El 6 de julio de 1988 millones de mexicanas y mexicanos salimos a votar por Cuauhtémoc Cárdenas, candidato que representaba las luchas sociales enarboladas durante generaciones. La indignación por el evidente fraude se quedó en impotencia y desazón. El liderazgo de Cárdenas no supo o no pudo ofrecer una salida política al impetú alcanzado por una sociedad agraviada que votó masivamente contra el sistema priísta y que le diera cauce político a la indignación y la rabia. De ese fraude no podía salir nada bueno. Comenzó y terminó con sangre. Nos robaron el país.
La muerte de Clouthier al principio y el asesinato de Colosio al final del sexenio nos dejaron en el peor de los mundos posibles: todo el poder repartido entre lo más rapaz del priísmo tradicional, la derecha extrema y mafiosa, y la tecnocracia más obtusa y antipatriota.
La siguiente elección presidencial fue el desastre para la izquierda, que ya se había perfilado en 1991. De nuevo, el cardenismo no estuvo a la altura para hacerle frente no sólo al PRI, que había matado a su propio candidato, sino a su aliado en la derecha, el PAN. Las izquierdas aglutinadas en el PRD mostraban los saldos de la represión selectiva, las divisiones, los liderazgos corrompidos y su paulatino alejamiento de la sociedad. Aún así, en 1997 logró ganar el entonces Distrito Federal, lo que alimentó las esperanzas en la posibilidad de un cambio de rumbo.
Para muchos, la tercera candidatura de Cárdenas en 2000 fue, por sí misma, decepcionante, como lo fueron sus resultados. Mientras el liderazgo cardenista declinaba, la figura de Andrés Manuel López Obrador, que había llevado al partido a sus mayores triunfos políticos, cobró relevancia al ganar la elección local, en la que obtuvo alrededor de 500 mil votos más de los que ganó Cárdenas en la capital.
Como Jefe de Gobierno, López Obrador refrendó su liderazgo a pesar de la presión económica y política en su contra, ejercida desde todos los frentes por ese poder amafiado que seguía casi intacto. La marcha del 2004, que en su origen reclamaba una demanda legítima contra la inseguridad, fue aupada y capitalizada por ese mismo poder. Esa marcha blanca inauguró, también, la puesta en escena política, con papel estelar, de organizaciones extra partidistas con careta ciudadana, que desde entonces han enfilado sus baterías contra Andrés Manuel López Obrador y lo que representa.
Tuvieron que pasar treinta años desde aquel 6 de julio en que fuimos convocados al pasmo y la resignación después del fraude electoral; tuvo que pasar el desafuero, el fraude del 2006 y el de 2012, para que diera frutos un liderazgo único, que construyó a pie la base popular capaz de llevarlo a la Presidencia.
Con Andrés Manuel marchamos; con López Obrador recuperamos nuestra Patria.
En 2004 dijeron marchar por la paz y trajeron la guerra; hoy dicen marchar por la democracia. No la que reconoce al pueblo soberano, sino la de Elba Esther, la de Calderón, la de Alito Moreno; una democracia que reniega de sí misma y que para funcionar requiere un árbitro a modo. Como lo vimos en 2021, cuentan con un arbitraje funcional que les ha servido durante veinte años. No me refiero sólo al INE, sino al entramado INE-TEPJF, y lo que implica en cuanto a sus amplísimas facultades y la discresionalidad con la que lo manejan. (Por cierto, como sugiere un querido amigo, el INE no debiera ser considerado árbitro; árbitro es juez y para eso hay Tribunal; sobre la idea INE = árbitro se ha construido en parte el castillo de cristal desde el que gritonea, desnudo, Lorenzo Córdova.)
En 2004, ni los más pesimistas tenían idea de a dónde llevarían al país los que llenaron las calles en son de paz. Hoy lo sabemos con dolor de sobra. Como entonces, hoy marchó la oligarquía rapaz que durante décadas se benefició de empobrecer y violentar al país. Marcharon los Bolsonaro, los Milei, los Bannon y demás neofascistas reunidos en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) y que vienen a abrir frentes contra la 4T, anclados en el odio, el racismo y la violencia.
El próximo domingo 27 de noviembre miles y miles de personas les vamos a recordar en las calles que seguimos en pie de lucha; que la perseverancia no ha sido sólo de un gran líder, sino de un pueblo que frente a lo peor se mantuvo de pie para recobrar su lugar en la historia. Les vamos a recordar que la alegría es nuestra; que la fraternidad, la solidaridad, la comunidad son nuestras. Les vamos a recordar que la Cuarta Transformación no es sólo un lema; somos millones, tenemos identidad y sabemos, cada vez mejor, qué defendemos y de quiénes lo defendemos. Del plantón en Reforma marchamos a la Presidencia, a la mayoría en el Congreso y al gobierno de 22 estados. Les vamos a recordar cómo se ven representados más de 30 millones de votos festejando en las calles; les vamos a recordar que el presente es nuestro, que el futuro es nuestro, que la Patria es nuestra.