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Zepeda Patterson y su juego encubierto o cómo lo mejor es no ser antiobradorista

Lo que ya no se explica es la actitud de aquellos que abiertamente simpatizan con López Obrador, pero que claman por una oposición distinta a la que fue echada del gobierno.

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Desde el comienzo del sexenio de AMLO, se ha presentado un hecho que ha llamado en especial mi atención: la insistencia en que haya una mejor oposición o, incluso, en que simplemente exista porque, según cierto relato, esta brilla por su ausencia.

Se entiende que piensen así los simpatizantes y voceros declarados y encubiertos de dicha oposición dado su enojo y frustración con quienes asumieron la labor empeñosa -pero hasta ahora infructuosa- de deteriorar la imagen del mandatario y, por ende, la aprobación que genera en la mayoría de la población, lo cual se ha traducido en triunfos electorales históricos por parte de MORENA. 

Lo que ya no se explica es la actitud de aquellos que abiertamente simpatizan con López Obrador, pero que claman por una oposición distinta a la que fue echada del gobierno. Le suplican o exigen a esta oposición que sea más inteligente, más racional, más honesta, más preocupada por el bienestar del país y de la mayoría y no por sus propios intereses o por los de unos cuantos. Pero si así fuera, con el poder inmenso que tenía tanto política como económica y mediáticamente, jamás habría sido posible que alguien con un proyecto de nación distinto alcanzara el máximo cargo del país de manera pacífica y democrática arrebatándole la posición que mantuvo durante décadas. Porque alguien más inteligente, más racional, más honesto, más preocupado por el bienestar del país y de la mayoría y no por sus propios intereses o por los de unos cuantos es hoy el presidente de México. Es a este presidente y a su proyecto a quien se le debe exigir, pero también apoyar, para que durante el mayor tiempo posible cuente con condiciones estables a fin de consolidar su proyecto. Los opositores que todos los días se dedican a golpear y a sabotear al presidente ya tuvieron su oportunidad -y durante un período más que considerable- para aplicar sus propias políticas. ¿Por qué desear que se recomponga a apenas tres años de que el proyecto obradorista alcanzó la presidencia?  Por otro lado, aquella oposición que con el tiempo pueda irse organizando en virtud de lo que este nuevo régimen le quede a deber a grupos vulnerables o de los fallos que pudiera acumular, no necesitará de ningún consejo ajeno a sus propios procesos y necesidades, a su propia práctica política…de la misma manera como surgió el obradorismo. 

Dentro del golpeteo político suave disfrazado de “crítico”, se encuentra Jorge Zepeda Patterson como ejemplo significativo de aquellos que buscan de manera encubierta fórmulas para organizar una oposición competitiva. Este periodista acostumbra en sus columnas -desde una postura supuestamente neutral, equilibrada, escéptica- simular que inclina su “balanza reflexiva” hacia López Obrador, reconociendo los logros del mandatario, así como los excesos en los que han caído discursiva y propagandísticamente sus adversarios. Sin embargo, basta un análisis mínimamente cuidadoso para darse cuenta de que, en un momento determinado, siempre introduce una cuña, un factor, un giro que terminan por revertir todo lo que aparentemente ha reconocido al gobierno y lo que ha reprochado a la derecha con el fin de brindar -de manera escondida- una estrategia efectiva que eduque, establezca y arme, reitero, una oposición competitiva. Es decir, admite los logros de la administración actual y los fallos de los prianrdmcistas sólo para obtener una radiografía clara con la cual la reacción sepa de forma más quirúrgica en dónde puede atacar. Este es el riesgo de ser “críticos” -o, como se dicen ahora, “autocríticos”- de manera torpe, precipitada e irreflexiva dentro de la 4T, considerándose obradoristas, pero dándole la razón a estos sujetos. Sobre todo, no se puede ser crítico o autocrítico adoptando las retóricas propagandísticas repetitivas de la derecha como muchos quieren. Hay cosas que se pueden cuestionar de modo muy original y riguroso sin que tenga nada que ver con lo que ataca el PAN, FRENA, Va por México o, de manera disfrazada, gente como Zepeda Patterson o Julio Hernández López, quienes ejemplifican el peligro que significa ser “críticos” adoptando el discurso de la derecha.  

En “Cómo ser un mejor antiobradorista” -su columna más reciente- Patterson comienza aconsejando a quienes abominan al presidente que “habría que criticarlo por las razones correctas, no por aquellas que son producto del prejuicio y la propaganda”.

A continuación, de manera muy astuta, ofrece un abundante catálogo de los datos económicos que López Obrador expuso el jueves pasado ante la cúpula empresarial del país y que muestran que las predicciones catastróficas de la derecha en la materia no han tenido eco en la realidad. 

Hasta ahí todo muy bien,  pero -el pero usual de los escritos de este periodista sobre el gobierno de AMLO- reside en la frase clave que incrusta “casualmente” entre su aparente loa (aparente porque en un párrafo posterior afirma que la responsabilidad del gobierno en estos buenos resultados “puede estar sujeta a debate”) a la gestión económica del gobierno:  “Ciertamente el Presidente no se ayuda cuando extrae un pañuelito blanco y declara inexistente la corrupción, pese a que esta sigue imperando en la vida cotidiana de los mexicanos; o cuando desestima el avance del crimen organizado, mientras este se expande en el territorio”.  Termina sugiriendo a la derecha que “no puede sostenerse la visión catastrofista e interesada de que la 4T ha generado la ruina económica del país, como sostienen sus detractores. Las razones para nutrir el antiobradorismo tendrían que encontrarse en otro lado”.

Corrupción y violencia…problemas que, a diferencia de la información cuantitativa que implican las cifras económicas, resultan mucho más difíciles de medir, estudiar y analizar y, por lo tanto, más fáciles de manipular, interpretar y utilizar para generar pánico moral y sobre los cuales está recomendándole a la oposición centrarse, como si no lo hiciera todo el tiempo y como si el uso que él mismo está llevando a cabo de tales problemas no fueran producto también del prejuicio y la propaganda que según reprocha a los antiobradoristas.  

¿Cómo desestima López Obrador al crimen organizado al reunirse todos los días en la madrugada con su gabinete de seguridad para enfrentar este gravísimo asunto causado por los pripanistas; al atacar con sus políticas sociales las causas de la violencia; al crear la Guardia Nacional para que los ciudadanos cuenten con una protección deslindada de las ineficientes y podridas fuerzas de seguridad pública que se fomentaron en el régimen neoliberal anterior? (en esta columna abordo con mayor detalle el tema https://revoluciontrespuntocero.mx/violencia-la-desmemoria-de-la-prensa-hegemonica/ ). 

En lo que respecta a la corrupción, aunque no le guste a Zepeda Patterson, AMLO no yerra al señalar que en nuestro país ya no existe la corrupción encarnada en el máximo cargo y tolerada desde el mismo -como siempre aclara en sus conferencias matutinas cuando le cuestionan al respecto- y que el periodista omite convenencieramente. El presidente está limpiando las escaleras de arriba abajo y reconoce que se trata de un proceso que no se detiene. Las escaleras son muy largas. Esto es inédito en nuestro país. Lo demuestra la confianza que genera AMLO en la mayoría de la población tan herida por esta situación durante los sexenios anteriores y, aún ahora, por las inercias y por el hecho de que todavía falta que el ejemplo permeé en los gobiernos locales y municipales. 

Muchos de los antiobradoristas a los que está dirigida la columna de Zepeda Patterson están lastimados, en realidad, por la intolerancia a la corrupción que está practicando la actual administración: empresarios a los que ya no se condonan impuestos y que se han visto obligados a renegociar los contratos leoninos celebrados con los pripanistas; compañías -como las farmacéuticas- que creyeron que podrían seguir obteniendo ganancias estratosféricas a costa del erario y de la salud de los mexicanos;  funcionarios que pensaron que podrían servirse con la cuchara grande sin ningún control en los puestos que les asignaran (ahí está el caso de Germán Martínez que renunció a la dirección del Seguro Social porque Raquel Buenrostro no le iba a dejar hacer lo que quisiera con el presupuesto); políticos que ya no podrán usar los recursos del FONDEN para campañas electorales como sucedía antes (basta señalar lo que tuvo lugar en 2006: “A pesar de las denuncias ante la Secretaría de la Función Pública y otras instancias, como la Auditoría Superior de la Federación, por un fraude superior a los mil 300 millones de pesos en el Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden), continúa el uso electoral de esos recursos destinados a emergencias para favorecer al PAN y su candidato, Felipe Calderón” ; medios de comunicación y periodistas a quienes se les cerró la llave del dinero público que tantos lujos obscenos les proveyó.

El único consejo que debería darse a los antiobradoristas declarados y disimulados es que YA NO SEAN TAN CODICIOSOS, que ya no pretendan que sólo unos cuantos tengan el derecho a gozar de una vida más que digna a costa de la miseria de la mayoría. Pero tal vez si siguieran esa recomendación ya no serían mejores antiobradoristas…más bien dejarían de ser antiobradoristas. 

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