Titulares a ocho columnas, miles de tuits por segundo, mensajes de WhatsApp y publicaciones en Facebook compitiendo por comunicar a sus contactos y amigos la primicia que leyeron o escucharon en los medios o redes sociales: “Capturaron a Caro Quintero”. Y esto apenas era el comienzo, porque de inmediato siguieron los “análisis” exprés de los intelectuales y locutores de la derecha, aunque también los provenientes de los autodenominados “neutrales”, “críticos”, “apartidistas”, “objetivos”, “independientes” estilo Julio Hernández López, Páez Varela o Zepeda Patterson. Obviamente, no podían faltar los aplausos más acríticos; tampoco los comentarios en un tono que quería presumir de contestatario de quienes se dicen simpatizantes de AMLO y del gobierno de la 4T, pero que, curiosamente, repiten con mayor frecuencia las exigencias absurdas y los ataques irreflexivos de la oposición conservadora más recalcitrante.
Fue tal la magnitud de esta avalancha informativa que provocó -como es costumbre en estos casos- que incluso gente a la que no le interesan ni los asuntos públicos ni las intrigas políticas le llamara la atención el asunto y empezara a elucubrar y a plantearse la pregunta que precisamente pretendían los medios dominantes y su ejército de expertos y difusores: ¿esta detención tuvo que ver con la reciente visita del presidente de México a su homólogo en Estados Unidos?
Todas las arengas rabiosas, “sesudas” reflexiones, hipótesis aventuradas, ocurrencias sin sentido, no brillaron por su originalidad o utilidad para el debate público; simplemente repitieron la narrativa de la guerra contra las drogas difundida por el aparato mediático nacional e internacional, cuyo origen se remonta a mediados del siglo pasado, con mayor precisión a 1947, cuando, como señala Oswaldo Zavala en su libro “La guerra en las palabras. Una historia intelectual del <<narco>> en México”, “la necesidad de repensar el orden global después de la Segunda Guerra Mundial llevó a Estados Unidos a concebir una nueva agenda de ‘seguridad nacional’. A esa estrategia general se habría de incorporar el combate al narcotráfico, en el horizonte securitario entre la lucha anticomunista y la amenaza planetaria del terrorismo islámico, es decir, entre los problemas geopolíticos identificados por los gobiernos de Estados Unidos desde mediados del siglo XX hasta el presente, que han servido para establecer su hegemonía política, económica y cultural por medio de sus permanentes campañas militares. En consecuencia, siguiendo de cerca la agenda de ‘seguridad nacional’ estadounidense durante la década de 1970…las Fuerzas Armadas, la Policía Federal y los servicios de inteligencia ejercieron juntos en México una soberanía doméstica total sobre el narcotráfico hasta llegar al punto de instrumentalizar a los grupos de traficantes en tareas de represión política y en la operatividad general de los intereses domésticos y geopolíticos en el marco de la Guerra Fría. Fue durante esos años también cuando comenzó a aparecer la llamada ‘narcocultura’…producto de una profunda mediación de ese relato de Estado que se consolidó en esa misma época a contracorriente de la realidad política y militar del país. Mientras que un grupo de traficantes servía a los intereses domésticos y geopolíticos de la clase gobernante, dominaba en los campos de producción cultural la narrativa del traficante marginal, el campesino desposeído, pero con aspiraciones que protagoniza una antiépica que con frecuencia culmina con su muerte. Esta narrativa, más cercana a las telenovelas producidas por Televisa entre 1970 y 1980, prevaleció hasta que el discurso oficial comenzó a describir a los grupos de traficantes como ‘cárteles’ que amenazan la ´seguridad nacional’ del país. Mucha de la investigación académica y periodística entiende este quiebre como una evolución en el poder de los ‘cárteles’, cuando en realidad… obedece más bien a un giro en el discurso oficial que reacciona al cambio de paradigma propulsado deliberadamente desde Washington con el fin de la Guerra Fría para intercambiar al comunismo por el narcotráfico como el nuevo objeto -el nuevo enemigo- en la agenda securitaria estadounidense”.
Imposible no incluir aquí esta larga cita. Constituye una síntesis excelente, rigurosa y certera de lo acontecido en nuestro país en esta materia, de la raíz de toda la sangre, violencia, dolor, miseria, ya tan difíciles de reducir, que tanto ha sufrido el pueblo de México.
Hay quienes aplauden con entusiasmo la captura de Caro Quintero porque “se trata de uno de los criminales más buscados por Estados Unidos” y “va a ayudar a frenar la violencia” (la misma retórica de Calderón que nunca tuvo sustento en la realidad). Otros consideran que no sirve para nada porque este capo ya no tiene poder y que, en su lugar, “se debió haber apresado a Ovidio o a El Mencho” (aunque la captura o muerte de los ‘jefes’ no haya servido de nada).
Algunos afirman que esta aprehensión demuestra que AMLO no tiene vínculos con el narco, como si fuera necesario ante la ausencia apabullante de evidencias que sustenten este estúpido rumor, el cual, incluso, ya hizo perder la poca credibilidad que aún le quedaba a Anabel Hernández cuando afirmó vergonzosamente que el saludo del presidente a la mamá era la “prueba”. Otros señalan, por el contrario, que esto pone de manifiesto que el presidente está protegiendo al cartel de Sinaloa al atrapar a su rival…un rival que, en realidad, como dijo la misma Anabel Hernández -quien lo entrevistó en 2018, después de que Caro Quintero salió libre tras 28 años de prisión- no parecía tener ningún control en Sonora como se apuntaba. La periodista señaló en 2020:
“Yo no lo vi en Sonora. En 2018, donde él sentía que estaba protegido y se escondía no era allí. Su lugar de seguridad, su matriz, está en Sinaloa. No creo que sea capaz de crear un imperio en la tierra de Sonora, donde manda el Mayo Zambada”…y fue precisamente en Sinaloa donde lo atraparon.
Entonces, regresando a la duda que los medios de la derecha nacional han tratado de implantar en la mentalidad de sus audiencias a fin de mermar la imagen de AMLO, como llevan intentándolo desde hace años: ¿esta detención tuvo que ver con la reciente visita del presidente de México a su homólogo en Estados Unidos?
Puede ser. No lo podemos comprobar, pero es una hipótesis plausible por la oportunidad, por los antecedentes del combate al narcotráfico, por las elecciones estadounidenses próximas, por la necesidad del gobierno de ese país de mostrar algún éxito a su población contra un narco (uno de sus tantos enemigos), ya que su asunto con Rusia parece no ir por buen camino. O tal vez se trate sólo del cumplimiento de una orden de aprehensión de un presunto delincuente más que, a diferencia del caso de Ovidio, sí pudo llevarse a cabo con éxito por las circunstancias distintas. ¿Eso merma la imagen del presidente? No. Aunque incluso Oswaldo Zavala, el autor que citamos tan ampliamente, intenta incluir la creación de la Guardia Nacional en la lógica de la guerra contra las drogas impuesta por Estados Unidos, hay muchos elementos que muestran que AMLO sí está intentando terminar con esta guerra como lo declaró desde el principio de su mandato: su estrategia general para reducir la violencia continúa atendiendo las causas de origen de la misma, por más que sectores poderosos del país le exijan que utilice “mano dura” (la cual ya demostró su inutilidad) y se burlen de sus “abrazos, no balazos”; la aprehensión que se intentó contra Ovidio se detuvo por órdenes contundentes del presidente a fin de evitar una masacre, lo cual a los mandatarios anteriores nunca les importó (basta recordar esta infame declaración de Calderón: “Costará vidas humanas inocentes, pero vale la pena seguir adelante”); la detención de Caro Quintero por elementos de la Marina fue totalmente distinta a lo que se acostumbraba en los regímenes pripanistas: no fue acribillado ni su cadáver desnudo fue cubierto de billetes y expuesto al escarnio como hizo la Marina con Arturo Beltrán Leyva en el sexenio calderonista; la Guardia Nacional está dedicándose a labores de construcción y protección tanto de la infraestructura pública como de los ciudadanos contra la violencia desatada por la guerra contra las drogas, y no a acribillar a inocentes en retenes, en fiestas o en universidades como se hacía antes.
Sea o no cierta la hipótesis apuntada anteriormente sobre la incidencia del gobierno de Estados Unidos en la aprehensión de este delincuente, lo lamentable es que, aunque lo quiera el presidente mexicano (o cualquier otro mandatario del mundo), aún no ha sido posible desmarcarse tajantemente de este discurso y práctica imperiales sobre la ilegalidad de la producción, el comercio y el consumo de las drogas, que hasta ahora ha resultado inútil para sus supuestos fines y sólo ha exacerbado la violencia que lastima a la mayoría de los habitantes del mundo, beneficiando en cambio a los intereses de los grandes capitales (fabricantes de armas, farmacéuticas, instituciones financieras, empresas extractivas, medios de comunicación, etc.) y al gobierno de Estados Unidos, cuya misión ha sido siempre protegerlos e imponer su dominación a todo el planeta.
Ojalá llegue el día en que las noticias que mayor atención pública desaten sean la detención de millonarios corruptos como Alonso Encira, o de abogados hampones como Juan Collado y la devolución del dinero que robaron; el pago de impuestos por parte de grandes empresas que antes les eran condonados y que evitaban su uso para políticas sociales en favor de la población; la renegociación de contratos leoninos que afectaban al erario e impedían la construcción de infraestructura pública necesaria para elevar el nivel de vida de los mexicanos. Todo esto y más ha hecho el gobierno de AMLO. Y esto es lo verdaderamente importante, lo realmente útil, lo que demuestra que ya no se tolera la impunidad ni hay encubrimiento, lo que debería también pregonarse a toda hora como estándar y como punto de partida de lo que demandamos y exigiremos a los gobiernos siguientes. Nada menos.