Por: Angie López
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El polémico tema de los transgénicos no sólo es un problema económico o de salud; es también un problema social. Fortunato Esquivel, periodista boliviano, publicó en que a finales del año pasado, “los autodenominados grandes productores de alimentos agrícolas se esforzaron como nunca en convencer al pueblo sobre la ‘urgente’ necesidad de incursionar en el uso de la biotecnología para producir en mayores proporciones”. Bajo este argumento, utilizar semillas genéticamente modificadas para la producción de alimentos transgénicos sería la mejor opción.
Llama la atención que, históricamente, los grandes avances científicos han sido destinados en un principio a los ricos y, mucho después, a los pobres. Sin embargo, en este caso, se dirige primero a los pobres. Para el periodista, esto despierta sospechas sobre la razón del cambio.
La población mundial se incrementa a un nivel “inabarcable” para ser alimentada por la vía tradicional y la mayoría demográfica a nivel internacional está conformada por pobres. “En 1950 se contabilizaron 2.500 millones, en 1990 se duplicó a 5.000 millones y este año se situó en 7.000 millones. Para 2050, seremos más de 9.000 millones”, explicó Esquivel.
Sin embargo, los ricos prefieren no gozar de este “adelanto tecnológico” y optan por consumir los costosos alimentos orgánicos que son naturales. Alex Dobrovolsky, investigador ucranianó escribió un artículo sobre los peligros de los transgénicos: “los ricos rechazan (su consumo), destinándolo a los pobres, y esta es la señal de que estos alimentos son un fenómeno negativo y antisocial”, señaló.
Los grandes agricultores han sembrado un millón de hectáreas con semillas transgénicas. En la actualidad, toda la soya que cultivan, es biológicamente modificada.
Uno de los problemas con los transgénicos es que sus semillas carecen de “memoria”, por lo que sólo sirven para una cosecha (tecnología Terminator). Son diseñadas para ser resistentes a los tóxicos y a las plagas. Estos cultivos se mantienen intactos aun en contacto con peligrosos químicos como el glisolfato, lo que vuelve poco probable que los jugos gástricos o hepáticos los digieran correctamente. Sin adecuada digestión, el organismo es incapaz de absorber los nutrientes de los alimentos.
Siendo así, los transgénicos podrán “salvar” del hambre, mas no de la desnutrición. Además, el estómago queda sobrecargado, lo que puede devenir en futuros problemas, explicó Dobrovolsky. “Esas semillas contienen en sus genes alguna bacteria toxica, por tanto las plantas transgénicas contienen el veneno que mata a los insectos y a las plagas bacterianas. Es innegable que ese veneno termina siendo dañino para la salud, razón suficiente para tener la seguridad que esta tecnología infernal ha sido destinada en primer término a los pobres”, añadió.
Los promotores de los transgénicos ocultan que las empresas que los desarrollan han acumulado más de 530 patentes en trámite o aprobadas para monopolizar el mercado, de acuerdo con Silvia Ribeiro, activista medioambiental e investigadora del grupo . Curioso que la crisis alimentaria sea un negocio altamente redituable. “80 por ciento de la distribución global de cereales está en manos de cuatro multinacionales que gestionan el abasto para obtener más lucros”, señala.
“El caso del maíz en México es ilustrativo. Pese a que los agricultores del norte del país afirman tener 2 millones de toneladas para vender, recientemente se importaron 1.5 millones de toneladas de Estados Unidos (transgénico), y por otra parte venderá 150 mil toneladas a El Salvador y otra partida a Venezuela. Anteriormente había comprado medio millón de toneladas a Sudáfrica”, añade Ribeiro.
Resulta absurda la decisión del entonces secretario de Economía, Bruno Ferrari, quien previamente fungió como funcionario de Monsanto. La importación de maíz transgénico genera costos económicos y ambientales innecesarios, siendo que México podría abastecer su demanda interna de maíz.