Por: Estela Garrido
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Para algunos las artes escénicas entablan un dialogo abierto con el público expectante. La próxima y distancia se acortan entre el actor y espectador llegan a mimetizarse y entonces que para algunos directores y escritores de teatro se crea el momento idóneo para la creación.
El artista holandés Jan Fabre presentó en Madrid, España, su obra titulada “Las Locuras del teatro”. Con una duración de casi cinco horas la percepción de la puesta en escena se polariza.
En principio, Fabre retoma la versión de hace dos años de ocho horas de duración y la relanza. “ Cuando el teatro es capaz de romper todos los esquemas, todos los prejuicios, todos los miedos del que acude a él con los sentidos limpios, el arte adquiere una dimensión que alcanza al individuo más allá de su cómoda butaca, y le proporciona una larga e incómoda digestión”, afirma Gärt, escritor de Tendencias Literarias.
Para otros, la revolución hecha en años anteriores no evolucionó en la nueva puesta teatral y se quedó sin tono. “En cinco horas ocurre de todo. La repetición excesiva, la radicalización de los actos (respirar, soplar), el pánico de los sentidos, el agotamiento de los cuerpos (para los intérpretes) y de la mirada (para el espectador)”, contrapunta el Teatro Andaluz.
Sin embargo, de acuerdo con los críticos teatrales, este es el objetivo de Fabre: golpear el optimismo, llevar al límite del hastío y del cansancio al espectador. Fabre no busca crear una obra sin pretensiones que sólo fluctúe entre las primeras sensaciones del público.
Por el contrario, el artista holandés persigue despertar protestas. Golpear consciencias adormiladas y reconocer en el espectador la inteligencia menospreciada.
“En cerca de cinco horas tenemos tiempo de irritarnos, seducirnos, fascinarnos, escandalizarnos y volver a fascinarnos. Nos saldremos una vez, dos veces, tres veces pero siempre volveremos a la sala y al final, el recuerdo de esta propuesta excesiva lo barrerá todo y quedará grabada en nuestra memoria”, finaliza el Teatro Andaluz.