Por: El Víctor Salcido
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Lo primero que me llamó la atención en la película “El Cartel de los Sapos” fue precisamente que estaba escrita la palabra “cartel” y no la palabra “cártel”. Parecería un descuido menor y realmente lo es, si es que andas escribiendo a las carreras un mensaje por celular o una nota apresurada en fb o twitter pero, cuando hay un equipo de trabajo tan grande como lo hay en las películas, es completamente incomprensible que a nadie le haya brincado ese detalle. Es como el famoso chiste que distingue lástima de lastima… Sin embargo, cuando vi la película todo quedó claro: el acento en la “a” de “cártel” omitido para quedar como “cartel” era parte de la estética de autocensura en la película.
Una decepción total, guardando sus justas correspondencias, al Cártel de los Sapos le paso lo mismo que a Sex on the City: si bien es cierto que no fueron las mejores series del mundo, por lo menos como series alcanzaron un notable fenómeno mediático. Ahí las hubieran dejado, como series, a menos que el guión cinematográfico fuera una maravilla. Todo lo contrario. Aunque con los Sapos la manera de escribirse sigue siendo una constante, en la película toma más sentido, no hay nada más triste y desolador que ver una pieza de arte traicionándose a sí misma, reduciéndose a un absurdo mensaje moralista de quinta.
Imagínense a Puzo o a Coppola o a David Chase o a Lars Von Trier o a… autocensurándose, por eso The Sopranos sigue siendo una obra maestra del género gánster en TV, jamás se traiciona, no es una rata, ni un sapo con ella misma. Aún no entiendo esa fascinación lastimera que tenemos en el tercer mundo de justificar el arte que no es condescendiente con las mentes pequeñas y asustadas. Es tan contradictorio como tener un Partido Revolucionario Institucional… ¡Vaya!, es muy obvio: Si la revolución se institucionaliza, deja de ser revolución. Si el género gánster pide perdón por ser género gánster, entonces ya no es género gánster, es una puerilidad.
