La reciente Cumbre de Líderes de América del Norte deja muchos elementos para la discusión pública. En esta columna me centraré en la dimensión de la integración planteada por el presidente Andrés Manuel López Obrador en la que proyecta el continente americano como un nuevo territorio en el que los países sean vistos como iguales y donde se respete la soberanía de cada uno de ellos. Esto, por supuesto, en contraste al intervencionismo crónico que la Doctrina Monroe ha significado para la región, ya sea desde la primera versión en el siglo XX con las dictaduras militares a la más reciente bajo el signo de los golpes blandos (o lawfare).
El giro hacia una verdadera democracia es condición indispensable para los términos de este nuevo tipo de integración, no se trata solamente del tránsito de lo representativo a lo participativo sino de comprender que la democracia significa, por principio, el pueblo soberano organizando su vida social y natural con el objetivo de alcanzar la justicia social, la paz y el equilibrio ecológico, superando las formas oligárquicas extractivas que han tenido su máxima representación durante el periodo neoliberal.
Por ello, establecer este principio de la “madre de las repúblicas” significa consolidar las formas estatales como repúblicas sociales que se integran para cooperar con arreglo a las necesidades y potencialidades de cada una, contrario al esquema tradicional imperial en el que los territorios se adhieren a la extracción sistemática de sus recursos naturales regenteados primariamente por las oligarquías nacionales en contubernio con los intereses de las empresas globales. Se trata de que América se constituya como un territorio libre de relaciones de dominio imperial.
Esta propuesta que en un primer momento puede sonar idílica recae en un contexto internacional especial: la pérdida real del poder hegemónico de los Estados Unidos de América en el mundo. El propio presidente Joe Biden reconoció durante el encuentro que el planeta vive una transformación radical como no sucedía desde el término de la Segunda Guerra Mundial.
Es decir, el poderío estadounidense gestado bajo el triunfo de aquella guerra llega hoy a su límite histórico y lo hace por el lado menos pensado: el resurgimiento de una potencia comunista como lo es la economía China. Nos encontramos en el tránsito de un mundo unipolar a uno multipolar en el que el control de las nuevas tecnologías basadas en las tierras raras y el litio, así como las fuentes de energía como el petróleo y el gas será decisivo para el futuro.
En este contexto es que cobra relevancia la necesidad de disminuir la dependencia de nuestra región con respecto a las importaciones asiáticas, especialmente en materia de chips y otras mercancías primordiales no solo para el consumo final sino para los procesos productivos. Es decir, el replanteamiento multipolar para los Estados Unidos es una necesidad de sobrevivencia por lo que hay suficientes incentivos para la transformación del tipo de integración económica en el hemisferio occidental, sin dejar de mencionar que el sistema alternativo del grupo de los BRICS liderado por China sigue su avance en los países sudamericanos.
En suma, el viejo principio de renovarse o morir aplica para la reorganización del mundo, México está haciendo un planteamiento con esta visión de mediano y largo plazo en la que es necesario superar la explotación imperial para dar un salto cualitativo hacia sociedades nuevas, que no sacrifiquen la vida por el crecimiento, sino que la vía de desarrollo sea a partir del bienestar integral social como base para un nuevo sistema económico mundial. La ruta está marcada y toca darle contenido para que podamos establecer de cara a los próximos sexenios las fases de avance para materializar lo propuesto.