Por: Carlos Bauer
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El catorce de febrero de 1831 murió fusilado en Cuilapan de Guerrero, Oaxaca, el general Vicente Guerrero, segundo presidente de México y primer afromexicano en alcanzar dicho cargo. Nacido Vicente Ramón Guerrero Saldaña en Tixtla, Guerrero –en ese entonces provincia de Chilapa, estado de México–, el insurgente que diera el Abrazo de Acatempan al ex general realista y futuro emperador Agustín I, fue condenado por un Consejo de Guerra tras un juicio sumario.
La figura de Vicente Guerrero ha sido motivo de estudios recientes debido a las representaciones pictóricas que de él se hicieron tanto en vida como de manera póstuma. En 2011, Dolores Ballesteros ganó el segundo lugar del concurso Participación y contribución de los afrodescendientes en la Independencia de México con un ensayo que analiza las representaciones de Vicente Guerrero en la iconografía pictórica de México, haciendo “un análisis y una crítica de la manera cómo Vicente Guerrero, que era un afrodescendiente de Tixtla, Guerrero, fue representado cada vez más blanco en las pinturas de la época, a medida en que comienzan a desarrollarse los prejuicios sobre los africanos y afrodescendientes”.
En su ensayo “Vicente Guerrero: insurgente, militar y presidente afromexicano”, Dolores Ballesteros, del Instituto de Investigaciones doctor José María Luis Mora, señala cómo desde las primeras representaciones tanto verbales como pictóricas de este personaje central en la historia de nuestro país “el origen africano de Guerrero es empleado como un insulto o como elementos físicos que deben ser ‘blanqueados’ para permitir la plena inclusión de Guerrero a la élite política. Estas representaciones nos hablan de una sociedad que quería ignorar la variedad racial del México independiente para presentar una falsa homogeneidad”.
Aunque sería tranquilizador pensar que este racismo, en un país cuya primera Constitución ya abolía cualquier distinción de castas o etnias, se extinguió en la primera mitad del siglo XIX, lo cierto es que se trata de una lacra persistente de nuestra sociedad. Basta recordar el blanqueamiento sistemático de don Porfirio Díaz, nuestro segundo presidente indígena que nunca quiso aceptarse como tal. En la contienda electoral que tuvo lugar el año pasado, una candidata a la Presidencia fue reiteradamente señalada por la imagen cada vez más blanca que mostraban sus promocionales a lo largo de la campaña. ¿Casualidad o racismo del siglo XXI?