El vocero de la Casa Blanca, Josh Earnest, dijo que el gobierno estadounidense esta “preocupado” por la tragedia ocurrida en Ayotzinapa. Es obvio que se trata de una postura falsa, puesto que este crimen de Estado le viene de maravilla a Barack Obama para seguir impulsando su estrategia desestabilizadora en suelo mexicano. Es la última carta que le queda bajo la manga al mandatario estadounidense para lograr su objetivo de separar a México de la esfera latinoamericana, aislarlo y asegurar así su control total sobre el futuro de los mexicanos, uncidos a los intereses de Washington pero sin un solo acto de reciprocidad que nos beneficie.
Si en verdad le preocupara a la Casa Blanca la descomposición social que prevalece en México desde hace tres décadas, no se hubiera opuesto a los designios de la ciudadanía expresados en las urnas, como sucedió en 1988. En ese año estaba ya muy estructurado el plan desestabilizador que le permitiría a la plutocracia estadounidense influir con más firmeza en el rumbo de nuestro país, para lo cual contó con la interesada complicidad del grupo político más reaccionario que surgió desde el sexenio de Miguel Alemán Valdés. Para entonces ya se tenía muy claro en Washington lo que habría de acontecer con el predominio de los tecnócratas a su servicio en el sistema político mexicano.
Es pura demagogia decir que hay preocupación en la Casa Blanca por la masacre de los normalistas de Ayotzinapa. De hecho, podría jurarse que la verdad es todo lo contrario, pues mientras más se acreciente la ingobernabilidad en México, mayores serán las expectativas de los grandes intereses trasnacionales de la nación vecina de aprovechar el desmantelamiento del Estado mexicano. Lo que en verdad preocupa a la Casa Blanca es que siga creciendo en América Latina el espíritu nacionalista y reivindicador de la cultura que une a los pueblos latinoamericanos, que siga fortaleciéndose lacapacidad de respuesta a las embestidas imperialistas de Washington de parte de los gobiernos de la Patria Grande.
En la actual coyuntura geopolítica mundial, y particularmente la referida a Latinoamérica, el gobierno estadounidense se siente obligado a pasar a una actitud ofensiva en defensa de sus intereses. Es muy claro que se busca revivir la Doctrina Monroe, para justificar su proceder cada vez más intervencionista.
Así lo dijo Teodoro Roosevelt en un memorable discurso en 1905: “Nuestros intereses y los de nuestros vecinos del sur son en realidad idénticos. Tienen grandes riquezas naturales, y si dentro de sus fronteras el dominio de la ley y la justicia impera, la prosperidad seguramente vendrá a ellos… Interferiríamos con ellos sólo como último recurso, y aun entonces sólo si se hiciera evidente que su inhabilidad o su falta de deseo para hacer justicia en el propio país y fuera de él hubieran violado los derechos de Estados Unidos o hubieran invitado la agresión extranjera en detrimento del cuerpo entero de las naciones americanas”.
Se está preparando el terreno para “interferir” en los asuntos que sólo competen a los mexicanos, cuando las grandes trasnacionales petroleras estadounidenses estén asentadas en territorio mexicano. Cualquier acto del pueblo en defensa de nuestros intereses legítimos, será visto por la Casa Blanca como una “falta de deseo para hacer justicia” y entonces que Dios nos agarre confesados, como dice el dicho popular.
Mientras más crezca la inestabilidad política y económica en México, será mejor para la estrategia desestabilizadora de la Casa Blanca. Esto lo sabe perfectamente la oligarquía criolla, por eso la mayor parte de sus caudales está a buen recaudo en bancos o invertido en grandes negocios en otros países. En este momento es fácilmente acusar de “inhábil” al gobierno de Enrique Peña Nieto, no lo hace el que encabeza Obama porque le conviene que tal inhabilidad se manifieste de manera tal que hasta la ONU vea con beneplácito el intervencionismo estadounidense.
De ahí el imperativo de evitar que siga adelante el proceso de terrible descomposición del Estado mexicano, porque eso daría margen a que Washington tenga la justificación que busca para dirigir abiertamente la marcha del pueblo mexicano de acuerdo a los intereses de Estados Unidos. Así quedaríamos completamente separados del destino de América Latina como entidad geopolítica única e indivisible. Sería lo peor que nos pudiera ocurrir.