En el pasado desfile militar, Andrés Manuel López Obrador pronunció un discurso con una dedicatoria especial para a uno de los poderes globales: la industria armamentista. La acusación no es menor, se habla de una gran contradicción del mercado: que la destrucción sea el centro del negocio. Es decir, las guerras no solo significan un momento violento cuando todo lo demás ha fallado, sino que dichos sucesos son promovidos por los especuladores financieros y las hegemonías occidentales como una oportunidad para asegurar ganancias.
El capital, en otro momento llamado “modo de producción” pasa a convertirse en un “medio de destrucción”.
El siglo XXI se ha caracterizado en estas primeras décadas por el aumento de los conflictos abiertos en el mundo. Se habla, de hecho, de diferentes magnitudes, hay los que son locales, dentro de los Estados-Nación; existen los que son entre países diferentes y, por supuesto, los geopolíticos, es decir, los que generan un gran impacto a escala global. Estos últimos son codiciados ya que, junto con los medios de comunicación corporativos provocan la narrativa que justifica la elevación de su gasto.
El conflicto bélico en Ucrania activó, por ejemplo, un aumento en los gastos militares de los estados europeos, aún cuando dichos países ya habían sido golpeados por la pandemia y las crisis económicas recientes. El azuzar el conflicto escaló al grado de sancionar a Rusia de quien se dependía energéticamente, el resultado: una crisis social de cara al invierno, una movilización social a escala continental para cuestionar el actual estado de cosas.
Pero es importante aquí señalar que estos conflictos no surgen de la voluntad particular de nadie, sino que la propia lógica de los Estados-Nación bajo el capitalismo precisa de una lógica de competencia tal que para que los países sobrevivan necesitan de un ejército, del poder militar. Y, además, considerando que el sistema mundial es comandado por un poder imperial, en este caso EUA, entonces debemos distinguir, por un lado, el gasto militar hegemónico, utilizado para asegurar el control de territorios por una superpotencia y, por el otro, los gastos de defensa contra este poder en particular. De tal manera que no es lo mismo el gasto de una superpotencia que la de un país periférico.
Lo que sucede en Ucrania, insistamos, no es un problema local sino global, puesto que lo que está detrás es el gran conflicto entre hegemonías de Estados Unidos y sus satélites europeos frente al mundo emergente dominado por China y los aliados que buscan una alternativa al trato que históricamente les ha propinado Washington.
Es necesario señalar que la industria de la guerra, así como el sector financiero siempre son los sectores que reciben las mayores cantidades de recursos sin mayor resistencia de los diferentes poderes legislativos de las naciones. Podrán poner en duda la viabilidad de otorgar recursos para la salud, por ejemplo, en tema de vacunas, o bien, de educación, pero no cuando se trata de rescatar bancos o alimentar una guerra con todos los recursos posibles. Ha llegado a tal grado el negocio de la guerra que la gran estructura de gobernanza mundial, simbolizada en la ONU ha quedado rebasada, ha quedado como ornamento –señala López Obrador– frente a esta guerra con estas características especulativas.
Así, es de suma relevancia tener claro la composición de esta industria y, además, comprender que en el ADN capitalista se encuentra la necesidad de utilizar sistemáticamente la violencia militar para mantener el ritmo de acumulación necesario para los grandes capitales. El objetivo es en hacer comprender que la expresión violenta de la guerra no es una situación excepcional, sino que en realidad es la representación de la normalidad del capitalismo. Por ello, este discurso será histórico puesto que pone al centro una de las principales contradicciones del actual sistema económico mundial dominante: que para obtener éxito económico necesita de la destrucción masiva de segmentos de la economía.
Por ello es por lo que podemos decir que el mercado se convierte en un mecanismo de guerra, y la paz, en este contexto, se vuelve crítica, revolucionaria.