(27 de octubre, 2014) A un mes de la desaparición de 43 estudiantes en el estado de Guerrero, el caso de Ayotzinapa adquirió una relevancia internacional. Ayotzinapa se apoderó de redes sociales como Facebook y Twitter, después se manifestó en espacios comunicativos mucho más poderosos como las calles y plazas públicas en distintas ciudades de México y la mayoría de los medios de comunicación publicaron información al respecto. La relevancia del caso aumentó por la lentitud en las averiguaciones ministeriales del caso, por la desastrosa actuación política en todos los órdenes del gobierno y especialmente porque los estudiantes no han aparecido. Al paso de los días, y como una bola de nieve, el caso de Ayotzinapa comenzó a tener relevancia a nivel global. La primera señal la dieron los mensajes que comenzaron a elaborarse en distintas partes del mundo y que fueron difundidos por Internet, luego hubo manifestaciones públicas en embajadas y consulados mexicanos y, finalmente, la prensa internacional retomó el tema, en lo que ha sido el golpe político más fuerte en contra de la administración de Enrique Peña Nieto.
¿Qué fue lo que provocó que Ayotzinapa haya adquirido tal relevancia? La primera respuesta que salta tiene que ver con las características del caso. La barbarie y los actos de violencia en contra de cualquier ser humano o cuerpo social, causan una indignación natural. Sin embargo, desde hace años que México es un país con muchos territorios en donde las desapariciones, secuestros y asesinatos ocurren frecuentemente. En Jalisco, por ejemplo, en diciembre de 2013, la policía encontró 67 cuerpos en una fosa ubicada en el municipio de La Barca. Este caso tuvo una respuesta silenciosa de la población. No hubo grandes manifestaciones ni tampoco tuvo un eco internacional. Hace quince días elaboré una hipótesis sobre todo esto y señalé que Ayotzinapa había tenido tal explosión pública porque adquirió las características de una tormenta perfecta: ocurrió en octubre, a unos días del aniversario de la matanza de Tlatelolco, y con miles de estudiantes del Politécnico manifestándose en las calles de México. En palabras de Manuel Castells: las imágenes de los estudiantes muertos y la noticia de los estudiantes desaparecidos encendió la pradera de la indignación. Como un efecto dominó, las emociones fueron activando las protestas de miles de mexicanos que en Internet o en la calle, manifestaron su aversión por Ayotzinapa, pero también en contra de un país que no puede garantizar la seguridad de muchos de sus habitantes.
Peña Nieto en Time
Las protestas en redes virtuales y en las plazas públicas tuvieron eco en la prensa internacional y medios como The Economist, The New York Times o The New Yorker retomaron críticamente el tema. En estos medios se publicaron diversas informaciones, análisis y opiniones sobre Ayotzinapa. Entre todo este mar de noticias, diversos artículos publicados en la prensa internacional resaltaron las contradicciones de la realidad mexicana. Por un lado, en el verano de 2014 Enrique Peña Nieto operó una serie de reformas en el Congreso mexicano que fueron alabadas en el extranjero. Gracias a una estrategia de relaciones públicas apareció una narrativa periodística que nombró a todos estos cambios como el “Mexican Moment”, o el gran momento mexicano. En contra parte, meses después de las transformaciones legislativas, el gobierno enfrenta una de las crisis de seguridad pública más grandes de los últimos años y la narrativa pasó del “Mexican Moment” al “Mexican Murder”. En cuestión de días la estrategia de relaciones públicas de Peña Nieto fue anulada por el caso Ayotzinapa.
Luego del giro en las percepciones internacionales sobre México, en la prensa nacional se encendieron las alarmas de los periodistas cercanos al régimen y que han celebrado las reformas del gobierno. José Carreño Carlón, viejo lobo de la comunicación social priísta, escribió que el caso de Ayotzinapa está empañando “los logros” en materia de seguridad de la administración federal, así como el balance de las reformas peñanietistas. Otro ejemplo es el caso de Yuridia Sierra, columnista del Excélsior, quien escribió que “la marca México” está nuevamente en peligro. Como estos, hay muchos otros ejemplos que se pueden encontrar en la prensa mexicana que ven, con mucha decepción, como es que Ayotzinapa está hundiendo la percepción de que México es un país que está en pleno desarrollo y en el que es confiable invertir. (Como lo he escrito en otra parte, esta obsesión por la “marca México”, no es exclusiva de la administración actual.)
El “Mexican Murder” ya tiene estrategias de control de daños. Una de ellas es la captura de narcotraficantes. Tan solo en octubre el gobierno mexicano ha comunicado la captura de tres importantes capos para contrarrestar la andanada mediática. Por otro lado, en la prensa han comenzado a incrementarse los discursos que condenan lo ocurrido en Ayotzinapa, pero que al mismo tiempo descalifican a las víctimas y a las protestas sociales. En estos discursos los jóvenes desaparecidos son calificados como estudiantes radicales o con ligas al narcotráfico y las protestas resultan absurdas por contradictorias y violentas. También seguiremos leyendo a quienes señalan que los responsables de la matanza son exclusivamente el gobernador de Guerrero y el presidente municipal de Iguala, ambos perredistas, y que Peña Nieto no tiene vela en el entierro.
El cuento del “Mexican Moment” nos recuerda que la historia se repite. Hace veinte años el gobierno federal, luego de conducir una serie de reformas estructurales, presumía que México estaba por entrar al primer mundo. Después vino el levantamiento zapatista y terribles magnicidios que destruyeron el esfuerzo legislativo y de relaciones públicas de los jóvenes tecnócratas y neoliberales. Veinte años después, utilizaron la misma estrategia para pactar y legislar, para comunicar y convencer. Sin embargo, se volvieron a tragar el cuento que dice que gobernar es comunicar. Se volvieron a tragar el cuento que dice que una estrategia de comunicación basta para convencer al mundo que la realidad es otra. Basta con rehacer la fachada de la casa, pintar las paredes y colocar duela falsa para que los vecinos vean nuestra prosperidad, no importa que la casa no tenga cimientos y que en el sótano, húmedo e inmundo, viva la mayor parte de nuestra familia. La comunicación, en política, puede engañar, pero no puede suplantar la realidad. Ahora, las portadas de Time y Rolling Stone que reprodujeron el copete de Peña Nieto, confirman la banalidad y ligereza de la estrategia de comunicación gubernamental.
El Estado moderno nació para garantizar seguridad al cuerpo de las personas, para asegurar que estos cuerpos no serían maltratados o destruidos, para garantizar la libre circulación de estos cuerpos y que sus bienes materiales serían respetados. El inaceptable truco comunicativo de hace veinte años, como el de ahora, es el de crear un escenario en el que aparentemente el Estado mexicano cumple con sus funciones y garantiza estos derechos. Las reformas estructurales actualizaron las reglas de un sistema viejo y que le costaba seguir operando bajo un paradigma neoliberal. Sin embargo, esta actualización no buscó transformar los equilibrios de poder. Las reformas remodelaron la casa, pero ni siquiera se atrevieron a abrir el sótano. En esa lógica una pieza crítica publicada en la prensa estadounidense puede mover más hilos en el gobierno mexicano que la desaparición de 47 personas.
*El autor es académico del ITESO