Acababa de ganar un concurso de pintura para niños en Guadalajara, mientras cursaba la primaria. Su padre lo había inscrito al ver su interés por imágenes que hallaba en libros y reproducía al óleo sobre cuadritos de papel. Le dieron a elegir entre dos premios: un juguete, o un taller de pintura en el Departamento de Bellas Artes de Jalisco. “Opté por lo segundo”, relata en entrevista. El siguiente dilema fue entre los dos maestros que ofrecían clase. El primero iba bien trajeado y ponía a sus alumnos alrededor de un jarrón de flores, a copiar la escena. “El otro tenía una chamarra larga, la greña larga, como más locochón… y yo me acordé de mi hermano mayor, que era rockero, y me atrajo esa imagen rebelde. Y pues me jalé con ese”, cuenta. Son amigos hasta la fecha.
Jesús Rodríguez Sandoval nació en 1957 en Guadalajara, Jalisco. Por la época en que conoció a su mentor, el Che Guevara era asesinado en La Higuera y los jóvenes del mundo despertaban y se movilizaban. Su maestro y futuro colega, Miguel Ángel López Medina, no se limitaba a transmitirle las bases del color, la composición y la forma. También le prestaba libros y le contagiaba el gusto por la literatura. Le enseñaba, sobre todo, a relacionar el arte con el contexto social.
“El arte, sin su contexto en la época, en los años que nos ha correspondido vivir, no tiene ningún sentido, es el arte por el arte (…) Tenemos que relacionarlo para de veras dar una respuesta a lo que nos corresponda hacer como pintores. El arte, así, pesado de contenido, es como un gancho al hígado que damos a la persona que vea nuestras pinturas. La tiene que hacer reaccionar de alguna forma. Y no que el arte vaya a hacer una revolución, pero sí ayudar con su granito de arena, generar un poco de conciencia, de sensibilidad hacia la cuestión social”, describe Chucho.
Siguieron años de intenso trabajo, de probar, de absorber influencias de aquí y de allá, revisar la historia del arte y aprender “de los grandes maestros” para construir su autonomía pictórica. “Me llegaron por ahí libros de pincelada impresionista, de puntillismo y todo ese rollo que se dio a principios del siglo XX”, los cuales sirvieron en la búsqueda de su estilo propio.
Una de las referencias que se volvería trascendental en su camino es Paul Cézanne, “un pintor muy importante que rompió toda la escuela tradicional del arte y que marca la pauta para el arte moderno (…) Por ahí reafirmé mucho mi manera de abordar el trabajo plástico en el sentido técnico”.
Junto a López Medina y otros cinco pintores, conformó el Taller de Iniciación Visual (TIV) que dejaría una huella importante en la capital jalisciense, ligando técnica y contenido, forma y fondo, arte y contexto. Para 1992, Chucho migraría a la Ciudad de México y complementaría sus aprendizajes con maestros como Leo Acosta, en el ámbito de la litografía, y Gerardo Cantú.
La muerte destaca como uno de los temas recurrentes en su obra. “En la cultura mexicana, desde la herencia prehispánica, nos llegó esa dualidad de la vida y la muerte. Y cuando estudias marxismo, la dialéctica, te marca eso: lo positivo, lo negativo; lo bueno, lo malo; lo claro, lo oscuro. Son dos elementos que se contraponen, pero viven juntos. Estamos muriendo y estamos naciendo al mismo tiempo. Es algo vital. Estamos aquí y estamos allá”.
El erotismo, por su parte, aunque también desde una mirada dialéctica, es otro de los temas que figura en sus cuadros, con énfasis en la figura femenina. “Si parto del elemento de la mujer es para remarcar lo que universalmente pasa con el hombre”, reflexiona.
Asimismo, se hacen presentes el acoso y la injusticia contra la clase trabajadora y campesina. “El sufrimiento de los obreros, su depresión, los niños en la calle, las prostitutas, la situación social que vive toda esa gente… eso me marca mucho y al denunciar eso creo que estás denunciando las cosas que debemos de corregir”.
Entre sus proyectos más recientes, ahora que radica en Texcoco, Estado de México, Chucho confiesa un interés particular por “regresar a su infancia”. “Uno vive de niño tantas cosas que… quiere uno retomar, sobre todo los aspectos en tu vocación, en tu formación, en la relación con tu familia, con la sociedad; en los aspectos de tu desarrollo (…) Siempre estoy volviendo atrás en la historia, volviendo atrás en mi vida y queriéndola adaptar un poco a lo que contemporáneamente vivimos”.
“La pintura, como todas las artes, aborda la parte espiritual del ser humano. Y esa parte nos habla de que estamos relacionados y espiritualmente nos acercamos, no nada más en lo material. Los seres humanos estamos ligados espiritualmente con nuestras inquietudes, sentimientos, percepciones del mundo, emociones (…) No podemos ser indiferentes. Por ejemplo, lo que acontece en Palestina me afecta, lo que acontece en Latinoamérica también; el imperialismo yanqui, que no deja de meter su cuchara en problemas que no le corresponden… ante todo eso, no se puede ser indiferente, hay que estarlo visualizando y plasmando pictóricamente, sin caer en la obviedad”, concluye Chucho.