presidente quien se vio en manejo de la situación, cómodo y sonriente, como si supiera de antemano que todos los inconvenientes de un formato “tan abierto” habían sido previstos. Sin embargo, lo que toda persona atenta pudo notar fue la falta de posturas verdaderamente críticas, la realización de preguntas simples  que comenzaban con frases como “gracias por considerarme”, “es un honor”, “a usted le debemos todo”, “me siento muy honrado”, todas al estilo de una cultura política de tiempos priistas que se creía en vías de superación, pero, sobre todo, preguntas que dieron a Peña la oportunidad de responder las críticas hechas a él y a su gobierno como el plagio en el 29% de su tesis, los problemas de corrupción, la caída de su popularidad y credibilidad y de insistir en aquellos temas como las reformas estructurales, las “malas” acciones de la CNTE, los matrimonios igualitarios, la CONADE, o darle la oportunidad de prometer la solución a peticiones concretas.

Convenientemente quedaron fuera de las preguntas temas relacionados con la aparición de un segundo departamento que ocupa en ocasiones Angélica Rivera de Peña y cuyos impuestos fueron pagados por el empresario Ricardo Pierdant, el bajo crecimiento económico y pobre dinamismo del mercado interno, la continuada pérdida del poder adquisitivo del salario, el incremento en la violencia y la inseguridad o, como diría el primer mandatario, en su percepción.

En resumen, el encuentro con los 300 jóvenes puede interpretarse como una manifestación más de la sordera presidencial, toda vez que los, en su mayoría, bisoños invitados, sólo preguntaron a Peña lo que él quería oír.

Asimismo en torno a la inusitada visita de Trump, cuyas críticas son desoídas por el presidente para sólo escuchar su propia explicación de los hechos. En relación a esta última, los cuestionamientos no se reducen a lo que quería lograr Peña o a lo que presume se logró, como hacer decir a Trump que no echaría abajo el Tratado de Libre Comercio, sino que sólo lo revisaría, o a lo que enfatizan miembros del gabinete, el PRI o los aplaudidores habituales, quienes de manera determinante contribuyen a la sordera presidencial, haciendo creer al primer mandatario que las críticas son infundadas.

La crítica debe ir más allá para situarse en los conocimientos que tiene el primer mandatario, o quien lo asesoró, en materia de política exterior, sobre la importancia del tiempo en política, el llamado timing, sobre la forma en que se debe negociar una visita en función de los intereses del convocante y no sólo del convocado, sobre el papel que se debe atribuir a cada personaje y el trato que merece, etcétera.

En este caso, los errores fueron múltiples: se tomaron decisiones sin contar con las y los expertos en política exterior como la canciller Ruiz Massieu, quien al parecer entregó su renuncia la noche de la visita de Trump, misma que se dice no fue aceptada; se invita a Trump antes que a Hillary, quien no sólo va arriba en las encuestas, sino que había mostrado una mejor disposición para considerar los intereses de México y apoyar a los mexicanos residentes en su país; se ofende a quien tiene más posibilidades reales de llegar a la presidencia de los Estados Unidos invitando primero a su adversario, colocando piedras en el camino de México, antes siquiera de que se tenga certeza sobre quién gobernará el país del norte, nuestro principal socio comercial, entre otras cosas; se invita al candidato que se ha dedicado a denostar a los mexicanos y se le da trato de jefe de estado, reconociéndole una calidad política y moral que no tiene.

Todo lo anterior tiene como contexto la nada sana costumbre presidencial de ignorar a la parte de la opinión pública que se resiste a creer en las “las bondades” de su gestión, asumiendo una postura más crítica en torno a los difíciles problemas que en esta administración no han sido resueltos y que aún se han agravado. Esto es, la postura presidencial ante ambos eventos pone de relieve la incapacidad de Peña Nieto para salir de sí mismo y escuchar las voces que le gritan que el país no va tan bien cómo él cree o pretenden hacerle creer.

A partir de este punto de vista, se puede sostener entonces que Enrique Peña Nieto se representa a sí mismo y no al país que intenta gobernar o, en todo caso, al México que él imagina. La constatación de este hecho y de los errores que se comenten por su causa lleva a ciudadanos como el multi premiado cineasta Alejandro González Iñárritu, a afirmar, en su artículo “Nunca he visto a ningún mexicano pidiendo limosna en Estados Unidos”, publicado por el prestigioso diario español El País, que “Enrique Peña Nieto no me representa más. No puedo aceptar como representante a un gobernante que, en lugar de defender y dignificar a sus compatriotas, sea el mismo quien los denigra y pone en riesgo al invitar a alguien que como él, no es digno de representar a ningún país.”

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