El presidente postergó el cumplimiento de su promesa de tomar acción ejecutiva para poner fin al terror de deportaciones y separación de familias hasta después de las elecciones. Pero las elecciones ya pasaron.
No puedo llamarme una experta, y ni siquiera soy una tremenda estudiante, de la constitución norteamericana, o de la democracia e historia estadounidenses. Para mí como mexicana, la democracia de los Estados Unidos ha significado, con demasiada frecuencia, la tiranía y la humillación para México. Aun así, hago lo que puedo para entender esta nación.
En el año 2006 mi organización, La Familia Latina Unida, decidió exigir al presidente a que pusiera alto a las deportaciones, por medio de un orden ejecutivo de estatus legal temporal para los indocumentados. Nos habíamos convencido que la configuración de los estados y la composición del congreso que resulta, no iba hacer posible una solución legislativa a nuestras leyes descompuestas de migración, y a pesar del hecho de que una mayoría de ciudadanos de los Estados Unidos simpatizaba con nuestra causa. Para dar énfasis a nuestra demanda que se efectuara tal orden ejecutivo con una marcha de 80,000 personas en Chicago en junio de aquel año.
Nuestro argumente era de que, en la misma forma que la institución de la esclavitud tuvo que ser roto por un orden ejecutivo, es decir, la proclamación de emancipación de Abraham Lincoln, la institución de mano de obra indocumentada tendría que ser rota por el poder ejecutivo actuando con el apoyo de la mayoría popular y no haciendo caso a los impedimentos racistas que han formado el mapa de los estados y de los distritos electorales del congreso.
El éxito del partido republicano en las elecciones ya pasadas, a pesar de que ganó por medio por tácticas descaradamente obstruccionistas y racistas, incluyendo una movilización de sentimientos racistas en contra del primer presidente de origen afronorteamericano, confirma nuestra idea de que, como fue el caso con la esclavitud, esta abominación atroz de separaciones solo puede terminarse por medio de un orden del ejecutivo.
Pudimos traer esta demanda, con éxito, a la agrupación de congresistas latinos, por medio de las actividades del congresista Luis Gutiérrez. Por medio del “caucus” latino presentamos nuestra reivindicación a dos presidentes sucesivos.
Hemos marchado y movilizado, rogado y dado testimonios, durante case casi dos decenios para ganar los corazones del pueblo y para mostrar el parálisis del Congreso. Mientras que hemos estado luchando se han deportado a dos millones de personas y más, cuyas familias han sido destrozadas, sus sueños aplastados.
Hemos tenido que bregar con líderes del partido demócrata que preferían mantener su enfoque en la contienda legislativa inútil, para sus propios fines legislativos, en lugar actuar para parar el sufrimiento de nuestras familias. Tuvimos que bregar con aquellas organizaciones que preferían empeñar sus voces para mantener este engaño demócrata.
Ahora como en 2006, estamos convencidos que, una vez que los millones de indocumentados pueden salir de y adquirir el derecho de trabajar y vivir con dignidad y seguridad, ninguna fuerza nos puede mandar a las sombras de nuevo.
Actualmente, por razón del crecimiento continuo del voto latino unificado, tenemos la opción de ir más allá de apelar a las consideraciones de la moralidad, a una exigencia para poder que no se va a poder reprimir.
Si ahora el presidente no da órdenes ejecutivos generosos, después de las elecciones y antes del Día de Acción de Gracias, nosotros empezaremos inmediatamente a organizar una candidatura latina independiente para la presidencia y así negarles a los demócratas el voto latino que van a necesitar para retener la Casa Blanca en 2016. Nos da placer poder anunciar que la semana pasada, el congresista Gutiérrez aceptó en forma pública nuestra invitación que se postule como candidato independiente en 2016 en el caso que el presidente no actúe antes de los días feriados.
Hemos perseverado todos estos años con nuestras reivindicaciones. Ya todo está listo y no vamos a permitir que nada nos pare.