Entre el 11 y 12 de julio se llevará a cabo la cumbre de la OTAN en la que el conflicto ucraniano ocupa la atención principal. Zelensky exige que se cumpla con su incorporación y la organización lo seguirá discutiendo. El lugar elegido para el cónclave es la ciudad de Vilna, capital de Lituania. Llama la atención la sede, aunque en cierto modo no sorprende.
Sí reunir al G7 en Hiroshima pareció más una amenaza que un mensaje de paz, Vilna hace lo mismo pero vinculada a su propia historia. Polonia y Lituania tienen una historia común muy antigua. Hacia el SXV conformaron el Gran Ducado que llegó a controlar media Europa del Este hasta el Mar Negro. Su elites políticas y económicas comparten también sus afinidades supremacistas y en algunos casos abiertamente neonazis. Hoy, son dos de los países europeos, junto con Grecia y Estonia, que más aumentaron su gasto militar entre 2014 y 2023. El despegue coincide con el golpe de Estado en Ucrania. Es decir, al mismo tiempo que la OTAN preparaba a ésta para la guerra con Rusia, como lo confirmaron Ángela Merkel y Francoise Hollande, Polonia y Lituania hicieron lo propio. Sus gobiernos son, quizás, los más feroces antirrusos de toda Europa.
Por otra parte, la derecha lituana en el poder, al igual que la polaca, mantiene un discurso ultranacionalista, en términos de “no renunciar jamás” a aquellas glorias medievales. Por supuesto, ha reclamado derechos sobre territorio ucraniano. Una derecha que tiene fuertes raíces en aquella temible Policía Auxiliar Lituana, organizada luego de la invasión alemana y responsable de crímenes de lesa humanidad a gran escala y que comenzó, a partir de 1991, un proceso de rehabilitación y amnistía a miles de personas sentenciadas en tribunales soviéticos por crímenes de guerra.
El Centro Simón Wiesenthal denunció que entre los 1,800 amnistiados ese año unos 100 eran responsables de atrocidades en las filas nazis. La rehabilitación indiscriminada alcanzaría a 22,000 personas. Lituania, en menor escala que Ucrania, ha ido normalizando la presencia política activa de sectores abiertamente fascistas. No extraña entonces la cálida invitación a Zelensky por parte de sus anfitriones.
Así, este martes 11 de julio veremos en Vilna al admirador de Stepan Bandera pontificar en favor de la guerra contra Rusia e intentar chantajear con una escalada irreversible a los representantes de 31 jefes de Estado y de gobierno de la Alianza atlántica. Desde hace poco más de una semana el presidente ucraniano ha insistido, con enorme cobertura mediática, en que Rusia prepara un ataque a la central nuclear de Zaporiyia. Es una manera de presionar a la OTAN a cumplir su promesa de 2008 de hacer de Ucrania un miembro de pleno derecho de la organización. Derrotado militarmente, lo único que le queda es que las fuerzas de la OTAN intervengan directamente en el conflicto. Aunque la presencia occidental es un hecho, por intervención me refiero a ejércitos europeos en combate con todo su aparato aeronaval y terrestre en juego; es decir la Tercera Guerra Mundial. El domingo, en televisión abierta, llamó a la OTAN a bombardear Rusia con armas atómicas, ante un supuesto inminente ataque ruso.
Por lo pronto, el supuesto ataque ruso, que se llevaría a cabo el 5 de julio, no sucedió pero sí ocasionó una intensa actividad entre los alarmados políticos europeos. Lo absurdo del alegato de Zelensky y el desmentido del director de la OIEA dejaban claro que más bien se trataba de una amenaza de falsa bandera para obligarlos a cumplir la palabra empeñada hace quince años en Bucarest, origen de esta miserable guerra.
Zelensky está desesperado; sus fuerzas armadas están diezmadas, prácticamente no tiene munciciones y su contraofensiva no ha logrado ganar más que unos pocos poblados -que vuelve a perder días después- con un costo humano y material brutal. Su desesperación aumenta ante la certeza de que de Vilna saldrá con más promesas, algunas armas y haciendo más concesiones a Europa, Estados Unidos y a los organismos y empresas financieras globales. La puerta de la OTAN seguirá cerrada hasta nuevo aviso.
La desesperación es la peor consejera. Hace unas semanas, comandos ucranianos, con apoyo de fuerzas especiales inglesas, destruyeron la presa Jakovka sobre el río Dnieper, con lo que arrasaron las líneas de defensa rusas contruidas en la parte baja. Un logro pírrico porque también impidió que Ucrania pudiera retomar ese territorio. En cambio, causó un daño eco-sanitario a gran escala en el sur del país hasta el Mar Negro. Ahora amenaza con un desastre en la mayor central nuclear de Europa. Sus vecinos anunciaron de inmediato que tomarían medidas extremas si la planta era atacada. No lo hizo en Ucrania, pero parece que sí en Rusia.
Este domingo 9 de julio amaneció con una noticia ominosa, pero poco divulgada. Según la Sociedad de Radio y Televisión de Suiza, la central nuclear de Desnogorsk en la región de Smolensk y un aeropuerto cercano a la ciudad de Kaluga fueron atacados con misiles desde Ucrania. De nuevo, como los ataques al Kremlin o al puente de Crimea, es claro que el gobierno de Zelensky, con presión norteamericana, está empeñado en escalar el conlicto para crear condiciones que afecten directamente a Europa y la obligue a intervenir.
La entrega de aviones F16 al ejército ucraniano, que parecía un hecho, se ha ido aplazando por varias razones. El entrenamiento requiere mucho tiempo; su mantenimiento es excesivamente costoso y exige una infraestructura técnica y aeroportuaria que Ucrania no tiene. Pero, sobre todo, introducir esos aviones al combate implicaría, casi de facto, la intervención de un tercer país que preste sus aeropuertos y, eventualmente, pilotos (Moldavia ha alzado la mano), lo que lo convertiría en parte beligerante.
Valores en racimo
A este escenario se suma el anuncio del gobierno de Biden de suministrar al ejército ucraniano bombas de racimo, munición con largo y sangriento historial de víctimas civiles, sobre todo niños. Se trata de misiles que dispersan, en una amplia superficie, pequeñas cargas explosivas diseñadas para estallar antes, durante y después del impacto. Sin embargo, un alto porcentaje de esas bombas no estallan y quedan activas durante décadas, por lo que uso está prohibido por la Convención sobre Municiones de Racimo, a la que están adheridos varios países europeos, como España, Francia y Alemania. Por ello han mostrado cierta reticencia a respaldar esta decisión.
Como hizo con la munición de uranio, EUA introduce un arma que ha demostrado ser extremadamente peligrosa para la población civil. Los paises del sudeste asiático, a los que hace medio siglo Estados Unidos llevó democracia y libertad con bombas de racimo a granel, siguen padeciendo sus estragos. En Laos, por ejemplo, durante nueve años, gran parte de los más de mil kilómetros del Tren Ho Chi Minh fue destruida con 270 millones de bombas, muchas de ellas de racimo. Durante cincoa años, China se encargó de limpiar la ruta y reconstruir los más de mil kilómetros del legendario tren y ponerlo en marcha en 2021. Se estima que aún permacen unas 80 millones de ellas esparcidas en el país. No en balde, el Primer Ministro de Camboya, Hun Sen, país que también recibió su dotación de valores occidentales, ha hecho un elocuente llamado a no utilizar esas municiones, porque serían un “enorme riesgo para los ucranianos durante décadas, sino es que durante siglos”. No exagera.
En esta cumbre es indudable que no se va a anunciar la incorporación de Ucrania a la OTAN y Estados Unidos va a forzar una guerra de larga duración para ganar tiempo y aumentar el poder militar de Europa, mientras Ucrania termina de sucumbir hasta el último ucraniano.
Es elocuente la razón que dio el presidente Biden para enviar esa munición infame: “nos quedamos sin municiones”. Por ello, los mayores esfuerzos de la cumbre se centrarán en el compromiso de todos de alcanzar, como base, un gasto anual en defensa del 2% del PIB, y desarrollar un plan conjunto para fortalecer su base industrial-militar, para la expansión de sus fuerzas armadas europeas. Por otra parte, con el visto bueno de Turquía y Hungría se dará trámite para que Suecia pase a ser parte de la familia nuclear.
Mientras tanto, la primer ministra lituana, Ingrida Simonyte, recia militarista y feroz antirrusa que sueña con el renacimiento del Gran Ducado de Lituania medieval, se congratula por el escalamiento de la guerra que desangra a su vecino y hace alarde de su propósito de elevar su presupuesto militar hasta el 3% del PIB. También está lista para mandar a sus ciudadanos a la guerra.
Respecto a Ucrania, el mensaje es que espere diez años más y que cuide la puerta. En la reunión en la que se la ha permitido hablar, sólo se avanzará en integrar un Consejo asesor para “fortalecer” a Ucrania y acordar un plan de apoyo a llevarse a cabo durante una década. ¿Aviones? Quizás. ¿Helicópetros, tanques? Ya no hay. Por lo pronto, se enviarán unas viejas bombas almacenadas hace treinta años. Es todo.
Mientras más se desangra Ucrania, menos migajas obtiene de Occidente y más impredecibles son las decisiones de un régimen desecho y desesperado. En su agonía, ya atacó dos plantas nucleares; esperemos que la decepción de Vilna no lo lleve a intentarlo de nuevo.
Referencias
Zadoff, Efraim (Ed.), SHOA-Enciclopedia del Holocausto, Yad Vashem y E.D.Z. Nativ Ediciones, Jerusalen 2004. En: https://www.yadvashem.org/es/holocaust/encyclopedia/vilna.html.
- SwissInfo.ch. “Rusia derriba dos misiles ucranianos en la región fronteriza de Briansk”. 9 de julio de 2023. En: https://www.swissinfo.ch/spa/ucrania-guerra_rusia-derriba-dos-misiles-ucranianos-en-la-regi%C3%B3n-fronteriza-de-briansk/48652576.
The Express Tribune. “Beijing clears US bombs before constructing China-Laos railway” (Beijing limpia las bombas de Estados Unidos antes de contruir en tren China-Laos). 14 de febrero de 2022. En: https://tribune.com.pk/story/2338716/beijing-clears-us-bombs-before-constructing-china-laos-railway.