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La “militarización”: el terrorismo mediático a diestra y siniestra

AMLO no mintió y la “militarización” es una patraña

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Era la mañana del 16 de marzo de 1968 cuando el destacamento Barker se desplazó rumbo a un pequeño grupo de aldeas conocido como MyLai en la provincia Quang Nai de Vietnam del Sur, con la típica misión de ‘búsqueda y destrucción’, es decir, tropas estadounidenses buscando soldados del Vietcong para destruirlos.  Dicho destacamento llevaba ya más de un mes sin obtener triunfo militar alguno. Incapaz de vencer al enemigo, había sufrido, en cambio, varias bajas a causa de minas antipersonales y trampas explosivas. La provincia era considerada una fortaleza del Vietcong y la percepción general era que los civiles ayudaban e instigaban a la guerrilla a tal grado que resultaba difícil distinguir a los combatientes de los no combatientes. En consecuencia, los soldados estadounidenses tendían a odiar y desconfiar de todos los vietnamitas de la zona. 

Los soldados esperaban encontrar a sus oponentes para, por fin, luchar contra ellos y abatirlos. Sin embargo, cuando arribaron no descubrieron a ninguna persona armada. Nadie les disparó. Sólo había mujeres (incluyendo embarazadas), niños y ancianos. 

Algunas cosas que sucedieron ahí no están claras. Lo que sí se sabe es que las tropas mataron aproximadamente a quinientos o seiscientos de los pobladores desarmados. Fueron asesinados de diversas maneras. La matanza duró bastante. Por lo menos, toda la mañana. Sólo un individuo trató de detenerla. Era el piloto de un helicóptero que sobrevolaba el área para apoyar la misión de búsqueda y destrucción. Incluso desde el aire pudo ver lo que estaba sucediendo. Aterrizó e intentó hablar con las tropas sin éxito alguno. Despegó de nuevo y se comunicó por radio con sus superiores quienes no mostraron preocupación alguna, por lo que desistió.

No es posible indicar con precisión el número de soldados involucrados. Tal vez sólo cincuenta de ellos fueron los que dispararon. Cerca de doscientos fueron testigos directos de los asesinatos. Es posible suponer que, en la semana siguiente, quinientas personas más del Destacamento Barker se enteraron de los crímenes de guerra perpetrados. 

No reportar el crimen cometido fue en sí mismo otro crimen. Nadie del Destacamento Barker intentó informar las atrocidades ocurridas en MyLai. 

El pueblo estadounidense nunca se habría enterado de la masacre si no hubiera sido por una carta que Ron Ridenhour, miembro de la 11ma. Brigada de Infantería, envió a finales de marzo de 1969 (más de un año después) a diversos congresistas relatándoles lo sucedido en MyLai. Aunque no formaba parte del Destacamento Barker, había escuchado lo ocurrido en una conversación casual.

En 1972, se integró un comité de tres psiquiatras designados por el Ejército a fin de elaborar una serie de recomendaciones de investigación que arrojaran luz sobre las causas psicológicas de lo acontecido en MyLai.  La investigación propuesta fue rechazada debido a que podía ensuciar la reputación del gobierno. 

El Dr. Scott Peck, presidente de dicho comité, utilizó la información con la que contaba para dilucidar dichas causas y brindar algunas recomendaciones a fin de evitar, en la mayor medida posible, que se repitieran sucesos similares. En su libro, The People of The Lie (La gente de las mentiras), donde aborda la maldad humana, alude específicamente a este caso cuando habla de la maldad grupal. 

Las críticas al papel de Estados Unidos en Vietnam comenzaron en 1965 entre la izquierda intelectual pero, a pesar de los mítines y las marchas, el movimiento antiguerra no obtuvo respaldo social y, por lo tanto, efectividad, sino hasta 1970. ¿Por qué tardo tanto? El factor más importante para que esto sucediera fue que hasta ese año un número significativo de estadounidenses que no se habían presentado como voluntarios fue enviado obligatoriamente a Vietnam. El pueblo estadounidense comenzó a enojarse sólo cuando hermanos, hijos y padres que no habían querido formar parte de esa aventura bélica empezaron a ser forzados a combatir. 

La sociedad estadounidense contaba con suficientes asesinos especializados para pelear una guerra relativamente larga durante seis años sin involucrar significativa y personalmente a los ciudadanos en su totalidad. Dado que no estaba personalmente involucrado, el público, en su mayoría, se sentía satisfecho dejando que los asesinos con los que contaba hicieran su tarea. Fue hasta que se quedó sin especialistas que la gente comenzó a asumir responsabilidad.  Abandonar el concepto del soldado ciudadano en favor de soldados especializados sólo en acciones de guerra y mercenarios, coloca a la sociedad en general en el grave peligro de que no le importe que se cometan atrocidades en su nombre. Por lo tanto, la recomendación del Dr. Peck es que se des-especialice a la organización militar hasta el mayor grado posible. Propone una combinación de medidas: servicio universal y un cuerpo de servicio nacional. En lugar de los militares como actualmente existen en Estados Unidos, se contaría con una guardia nacional que tendría funciones militares, pero que también se utilizaría ampliamente para realizar funciones en tiempos de paz como labores de desarrollos de vivienda social, protección civil, protección ambiental, educación y otras necesidades civiles.  No se trataría de conscriptos que sirvieran como carne de cañón, sino que se emplearían para llevar a cabo una variedad de tareas. Incluso propone que en lugar de que este cuerpo se forme sólo con voluntarios, se base en un sistema de servicio nacional obligatorio para toda la juventud estadounidense (hombres y mujeres). Con mayores tareas en tiempos de paz que realizar, un cuadro de carrera menos especializado tendría menos ansias de guerra y matanza. 

Scott Peck fue un psiquiatra reconocido, una persona comprometida con el conocimiento científico pero, sobre todo, un hombre de paz que reconocía que el Estado tiene la obligación de proteger a sus ciudadanos, pero sin que esto signifique que el gobierno y la sociedad en general violen derechos de ningún ser humano nacional o extranjero. Su deseo era que el ejército especializado en acciones de guerra se convirtiera en un cuerpo de servicio nacional menos especializado y, por lo tanto, menos proclive a las aventuras militares, pero con la facilidad de movilización completa cuando fuera necesario. 

Y esto es casi exactamente lo que ha estado haciendo el presidente Andrés Manuel López Obrador, aunque haya expertos que se quejen de la “desnaturalización” del ejército o de la “militarización” de lo civil por el hecho de la creación de una Guardia Nacional, o bien por la dedicación del Ejército y la Marina a tareas en tiempos de paz como la construcción de infraestructura pública, la distribución de vacunas o libros de texto gratuito. 

A mediados de 2019, en una entrevista, el mandatario mexicano expresó lo siguiente:

“Si por mí fuera, yo desaparecía al Ejército y lo convertía en Guardia Nacional. Es decir, declararía que México es un país pacifista que no necesita Ejército y que la defensa de la nación en el caso de que fuese necesario la haríamos todos los mexicanos. […] el Ejército y la Marina se convertirían en Guardia Nacional para garantizar a los mexicanos su seguridad. No lo puedo hacer porque hay resistencias, una cosa es lo deseable y otra cosa es lo posible, pero ya el paso que dimos fue importante. La creación de la Guardia Nacional lleva a cabo una reconversión, como hacer posible que se respeten derechos humanos, que haya un comportamiento distinto en la Guardia Nacional formada por militares y por marinos”.

Los temores que se han manifestado por estas medidas de seguridad adoptadas por AMLO han sido utilizados por la derecha declarada y encubierta a fin de generar pánico moral en los ciudadanos al recordar y comparar con lo sucedido en países, épocas y contextos distintos. Pretenden hacer creer que el país se está militarizando y que, por esa razón, las violaciones de derechos humanos van a aumentar. Ni el país se está militarizando porque no hay represión ni control de los ciudadanos y si se quieren violar derechos humanos no se necesitan militares, basta y sobran los policías civiles, ¿o acaso a los expertos obsesionados con el concepto de “militarización” ya se les olvidó que también existe el concepto de “estado policíaco”?

Varios libros han investigado lo sucedido a partir de la guerra contra las drogas lanzada por Felipe Calderón -a la que se deben, en gran medida, los problemas de violencia e inseguridad que ahora sufrimos- y durante el sexenio de Peña Nieto. Dan cuenta precisa del pretexto que significó la “lucha contra el narco” para usar a la policía y al ejército a fin de desplazar poblaciones, saquear el territorio, privatizar nuestros recursos, proteger intereses empresariales nacionales y extranjeros o favorecer la agenda estadounidense. La lectura de los rigurosos datos y reflexiones de Carlos Fazio (El tercer vínculo), Oswaldo Zavala (Los cárteles no existen), Luis Astorga (¿Qué querían que hiciera?:Inseguridad y delincuencia organizada en el sexenio de Calderón?), Guadalupe Correa-Cabrera (Los Zetas, Inc.), así como la realidad que en esta coyuntura específica estamos viviendo, me llevan a considerar que el discurso, las decisiones y las prácticas de AMLO no tienen nada que ver con lo sucedido en los regímenes pripanistas. Las condiciones ya no son las mismas. 

El fortalecimiento del Estado contra su debilitamiento neoliberal; el ataque de las causas de la violencia contra la mano dura; la defensa estratégica de los recursos energéticos en favor de la nación contra su privatización; la protección de infraestructura pública contra la salvaguarda de enclaves privados; el golpe rotundo al huachicol que se había convertido en una actividad incluso más lucrativa que el tráfico de drogas para los grupos del crimen organizado  contra la negligencia en el combate del robo del combustible; la aprehensión de criminales contra la perpetración de matanzas y otras violaciones consuetudinarias de derechos humanos tanto de delincuentes como de civiles inocentes; el freno de las tendencias al alza de delitos violentos – y ya, incluso, su incipiente reducción-  contra el salto exponencial de los mismos, son algunas de las diferencias medulares y palpables que ni siquiera los medios dominantes, siempre en búsqueda de la más mínima falla del gobierno actual, pueden negar.

Una y otra vez se topan con pared los augurios nefastos sobre el actuar de AMLO que, desde el inicio de su sexenio, proclamaron iracundamente varios de los críticos de la derecha o los autodenominados “críticos” e “independientes: ‘el nombramiento de Esteban Moctezuma como Secretario de Educación Pública significa la entrega de la educación a Salinas Pliego’ (no se le entregó la educación y se le está obligando a pagar los impuestos que debe); ‘los millonarios que forman el consejo asesor empresarial de AMLO van a resultar favorecidos’ (estos millonarios han sido obligados a pagar impuestos y uno de ellos – Miguel Alemán Magnani – tuvo que darse a la fuga por el delito de defraudación fiscal’; ‘no va a echar para atrás el Aeropuerto de Texcoco, sólo es propaganda para sus simpatizantes’ (ya se inauguró el aeropuerto Felipe Ángeles y está en construcción el Parque Ecológico del Lago de Texcoco); ‘por ser tan amigo de Carlos Slim, siempre estará de su lado’ (el dueño de Telmex tuvo que renegociar los contratos leoninos celebrados con pripanistas para la construcción de gasoductos y la privatización de penitenciarías).  En el mismo tenor, ahora “críticos” como Julio Hernández López, afirman que AMLO nos mintió, que no cambió de opinión ya que desde 2006, como lo informa un documento de WikiLeaks, ofreció y le explicó al embajador de EEUU, sus planes para militarizar el país. 

En efecto, López Obrador manifestó a Anthony Garza en una reunión confidencial sucedida el 31 de enero de 2006 que pensaba emprender: 

“una importante reestructuración de la aplicación de la ley a fin de combatir más eficazmente los estupefacientes y la actividad terrorista. […] Quiere dar a los militares más poder y autoridad en las operaciones antinarcóticos porque es la menos corrupta de todas las agencias de México y puede ser la más eficaz. Señaló, sin embargo, que esto requeriría una enmienda constitucional, pero estaba convencido de que podría lograrlo. También explicó que dar más autoridad a los militares limitaría a la Procuraduría General de la República (PGR) de México, que AMLO consideraba demasiado corrupta para tener el liderazgo en la lucha contra el narcotráfico”.

No sería la primera vez que Andrés Manuel plantea aparentes propuestas afines a intereses que sabe le son contrarios. Lo hizo con los actores empresariales como ya mencionamos; lo hizo también con la incorporación de gente panista o de tendencias neoliberales (como Lilly Téllez, Germán Martínez, Urzúa y otros que al no ver cumplidas sus expectativas reaccionarias se retiraron con mayor o menor escándalo) para poder tener contentos a sus enemigos y le permitieran llegar al poder. Es bastante evidente que en el contexto de lo que estamos presenciando en estos momentos, la propuesta que le mostró al entonces embajador de Estados Unidos fue otro señuelo de tantos que lanzó a actores poderosos quienes claramente iban a bloquearlo (como así sucedió mediante el fraude electoral); se trataba de estrategias para seducir a los adversarios con promesas a modo que luego serían cumplidas sólo en la forma, más no en el fondo, como en el cuento del genio que le otorga a alguien el deseo de no ver a su suegra quitándole los ojos. Así se ha comportado con estos agentes. La filtración de WikiLeaks coincide totalmente con su plan de crear una Guardia Nacional vinculada con el Ejército y que se incluye también en La salida, su libro escrito en 2017. En consecuencia, no mintió a nadie, como señala tan airadamente Julio Hernández López. 

Con estos dos elementos: lo expresado a Tony Garza y la creación de la Guardia Nacional, podemos ver que le dijo sí al embajador, pero no le dijo cómo… 

Este “cómo” es muy relevante, pues a todas luces la actuación y las decisiones del mandatario mexicano con respecto a la supuesta militarización y las tareas asignadas a las fuerzas armadas no tienen muy contentos ni a la DEA, ni al Pentágono, ni al Departamento de Estado, ni a las fábricas de armas, ni a las corporaciones energéticas en EE.UU.A. El constante golpeteo de la prensa internacional lo comprueba. Lo que se quiere hacer ver como una inconsistencia de López Obrador, no lo es.  Más bien es muy consistente con la conducta de AMLO hacia peligrosos obstaculizadores, en primer lugar, de su llegada al poder y de su proyecto y, en segundo, de la creación de la Guardia Nacional en términos de una instancia intermedia, con el marco jurídico y las reformas constitucionales necesarias a fin de proteger los derechos humanos e implementar las regulaciones ausentes cuando Calderón empleó al Ejército. Lo que los medios hegemónicos y su coro, intencional o no, de periodistas “críticos” e “independientes” pretenden hacer ver como evidencia de un “pacto oculto” es, muy a su pesar, una prueba de la congruencia de lo que había trazado Andrés Manuel López Obrador desde 2006, y que se reforzó y modificó de acuerdo con los cambios normales que se fueron presentando en las circunstancias de facto y de jure durante los dieciséis años transcurridos desde entonces  (la sustitución de la Procuraduría General de la República bajo el mando del Poder Ejecutivo en una fiscalía autónoma, las desastrosas y lamentables consecuencias de la guerra de Calderón, la patente corrupción de la Policía Federal con el encarcelamiento de Genaro García Luna o la reforma energética privatizadora de Peña Nieto). 

Si se analizan los hechos con seriedad, la conclusión es contundente: AMLO no mintió y la “militarización” es una patraña.

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