Karla Hernández /@Karla3_0
Si visitaras México un 3 de mayo, verías una festividad única alrededor de los trabajadores de la construcción: la unión de dos mundos, el popular y el indígena, que se juntan para celebrar a la Santa Cruz.
En la Ciudad de México el festejo es fugaz: se celebra a los albañiles con una misa y una comida con una cruz de madera adornada con flores y papel de china como fondo. Pero si vas a Acatlán, Guerrero, asistirás a una fiesta de cuatro días con una “mística” especial.
Desde las 4 de la mañana del 1 de mayo, verás a decenas de personas en una caminata contra el sol. Se trata de la “subida al cerro”, a cuya cima llegarán cerca de las 11 de la mañana.
Luego de caminar por senderos empinados, llegarás a la parte superior del cerro y verás tres cruces adornadas permanentemente con cempaxúchitl.
Seguirás el ritual de quienes, como tú, llegaron a la cúspide: saludarás las cruces, te persignarás y les colocarás un collar de flores, además de una ofrenda de frutas y velas en la tierra.
Conforme la gente llegue a la cima, verás también que atan a las cruces de madera una especie de velo que ha sido elaborado por las mujeres y que han usado años anteriores en fiestas idénticas. Cada familia llevará por lo menos uno y los irán atando uno sobre otro. El resto que conforma las ofrendas se quedarán bajo la cruz hasta que se desintegren.
Más tarde, te impresionará “la pelea de los tigres”: los hombres del pueblo se transmutan en animales con máscaras de cuero, simulando la fisonomía de un felino. Se preparan porque creen que la tierra tiene sed y necesita beber la sangre de quienes han sido heridos.
Quienes vayan al ruedo, no se podrán quitar la máscara y sólo podrán golpearse con los puños en el rostro. Se dan mazazos, uno tras otro, hasta que el otro comience a sangrar. No se pelea con odio, sino por algo más: nadie se desenmascara frente al adversario, pues la lucha no es personal, sino un ritual ofrecido a la comunidad.
Luego de la pelea, los “tigres” harán una ofrenda especial con gallos sacrificados. Verás como esos animales, que han sido alimentados con cariño durante todo el año con maíz sembrado y cosechado en esa tierra, serán sacrificados sobre una afilada piedra en forma triangular en la parte plana del cerro.
Los dueños de los gallos hablarán con las aves. Si estás lo suficientemente cerca, escucharás la explicación sobre la necesidad de que mueran, pues la tierra tiene “tiene sed” y su sangre le dará de beber para que después llueva y vuelvan a tener maíz.
Las aves serán colocadas con el pescuezo sobre la punta de las piedras, que abrirán su piel. Su sangre caerá sin que nadie la toque; será absorbida por la tierra y en ningún momento se contaminará con ningún objeto hecho por el hombre, como un cuchillo.
Con los gallos sacrificados, las mujeres cocinarán un caldo blanco condimentado con chile verde, sal y cebolla que posteriormente será parte de una comida comunitaria.
Y cuando creas que has visto lo más místico del día, presenciarás el culto a “los aires”, entes considerados como personajes traviesos y pequeños, indispensables para un buen temporal, pues el aire trae el agua –”buena” como “mala”– en forma de lluvia generosa, tormentas, granizo o inundaciones.
Se realiza mediante “la danza de los aires”, acompañado de sonidos musicales de una flauta y un tambor, que acompasan los pasos de un grupo de hombres vestidos de rojo, con máscaras y paliacates en la cabeza, que avanzan siempre en fila quejándose de manera continua para “llamar al agua”.
Hacia el atardecer, cada persona se despedirá de las cruces, retirará sus propios velos y comenzará a descender del cerro para dirigirse hacia el templo de la parroquia para ser parte de un banquete en su interior.
Te llamará la atención la ausencia de las personas notables de Acatlán: no hay presencia de clero, ya que el párroco y su vicario se van de vacaciones esos días. Esto no es católico, tiene sus raíces en fuertes creencias indígenas.
Recorrerás sus calles, hablarás con la gente, te sentarás en sus mesas y te explicarán la importancia de esta fiesta: aquí, en los límites del pueblo, donde están los campos de cultivo de maíz, frijol y calabaza, la fiesta agrícola se realiza una vez al año y se cree que de ella depende en gran medida que exista un buen temporal de lluvia para garantizar que toda la gente coma bien durante el año.
Entonces, te darán ganas de volver, apartar su velo y esperar un año para colgarlo en esa cruz enorme en la cúspide del cerro de Acatlán, Guerrero.