La pobreza es el principal problema contemporáneo, la ley de desarrollo capitalista, descubierta por Marx a mitad del siglo XIX, comprende una dualidad contradictoria ineludible: al mismo tiempo que se genera riqueza, se genera también una gran miseria. O para decirlo de otra forma: la riqueza de una clase se logra por medio del empobrecimiento de otra.
Después de Marx, autores como Thomas Piketty han hecho estudios históricos que demuestran cómo esta realidad estructural es una verdad comprobada empíricamente. La población mundial se ha consolidado en una distribución escandalosa: el 99% de los humanos tenemos menos que la riqueza del 1%. Además, el economista francés señala cómo es que esta desigualdad va creciendo por todo el entramado de herencias y reglas de propiedad que aseguran que los ricos sean cada vez más ricos y, por tanto, que los pobres sean cada vez más miserables.
La pandemia nos dejó, además, algo muy claro: la crisis económica derivada dejó sin trabajo y empobreció a la mayoría de la población mientras que las grandes fortunas se agigantaron. El mercado, como el lector puede advertir, es un lugar con los dados más que cargados para beneficiar a la clase capitalista.
Dado que este fenómeno es imposible de ocultar, los “economistas” neoliberales no pudieron hacer otra cosa mas que enfocar el problema desde una visión parcial para encontrar una explicación que no toque sus raíces estructurales. Así, redujo el problema a una responsabilidad exclusiva del gobierno en la que sus programas específicos para aliviar la pobreza deberían tener la capacidad por sí mismos para resolver esta contradicción. Es decir, la pobreza sería responsabilidad del Estado y para nada, en lo absoluto, de la estructura oligopólica y de explotación sistemática que la empresa privada despliega sobre los valores producidos.
De esta manera, los pobretólogos se concentraron en medir los efectos marginales de los programas gubernamentales en el acceso a canastas mínimas para que se pueda decir que un pobre puede sobrevivir o no. Se construyeron líneas imaginarias que normalizaron la explotación sistemática y que les permitieron a los gobiernos neoliberales curarse en salud diciendo que sus políticas habían aliviado el problema algunos puntos porcentuales. Esta percepción del margen cuantitativo y no de la cualidad estructural es lo que convierte el análisis de la pobreza en una visión subvertida, en una miseria epistemológica.
No podemos dejar de mencionar que estos programas, además, se convirtieron bajo el neoliberalismo en política sociales tendientes a construir una clientela cautiva electoral, sin mencionar que los recursos reportados estaban plagados de intermediarios. Pero lo más importante es lo siguiente: ¿de qué me sirve una política social si la política económica global está hecha para seguir empobreciendo más a la población?
Esta es la razón por la que los pobretólogos neoliberales ya no entienden el alcance de la cuarta transformación, puesto que el Estado de bienestar que se construye parte de que la política social no puede, ni debe, ir sola sino alineada con una política económica que permita transformar estructuralmente el motor de desigualdad. Se trata de reconstruir el mundo del trabajo bajo una nueva distribución: reparto de utilidades, aumento del salario mínimo, reconfiguración de pensiones, programas para combatir la inflación, aumento en los días de vacaciones, pero también autosuficiencia energética y alimentaria.
La verdadera política social, por tanto, debe medirse por su alineación con la política económica y los resultados que disminuyan la vulnerabilidad estructural. Un dato al respecto: mientras que, en la crisis del 94, que redujo 6.3% el PIB de un golpe, se elevó en 82.3% el número de personas en situación de pobreza extrema, para la actual crisis pandémica que nos impactó en 8.3%, el aumento apenas fue de 26.6%. Esto habla de una disminución en la vulnerabilidad de las capas sociales trabajadoras.
Es claro que falta mucho camino por recorrer, pero es necesario comenzar por poner en claro lo inaceptable que es que los pobretólogos neoliberales busquen atacar un cambio estructural mediante las argucias marginales del pasado. Esto es un acto de deshonestidad intelectual que tenemos que denunciar.