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Impuestos para todos. Privilegios para nadie.

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La miseria es una injusticia; y la justicia comienza por hacer que los poderosos contribuyan al bien común.

Victor Hugo

Los impuestos no son un castigo. No son un favor ni una extorsión. Es lo que le toca a cada uno para vivir en comunidad. Es el precio de tener escuelas, hospitales, agua potable, transporte público, etc. Vivir en una sociedad organizada requiere compromiso y corresponsabilidad.

Pero ese compromiso solo funciona si cada quien aporta lo que le corresponde. Es un sistema basado en la confianza mutua. No se trata de que unos dependan de los otros, sino que todos nos cuidamos y apoyamos mutuamente. Eso significa vivir en comunidad.

A veces las cosas no funcionan como deberían. Hay quienes, por distintas razones, terminan aportando menos de lo que les toca.

Nada puede sostenerse cuando los que menos tienen cargan con el costo del Estado.

No se trata de pedir caridad ni determinar cuanto merece cada quien. Es algo mucho más elemental: es la esencia de un Estado social como el mexicano.

Un Estado social no solo promete igualdad ante la ley, porque sabe que eso no es suficiente. Un Estado social hace todo lo necesario para garantizar esa igualdad. No se conforma con decir que todos tienen derechos; actúa para que esos derechos sean reales y puedan ejercerse.

El Estado asume la obligación de proporcionar salud, educación, vivienda, etc. Pero todo eso cuesta y se paga con impuestos; los de todos. Por eso es importante que la recaudación de impuestos funcione como un instrumento de justicia, no para reproducir o incrementar los privilegios económicos.

La justicia social reconoce estas asimetrías y busca corregirlas. Un sistema justo no puede tratar de la misma manera a quien vive en la pobreza y a quien vive en la riqueza. Un sistema justo trata con equidad, protegiendo más a quien lo necesita más.

Cuando eso no sucede, el pacto social se rompe. La ciudadanía pierde confianza en su comunidad y toda motivación para mantenerla. Se instala el enojo y la desconfianza. Porque ¿quién quiere contribuir con un sistema que proporciona beneficio?

Una sociedad justa no solo comparte los beneficios, sino también los costos.

Cuando la gente siente que unos pagan y otros se escapan, que unos sostienen al Estado y otros se aprovechan de él, la comunidad se debilita y crece el descontento.

Los impuestos son justicia, o deberian serlo.

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