Por: Valentina Pérez
@vpbotero3_0
Más de 200 mil muertes causadas por las bombas atómicas sepultaron la Segunda Guerra Mundial, perpetuaron el terror constante a una hecatombe nuclear e incentivaron la carrera armamentista de la Guerra Fría que aún encuentra eco en el tablero mundial.
Corea del Norte, el último régimen estalinista hereditario, ha tenido la capacidad, durante décadas, de crispar el ánimo internacional en torno a la fabricación y uso de las armas nucleares. El pasado 24 de enero, Pionyang se pronunció contra las nuevas sanciones económicas que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas le impuso y especificó que las próximas pruebas de misiles de largo alcance que realice se dirigirán hacia su “enemigo acérrimo”: Estados Unidos.
Desde que la península coreana se dividió a mediados de 1900, por razones ideológicas, el aislamiento de Corea del Norte ha sido paulatino y recalcitrante: ambas características han llevado a que el diálogo internacional sea ríspido, así como divergente en propósitos.
El 12 de diciembre de 2012, el gobierno norcoreano, comandado por el joven Kim Jong Un, lanzó un satélite y la acción fue considerada por Estados Unidos como la activación de un misil balístico por lo que demandó al Consejo de Seguridad a instaurar nuevas sanciones contra el país asiático.
Al interior del Consejo, Corea del Norte ha contado con China como aliado histórico, quien al tener poder de veto dentro de las votaciones generó, hasta el miércoles pasado, un escudo amortiguador de las intensiones internacionales de sancionar a Corea del Norte.
Las tensiones nucleares relacionadas con Norcorea aunque tienen décadas en el aire se pueden aterrizar en momentos específicos: 2003, cuando abandona el Tratado de No Proleferación Nuclear; 2006, la prueba nuclear de Corea del Norte y la consecuente demanda de Estados Unidos porque fuera sancionado.
