En su Tercer Informe de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador señaló que a mitad de su mandato se han logrado establecer las bases para la transformación de México.
Aunque los logros de la actual administración han sido minimizados por los opositores de derecha y los medios afines al viejo régimen neoliberal, no son poca cosa. Además de los programas sociales, elevados al rango de derecho constitucional y que han significado un ingreso adicional para los sectores más vulnerables de la población (adultos mayores, niños con discapacidad, estudiantes, campesinos), quizá los mayores avances de la administración de López Obrador se han desplegado en el campo laboral.
Al aumento de 44% del salario mínimo (que ahora alcanza para comprar dos kilogramos de tortilla extra en comparación a inicios del sexenio), se le sumó una reforma legal para abolir los abusos del llamado ‘outsourcing’, situación que permitió regularizar las condiciones laborales de muchos mexicanos.
La criticada política de austeridad también comienza a dar sus frutos. El ahorro de 1 billón 400,000 millones de pesos en compras y contratos, ha permitido financiar muchos de los proyectos del actual gobierno sin necesidad de subir impuestos. Asimismo, el hecho de que por primera vez en muchos años se les cobre impuestos a los más ricos, ha permitido acabar con abusos y privilegios a expensas de los más pobres. La política fiscal es otro logro de este gobierno.
Algo similar ocurre con las finanzas públicas y el manejo de los indicadores macroeconómicos. A pesar de la pandemia, el país cuenta con estabilidad en esos rubros, con la ventaja de que, a diferencia de otros gobiernos, no se han adquirido montos significativos de nueva deuda.
El giro de la política energética es otro punto trascendente de la actual administración. La soberanía energética es un asunto de seguridad nacional, como ya lo vimos con los apagones de principios de 2021, luego de que una helada en Texas, EE.UU. provocó apagones masivos en el norte de México, por la altísima dependencia a las importaciones de gas. Quizá por ello, el informe del presidente comenzó precisamente por resaltar los logros en materia energética, principalmente en lo referente a la capacidad de refinación.
De este modo, existen avances importantes a nivel estructural, que usualmente pasan desapercibidos en la cobertura noticiosa de la prensa corporativa que se ha empeñado en minimizar al máximo algunos logros de López Obrador, quien se ha propuesto “seguir poniendo al descubierto la gran farsa neoliberal”. Una farsa que los grandes medios pretenden mantener a toda costa. De ahí proviene la sorpresa de varios opinadores y columnistas de los medios hegemónicos, quienes, sorprendidos, no logran entender cómo es que a pesar de sus constantes afirmaciones de que estamos peor que nunca, López Obrador registra niveles de aprobación por encima del 60%. Un ejemplo de cómo la realidad es diametralmente distinta a la línea editorial que predomina en los grandes medios corporativos, cuyos dirigentes no salen de su entripado tras los millonarios ingresos que recibían mediante la publicidad oficial.
Pero más allá de los berrinches de la oligarquía y sus medios afines, todavía quedan grandes dudas sobre qué tan sólidas son las bases de la transformación anunciadas por López Obrador.
Los altos niveles de inseguridad y la meseta de asesinatos que registra el país en lo que va del sexenio, son el principal pendiente de la 4T. Por más logros que existan en cuanto a los programas sociales, México no podrá prosperar mientras persistan niveles de violencia como los actuales. La construcción de la Guardia Nacional ha ayudado a poner orden al caos administrativo que imperaba en la extinta Policía Federal. Pero a todas luces, ha sido una medida insuficiente para contener el problema.
Algo similar ocurre en el campo económico. A mediados de sexenio, no existe siquiera un esbozo de política industrial entre los planes y anuncios de López Obrador, quien pareciera haber puesto demasiada fe en los grandes proyectos de infraestructura, atrapado en una visión “desarrollista” que imperó a lo largo del siglo XX, con resultados cuestionables. Mientras otros países, principalmente en Asia, han sentado las bases de su crecimiento económico en un modelo industrial, apostando al mismo tiempo por la innovación en las tecnologías de la información, el atraso de México en este rubro es más que evidente. Y a pesar de haber decretado el fin de la “era neoliberal” en el país, no parece que López Obrador tenga contemplado un plan para reactivar la planta productiva del país.
Pero lo más grave, a mi parecer, es que los factores reales de poder siguen prácticamente intactos. El cambio de régimen político en 2018 generó un cambio de gobierno, pero muchas de las antiguas estructuras de poder, permanecen prácticamente intactas. No se ha logrado desarticular la red de corrupción que floreció durante los gobiernos neoliberales. Tampoco se ha visto un cambio notable en la propiedad de los medios de comunicación, ni en las cúpulas empresariales. Los grandes poderes fácticos han sido contenidos momentáneamente, pero nada asegura que puedan regresar. Sobre todo, si tomamos en cuenta el nivel de podredumbre que persiste en el Poder Judicial y las instituciones electorales.
Al mismo tiempo, las grietas al interior de Morena hacen suponer que el partido difícilmente podrá mantener su cohesión una vez que López Obrador suelte las riendas de la 4T. La fragmentación tribal que atomizó y pulverizó al PRD, es muy posible que se repita en Morena. Y un partido fuerte, es necesario para darle continuidad a un proyecto reformador para el cual, un sexenio no alcanza.
Si bien es necesario reconocer algunos logros de la actual administración, me parece peligroso dejarse llevar por la retórica triunfalista que pregona el presidente. La experiencia latinoamericana es elocuente. En países sudamericanos con gobiernos progresistas, que lograron avances importantes en el terreno del combate a la pobreza, esto no fue ninguna garantía de continuidad. Los casos de Brasil y Ecuador, son un ejemplo de ello.
Otro gran pendiente de la 4T es que adolece de una visión de futuro. ¿Qué México propone el actual proyecto transformador para 2030 o 2050? La visión de corto plazo que caracteriza a la política mexicana, impide que los distintos grupos en disputa por el poder tengan miras más allá de la sucesión presidencial 2024. Algo que, en mi particular opinión, evidencia la ausencia de bases lo suficientemente sólidas, como para pensar que la 4T podría lograr una transformación equiparable a las otras que ha vivido México a lo largo de su historia: la Independencia, la Reforma o la Revolución Mexicana. Tiempo al tiempo.